Cultura

Dos cuentos condenados | Federico Rivero Scarani

Foto de Birmingham Museums Trust na Unsplash

EL LIBRO DE LOS POETAS MALDITOS

 

Había una vez un rincón oscuro y olvidado en una buhardilla de París. En ese lugar se escondía un libro cuyas palabras se retorcían como serpientes venenosas, y los versos se deslizaban por las calles empedradas y húmedas como sombras inquietantes.

 

En ese rincón de la ciudad existía un antiguo libro titulado “Los Poetas Malditos”. Nadie sabía quién lo había compilado ni cómo había llegado a ese rincón olvidado. Pero su fama se extendía como un rumor siniestro entre los escritores y poetas.

 

El libro estaba encuadernado en piel de cuervo, y sus páginas eran tan finas como el aliento de un moribundo. Quienes se atrevían a abrirlo descubrían una colección de poemas prohibidos, versos que hablaban de pasiones oscuras, amores imposibles, desesperación existencial, de locura y de mal.

 

El primero de los “poetas malditos” que aparecía en el condenado libro era Gérard de Nerval, el romántico enfermo, tuvo crisis de locura que lo llevaron a la internación. Viajó por Oriente y África buscando el elíxir de la inspiración, sin embargo, su salud se deterioró. Toda su vida fue la de un espíritu atormentado haciéndole padecer depresión y esquizofrenia. Igual escribió febrilmente, mientras se nutría de libros de ocultismo y magia. Su soneto más reconocido titulado “El desdichado” está infestado de melancolía y tristeza. Para terminar con su sufrimiento existencial decidió ahorcarse a los 46 años

 

El siguiente “poeta maldito” era Charles Baudelaire. Su pluma era como un cuchillo afilado, cortando las almas de quienes leían sus versos y prosas. Sus palabras se teñían de veneno y bálsamo al mismo tiempo, atrapando a los incautos en una danza de deseo y perdición. El láudano y el hachis envolvían al poeta en una atmósfera voluptuosa la cual se parecía a una habitación iluminada por la luz del crepúsculo, y en la que el aroma del almizcle producía ensoñaciones etéreas y satánicas a la vez. El dolor, el hastío y el amor eran los temas principales que abrumaban a Baudelaire.

 

Luego estaba Arthur Rimbaud, un joven rebelde que escribía con la furia de un huracán desde los 14 años. Sus poemas estaban escritos en verso y prosa que laceraban igual a puñales lanzados al corazón de la sociedad. Enemigo del burgués escribió febriles meditaciones con un furor espiritual y una clarividencia de alucinado que atacó la hipocresía moral de su tiempo. Poeta vidente que buscó el desequilibrio de los sentidos a través de los “paraísos artificiales” para hallar una realidad oculta para la mayoría de los individuos. Se decía que Rimbaud había vendido su alma al diablo a cambio de inspiración, y que su sangre ardía en cada palabra hasta que renunció a escribir convirtiéndose en comerciante y contrabandista. Murió joven por un tumor en su pierna.

 

El libro de “Los poetas malditos” continuaba con Stéphane Mallarmé, poeta maldito y hermético, sus versos eran un enigma, laberintos de significados, y sus metáforas brillaban igual a ramas de árboles siniestros, mientras labraba sus condenados versos en la oscuridad. Mallarmé vivía en las sombras, sus ojos brillaban con una luz sobrenatural la cual permitió la renovación de la poesía de su tiempo.

 

El siguiente poeta condenado era Isidore Ducasse, El Conde de Lautréamont (del otro monte), nacido en Montevideo en 1846, revolucionó las letras francesas con los “Cantos de Maldoror”, una obra en donde el mal es el director de una orquesta infernal. Un océano venenoso se extiende a lo largo de las páginas intentando ahogar al ser humano. El destino podrido del perverso Maldoror lo obliga a la blasfemia y a la enquistada inclinación hacia lo malo en el cual aprecia la belleza de la descomposición y putrefacción del espíritu humano. La Guerra Grande del país en el que nació le corrompió el alma a Isidore Ducasse, cadáveres insepultos comidos por los perros, peste, hambre y mutilación fueron perlas del collar anímico del poeta. Fue otro maldito. Murió a los 24 años en París.

 

El libro de “Los poetas malditos” era un portal hacia otro mundo, un lugar donde las palabras tenían vida propia y los textos se convertían en realidades que asesinaban al espíritu. Quienes lo leían quedaban atrapados en su hechizo, condenados a vagar por las calles empedradas y mojadas de la ciudad hipnotizados buscando un manicomio o la vía del tren para tirarse. 

 

Es así que el libro de poetas malditos seguía su existencia en la penumbra esperando a que alguien más se atreviera a abrir sus páginas y liberar a los poetas atrapados en su tinta, porque, al final, todos los versos tienen un precio, y la inspiración es la moneda de cambio en el oscuro mercado de las palabras.

 

LA POETISA EN EL MANICOMIO

 

En un rincón oscuro del manicomio, entre paredes desconchadas y pasillos que susurraban secretos de antiguos enfermos, vivía Elena, la poetisa. Su cabello enmarañado parecía un nido de cuervos, y sus ojos, perdidos en la bruma de la locura, buscaban respuestas en las sombras y en las estatuas mutiladas del patio. Intoxicada con antidepresivos, antisicóticos y benzodiacepinas, deambulaba durante todo el día.

 

Las enfermeras la llamaban “la dama de las palabras”. Elena se sentaba todos los días junto a la ventana observando el mundo exterior a través de los barrotes. Sus manos, manchadas de tinta y cicatrices, trazaban versos en las paredes. Versos que hablaban de amores rotos, de sueños desvanecidos y de la soledad que habitaba en su alma dolida en el pecho.

 

Una tarde, mientras el sol se ocultaba tras el monte, Elena encontró un pequeño cuaderno abandonado en un rincón. Las páginas estaban en blanco esperando ser escritas con sus pensamientos. Con una sonrisa en los labios y una gota de baba que le caía tomó una pluma y comenzó a escribir:

 

“En el oscuro jardín del manicomio, los locos maldicen a los ángeles caídos. Sus risas se confunden con los aullidos de los lobos y el eco de las campanas. Yo, la dama de las palabras, observo desde mi torre de papel. Mis versos son mis alas, mis sueños, mi única libertad”.

 

“¿Por qué, si hay ángeles, no hay ninguno que tenga la obligación de impedir aquí en la tierra cosas que solo deberían suceder en lo más profundo de los infiernos? Escribo esto con palabras corrientes, lo escribo como cualquier otra cosa, y en realidad debería romper las paredes piedra a piedra y lanzarlas una a una contra el Cielo para que alguno de ellos se diera cuenta de que aquí abajo tiene obligaciones. Quizás me condene a mí misma con estas palabras, pero a mí me corresponde escribirlas.”

 

Elena continuó escribiendo el cuaderno con sus pensamientos más profundos. Sus palabras se deslizaban como un bálsamo para su alma atormentada. A veces, los otros pacientes, se acercaban a escucharla recitar sus versos. Sus ojos brillaban con una luz que solo los poetas y los locos conocen.

 

Una noche, cuando la luna estaba alta en el cielo, Elena dejó el cuaderno en la ventana. Esperaba que alguien más lo encontrara y leyera sus palabras. Quizás algún ángel, o tal vez otro poeta perdido en la oscuridad.

 

Entre las paredes del manicomio, Elena siguió escribiendo y componiendo un libro de poemas alucinados. Los poemas olían a remedios. Sus versos se mezclaban con los suspiros de los enfermos y el eco de las campanas. Nadie sabía si sus palabras llegarían más allá de esas paredes, pero ella seguía creyendo en la magia de las letras y en el misterio de la poesía.

 

fotografia de Federico Rivero Scarani

Federico Rivero Scarani, 1974, Montevideo-República Oriental del Uruguay.


Docente de Literatura egresado del Instituto de Profesores Artigas. Colaboró en diversos medios Uruguay como El Diario de la noche, Relaciones, Graffiti, y también en revistas internacionales como Archivos del Sur (Argentina) y Banda Hispânica.com (Brasil), Carruaje de Pájaros (México), InComunidade (Portugal), Resonancias (Francia), entre otras. Publicó un ensayo sobre el poeta uruguayo Julio Inverso (“El lado gótico de la poesía de Julio Inverso”) editado por los Anales de la Literatura Hispanoamericana de la Universidad Complutense de Madrid, España. Participó en antologías de poetas uruguayos y colombianos (“El amplio jardín”, 2004) y Poetas uruguayos y cubanos (“El manto de mi virtud”, 2011). Mención Honorífica por el trabajo “Un estudio estilístico de Poeta en Nueva York de Federico García Lorca”, 2014, Organizado por el Instituto de Estudios Iberoamericano de Andalusíes y la Universidad de La Plata (Argentina). Accécit 18º Concurso José M. Valverde, 2014. Fue docente de la cátedra de “Lenguaje y Comunicación”, en el Instituto de Profesores “Artigas”.- Miembro de REMES (Red Mundial de Escritores en Español), y del sitio autores.uy. Promocionado por la “Biblioteca Nacional”, Ministerio de Cultura del Uruguay y “Biblioteca del Poder Legislativo”.


Colabora con artículos, ensayos, traducciones y poemas en diversas revistas internacionales de Latinoamérica y Europa.


Obras: “La Lira el Cobre y el Sur “(1993); “Ecos de la Estigia” (1998);”Atmósferas”, Vintén Editor (Mención Honorífica de la Intendencia Municipal de Montevideo, 1999); participó en el CD “Sala de experimentación y trabajos originales”, Maldonado 2002; “Noctambulario”, CD con poemas del autor y del poeta brasilero Rodrigo Petronio recitados por Federico Scarani, digitalizados por el poeta y perfórmer Juan Ángel Italiano, (2003); “Synteresis perdida”(2005); “Cuentos Completos” (2007); “El agua de las estrellas” (2013); “Desde el Ocaso”, (2014) editado en las páginas digitales EspacioLatino.com /Camaléo.com; “Reflejos de la Oscuridad”, (2018), autores.uy. “Amor, Barniz Gris”, JustFiction Edition, Letonia, (2019),”Este no es un otoño más “, Editorial Rosae, Montevideo, (2021), “Lesbianas”, Ed. Rosae, (2022).

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