Makyo es una palabra del sánscrito que significa sueño o alucinación.
VII
¿Más quién soy yo? El sueño de un dios que murió y que aún sueña debajo de las piedras.
Cuando las chicharras muerden el viento de marzo, me anuncio. Nazco. La vida toda empieza, me vuelvo calor, flor que revienta su rocío al alba.
VIII
El muro de las palabras. El andamio no me deja crecer.
La valla aplasta. La cavilación se desmadeja y se queda con piel de náufrago en mis aguas ocultas.
Me sumerjo. Hurgo. Encuentro en los detalles la tragedia oculta de mis actos. Me repito en los gestos, hasta que de pronto se suelta la última amarra y un ojo nuevo aflora balbuciente.
Si pudiera abandonarme. Si solo pudiera vencer esta resistencia, este apego y no sentir temor de ser nube o simple gota de lluvia.
IX
Se desencanta la tarde.
En ocre nace.
La voy del peregrino huye.
Él, su sombra y el eco han quedado
Presos en el musgo.
Estoy soñolienta.
El sol ahueca mi corteza.
Estoy sedienta de humus y de espera.
Soy una mujer con el cuerpo encendido
Como una gacela quemada por la tarde.
X
Los pájaros me hieren. Las flores apretujan mi cara con su olor.
Las puntas de mis seños se abren al calor.
Es el tiempo del agua y la cebada.
Crescendo.
Habito el vaho de las hojas. Se deshacen en brotes de tinta y sol.
Yo estoy aquí junto a la ventana, herida sobre la tarde.
Nadie besó hoy mis dedos de hilandera.
XI
Esta es mi morada. Soy la abadesa.
Entorno los ojos solo para buscar la noche.
Vivo en mí. Mas no muero porque tú no me conoces.
Poseo un nombre de secretas vocales
Y si te lo hago saber serás mi dueño.
Los portones se abren y se cierran.
Solo el viento logra atravesar los muros algunas veces.
Afuera el viento aúlla como el hocico de un lobo.
Las nubes madrugan sobre las lágrimas de San Pedro.
Un hombre pasa enfrente de mi morada.
Escucha mi soledad y en las cerradas vocales
de mi herida presiente el conjuro.
Se aleja. Deja su sombra en el umbral
como un abrigo.
Aún no llega el tiempo de las aceitunas.
XII
Es mi noche encerrada. La misma que aman los gitanos
trenzados sobre la tierra.
Es la noche en que Beder muere y el caballo se quiebra
en las estrellas.
Es la noche con el mismo latido agitado que acompaña mi infancia.
La gran noche del jardín donde cada árbol tiene nombre de gigante, en donde viajo atando la luna.
También es la noche del sollozo contenido,
cuando mi madre se escapa de mis brazos
con voz de violín. Silenciosa. Cruza su dormitorio
de puntillas, persigue su ejército de duendes.
Es la noche. La voz, el precipicio, el pozo, la manzana no hallada
y siempre buscada.
Es la noche susurrante en que pierdo las llaves
de mi vida y los tesoros, íntegros, se muda a otro sitio.
Viajan sobre el lomo de una nube bifronte.
Es la noche en la que el verdugo corta los pies de la bailarina.
Aquí están los zapatos rojos. Mudos.
Rotos dentro del sueño.
Todo el peso de la noche se deposita en ellos.
XIII
Vivo. Otros dicen que sueño y que los sueños me atan a mi casa
de vidrio y cerraduras.
Solo yo sé de los cuartos menguantes, de mi cama de arena, de un hombre que entró en mi casa una tarde precisa a vulnerar la cifra más secreta y dejó en mi almohada los cinco picos de la estrella.
Vivo. Otros dicen que sueño. Solo yo sé de un rumor de galaxias, de un lecho de paja cubierto de estrellas en media montaña, en donde estaba la Madre llorando.
Bien sé que duermo en los senderos que van a mi centro. Miro mis ojos de leona verde en un río de serpientes.
Otros dicen que sueño. Pero yo sé que mis manos acunan un caballo de mar muerto en la playa y permanezco despierta mientras la sombra de una nube pasa.
Vivo. Mientras duermo vivo y los sueños no me aplastan en mi casa de vidrio y cerraduras.
XIV
Toco la carta suavemente. El mago murmura algunas palabras que no entiendo. Dice que la mujer del coche soy yo.
No puedo lanzarme desde aquí, aunque quisiera tener el valor de hacerlo. Soy yo, la mujer, esta criatura mágica que tira de las riendas de este coche, sin haber descubierto nunca quién las puso en mis manos.
No comprendo cuál es mi papel. Lo cierto es que estoy aquí desde siempre, en lo alto, mirando hacia delante, sin parar, sin hacer un solo momento de tregua. No puedo hacerle concesiones a nadie. Estoy aquí y eso me basta.
Quiero que otra persona venga de pronto. Pero no. Nadie podría atravesar conmigo tantos lugares, tan altos, tan angostos y gigantescos sueños, aquí conmigo en este coche.
Temo perder las riendas. Si alguien viene podría adueñarse del coche, de los dragones y también de mí. Necesito llegar lejos, a las cumbres, a las puertas azules de los montes, o quizás más alto aún: a las nubes.
Temo quedarme sola; sin embargo, no puedo detenerme. Es el destino y a ese sitio se llega a oscuras en la ceguera total. Tiene que haber un final, por eso continúo mi ruta, mi viaje total con las estrellas. ¿Cómo será ese fin? ¿Será la muerte líquida, será la muerte blanca, la de la creación, la que me aguarda, o será la muerte-muerte?
Basta, no importa ya nada. Tengo mi alma y el coche en movimiento. Soy la mujer que dirige un carruaje con los dragones de Medea. Sé hacia dónde voy. Si alguien pregunta por mí, díganle que me vieron pasar, que salí al alba y que no regreso más.
Mía Gallegos nació en Costa Rica en abril de 1953. Es escritora, periodista, ha publicado libros de poesía, de cuentos y de ensayos. Sus libros de poesía: Golpe de Albas. Los Reductos del Sol, Los Días y los Sueños, El Claustro Elegido, El Umbral de las Horas. Cuentos y prosas poéticas: La Deslumbrada. Ensayo: Tras la huella de Eunice Odio. En el año 2020 se publicó una Antología de su poesía en la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia. La Editorial Nueva York Poetry Press publicó en el 2021 su poemario Es polvo, es sombra es nada.
Sus poemas figuran en antologías latinoamericanas y de España. En 1985 participó en el Programa de Escritores en la ciudad de Iowa en los Estados Unidos. Ha recibido en tres ocasiones el Premio Aquileo J. Echeverría en la rama de poesía. Pertenece a la Academia Costarricense de la Lengua..