Cultura

Mi abuela Bette Davis | Mía Gallegos

Mientras observo a Bette Davis en el cine, 

te recuerdo, abuela Hilda. 

Te pareces tanto a ella 

y quizás por eso miro esa ancha frente de la actriz, 

sus ojos grandes y húmedos, 

con las cejas altísimas 

y una boca que recuerda la tuya. 

 

Siempre dije que te parecías, 

me gusta Bette, 

me gustas tú. 

Siempre quise mirarte y mirarte 

pese a la distancia que nos trazó el destino. 

 

Apenas sí te conocí 

pero en el mapa de las constelaciones, 

ahí donde el aura nos amarra 

me heredaste 

un divorcio, 

separaciones, 

pruebas 

y una lucha por permanecer erguida. 

 

Hoy miro a Bette Davis, 

veo una película que me deja anonadada. 

La actriz hace el papel de la mala. 

La mala muy mala muere. 

 

También en 1985 te llegó el momento de morir. 

Decían que eras mala. 

Esos hombres y sus palabras malditas. 

Siempre los altisonantes patriarcas 

que no conocen la libertad. 

 

Abuela, miro a Bette para reconocerte. 

Algo en el cielo estalla, 

deshago el destino, 

una luz blanca me recorre ahora, 

no te olvido, 

no te he olvidado, 

la película ha terminado. 

Me despido 

para descubrir tu rostro de nuevo, 

otra  vez. 

  

 

De nuevo te invoco, abuela, 

Estoy en el umbral 

y miro lo real y lo que invento. 

De nuevo miro a Bette Davis 

y te nombro. 

 

Viviste en tiempos aciagos. 

¿Dónde te guarecías cuándo el dictador Hernández 

mató a 32 mil indígenas y campesinos? 

Tú estabas en la capital salvadoreña con tu familia. 

Este no es un guion de Bette Davies. 

Ese mismo bárbaro de Hernández 

consiguió un salvoconducto para que te arrebataran  

a tus cuatro hijas. 

 

Te quedaste ahí, viuda y casada, 

maltrecha, 

hundida, 

humillada. 

 

Decían que tenías un amante. 

Malas lenguas aquí y allá 

que se ensartan en lo ajeno. 

 

Las catorce familias ostentosas. 

Yo no habría tenido cabida en tu mundo. 

Siempre he sido frontal y rebelde. 

Sin embargo, con una mirada me reconociste. 

Madre, tu hija, nunca logró mirarme así. 

Siempre fui una extraña para ella. 

Y ella enfermó por no tenerte cerca. 

Nunca perdonó la separación. 

Por eso entre los papeles que me heredaste 

te busco, 

te encuentro, 

te recorro. 

 

Tu vida no fue la película de una afamada actriz. 

Tu guion se  escribió con sangre. 

El único director fue tu desafío: 

te gustaban las letras, las tertulias, la música. 

Tú misma tocabas al piano, 

eras una mujer que debió nacer en otro tiempo. 

 

Pero yo miro a Bette para seguir soñándote. 

Tu mirada es el abrazo que siempre necesité. 

Me has heredado tus poemas. 

Yo también soy desafiante 

y lo he pagado con creces. 

Siento tu palpitar. 

Te leo, te resucito. 

 

Abuela Hilda, abuela Bette. 

Me parece estar viendo una película, 

pero es tu vida y la mía 

que se entrelazan en un punto. 

 

 

Fotografia de Mia Gallegos

Mía Gallegos nació en Costa Rica en abril de 1953. Es escritora, periodista, ha publicado libros de poesía, de cuentos y de ensayos.  Sus libros de poesía:  Golpe de Albas. Los Reductos del Sol, Los Días y los Sueños, El Claustro Elegido, El Umbral de las Horas.  Cuentos y prosas poéticas: La Deslumbrada.  Ensayo:  Tras la huella de Eunice Odio. En el año 2020 se publicó una Antología de su poesía en la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.  La Editorial Nueva York Poetry Press publicó en el 2021 su poemario Es polvo, es sombra es nada.

Sus poemas figuran en antologías latinoamericanas y de España. En 1985 participó en el Programa de Escritores en la ciudad de Iowa en los Estados Unidos. Ha recibido en tres ocasiones el Premio Aquileo J. Echeverría en la rama de poesía. Pertenece a la Academia Costarricense de la Lengua. 

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