Cultura

Los moradores | Moisés Cárdenas

A la hora de la siesta en una tarde de otoño, Zohar se despertó de forma abrupta, cuando escuchó los fuertes ladridos de unos perros que perseguían a varios caballos, que galopaban en una calle de tierra que estaba detrás de su vivienda. No obstante, Polaco el perro blanco de Zohar, se escapó como loco desde la casa para alcanzar a los animales. 

 

El canino estuvo fuera de su hogar por un rato, hasta que su dueño empezó a preocuparse. Entonces como no llegaba su compañero, salió a buscarlo. No se sabe cuánto tiempo pasó en hallarlo, pero por fin lo encontró en la cima de una calle empinada, el animal estaba comiéndose un hueso. 

 

Cuando Zohar vio a su mascota, lo acarició de forma apacible, lo agarró del collar color rojo que tenía Polaco en el cuello, y de manera cariñosa lo llevó hacia la vivienda. Cuando estaba por ingresar a la casa con el canino, justo en ese momento, subió por la cuesta un campesino montado en un caballo. Las pisadas del animal sobresaltaron al perro. Su dueño lo metió rápido a la vivienda, cerró la puerta de madera y subió la calle. 

 

Cuando llegó a la cima, apareció una luz verde fosforescente que dejó entrever la figura del caballo y del hombre. De pronto él sintió que alguien lo empujó hacia la claridad. 

 

Pasaron siete minutos desde el acontecimiento, cuando Zohar se vio frente a una cuesta. El camino estaba polvoriento y alrededor del mismo se encontraban muchos arbustos. Él se encontró algo aturdido, miró la calle empinada y pensó por unos segundos en subirla. Decidió caminar despacio hasta que llegó a la cima. En el lugar estaban cinco hombres con rasgos indígenas, que cuando lo vieron lo saludaron. Los sujetos tenían puestos unos pantalones anchos, unas camisas de cuadros y llevaban pañuelos en el cuello. Zohar miró que, más allá de la cuesta, continuaba otra calle, entonces la siguió. Los hombres iban detrás, hasta que se detuvieron cuando unos caballos pasaron frente a ellos. Uno de los tipos, alzó las manos, y unas de las bestias se detuvo.

 

—¡Vamos a domar! —pronunció uno de los hombres.

 

Zohar se quedó mirando cómo el tipo se subió sobre el animal y lo cabalgó a pelo. El caballo se levantó en dos patas y relinchó. Los demás animales se dejaron montar por los otros hombres, mientras Zohar caminó por un sendero de tierra. Unos minutos después, una mujer bajita de pelo largo color negro azabache, le ofreció una jarra de barro. Zohar la tomó entre sus manos y vio que estaba llena de agua. 

 

 —Debes tener mucha sed —dijo la dama con una voz suave.

 

Cuando bebió el líquido, varias mariposas amarillas y blancas sobrevolaron muy cerca de él. La fémina lo invitó a que conociera el lugar. Zohar observó varias casas de techo de caña y paredes de adobe. En las entradas a los hogares se encontraban telas de bellísimos colores. 

 

Continuó por estrechos callejones, donde observó a un grupo de niños jugando con una pelota de trapo. Mientras miraba a los pequeños rodar la esfera artesanal, un hombre delgado con pelo largo color negro, lo abordó. 

 

—¿Qué haces acá? —preguntó el sujeto con voz baja.

 

—Seguí una pendiente y me encontré en este lugar.

 

Le latió el ojo izquierdo a Zohar, y miró de nuevo al hombre. Notó que el sujeto tenía una cicatriz en el rostro. El tipo se identificó como El Gaucho, y le comentó a Zohar que el sitio donde estaban, era un rincón donde vivían Los Moradores, gente que domaba y danzaba bajo el sol, lugar que caminaban descalzos en la tierra. 

 

Después de beber un té de ruda, El Gaucho le presentó su familia. La esposa del hombre que tenía la cicatriz en el rostro, le dio al visitante una planta de verbena. 

 

—Cultívala cuando llegues a tu casa —dijo la mujer con un tono de voz suave.

 

Zohar agarró la planta, y sintió una fuerte brisa. La gente que estaba en el lugar corrió hacia las casas, y en ese instante el hombre de pelo negro acompañó al visitante por una cuesta, mientras la familia del sujeto lo siguió. Hechizados por ciertos sonidos extraños, prosiguieron por la pendiente hasta que sus pies tocaron un suelo espeso. Miraron al piso. Para ellos la tierra era de color grisáceo. Alzaron la vista y observaron objetos que se desplazaban rápido. 

 

Caminaron un poco más, pero Zohar ya no estaba. Él viajaba a gran velocidad por un conducto de luz intensa, mientras El Gaucho y su familia eran absorbidos por una nueva civilización.

 

Fotografia de Moisés Cárdenas

 

Actualmente radicado en Córdoba, Argentina. Moisés Cárdenas nació en San Cristóbal, Estado Táchira, Venezuela, el 27 de julio de 1981. Poeta, escritor, profesor y licenciado en Educación Mención Castellano y Literatura.  Egresado de la ULA-Táchira. Ha publicado en antologías de Venezuela, Argentina, España, Italia y Estados Unidos.  Entre sus obras: 

Libro Relatos de cualquier tipo, Editorial Solaris de Uruguay, 2022. Poemario En el jardín de tu cuerpo, Sultana del Lago Editores, Venezuela, 2021. Novela de género testimonial, Los ojos de un exilio, Editorial Avant, Barcelona, España, 2020. Publicación digital, Obra poética y narrativa, Biblioteca de Autores y Temas Tachirenses, volumen 208, BAT. San Cristóbal, Táchira, Venezuela, 2018. Poemario infantil Mis primeros poemas, Ediciones Ecoval, Córdoba, Argentina, año 2015. Poemario Poemas a la Intemperie. Editorial Symbólicus, Córdoba, Argentina, 2013. Poemario Duerme Sulam. Editorial Cecilio Acosta, Museo de Barinas, Venezuela, 2007. Poemario El silencio en su propio olvido, Ministerio de Educación (IPASME) Caracas, Venezuela, 2008. Ha colaborado con artículos literarios en la revista Digital Incomunidade, Oporto-Portugal. En el Diario Digital Identidad Latina Multimedia de Hartford, Estados Unidos.




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