Cultura

Génova | Santiago Montobbio

 

Me dispongo a leer La lente scura, de Anna Maria Ortese, que compré y quise leer hace muchos años y quizá ahora encuentre su momento. Escritos de viaje fue su primer título, y luego la vista, la manera de ver y de sentir -que es la del adentro- decidió e impuso el otro. Creo hablé de este libro, unido a mi sentir Italia, a mi manera de vivirla. Leo el prólogo a este libro, de la propia escritora, y comenta estas cosas. Cómo viaja, cómo viajó, qué era Italia, su sentir y su mirada al viajar. Así la Italia de entonces (“L’Italia era ancora molto povera, non offriva una vita facile. Tuttavia questa vita era simile a un campo pieno di confuse, grandiose possibilità; e la speranza -e il rischio- bastavano”), la mirada de su lente oscura. “Particolarmente nelle pagine romane, mi trovai libera del tutto da impegni di giornali, e quindi da impegni di parte, e scrissi solo ciò che vedevo attraverso la Lente Scura di una giovinezza trascorsa nel confino di classe (c’era anche questo confino in tutto il Paese). E anzi, La lente scura, avrebbe potuto essere il titolo giusto per questa raccolta, se mi fosse stato consentito scrivere sempre per me, alle dipendenze di nessuno, cosa difficile quando chi paga, e rende possibile il vivere, predilige le Lenti Rosa, o di altro chiaro colore”. La sorpresa de cómo viajó, de cómo escribió de sus viajes, y que puede encontrarse en la sorpresa que le causa la inesperada aparición de su Viaggio in Liguria: “Qui, altre due parole per il Viaggio in Liguria, di cui non ricordavo nemmeno l’esistenza, e che mi è stato riportato davanti agli occhi, insieme a tutta la Seconda parte, dalla instancabile ricerca e, penso, divertita curiosità di Luca Clerici. E questo Viaggio in Liguria è proprio, per me, nella sua scrittura sbandata e ansiosa, spezzata, esitante, l’immagine dell’animo con qui cominciai a guardare l’Italia, dopo il ’60: spavento e un già deluso amore della ragione; la ragione (delle cose) non la vedevo più, como quell’Alessi che parla di contino del suo comandante che lo perseguitava, e della terra ligure tutta comprata dal turismo. Non é vero, non era vero: ma è certo che una “occupazione” l’abbiamo avuta: altre “civiltà”, altri popoli ci sono addosso, insieme alle nostre vecchie pietre, e a stento respiriamo”. Veo el índice, sitios de Italia en que he estado y en los que no he estado, de los que he leído, que he vivido, que siento dentro. Que son para mí. Italia y ellos mismos. A los que a veces he viajado. ¿Cómo viajo yo?, puedo preguntarme, al ver que así se lo pregunta Anna Maria Ortese de cómo viaja y viajó ella, y a su sentir sorpresa al pensarlo y responderse. Veo que sí leí (hay fragmentos señalados) lo que escribió allí y está en este libro de Nápoles. No sé si lo leí antes o después de ir. Con cuánta ilusión fui, cuánto deseaba ir a Nápoles. Dar unas conferencias en su universidad (L’Orientale) y presentar un libro en su Instituto Cervantes me dio la oportunidad. No sé si escribí. Bueno, algo escribí, pero una impresión, algún texto, algún apunte, no, desde luego, un cuaderno de viaje. Y cómo lo busqué y deseé ir, y cuánto disfruté conociéndolo, estando allí. He ido y escrito y a veces escrito un poco o nada. Recuerdo ahora -me veo allí- que en una plaza de Nápoles oigo cómo dos amigas hablan de un chico que escribe, y escribe cosas de Nápoles. Y esto me sorprende. Y pienso que podría decirse que yo escribo de cosas de Barcelona. Pero también me sorprendería que se dijera. Me sorprende ya así decirlo. Y así escribo, así viajo. Sin saber, como algo que a mí mismo me sorprende -y que en cambio es, es de alguna manera, y tiene en ella cierta consistencia (digo cierta por referirme, precisamente, a la manera de ser). Pienso en Italia. Lo que he viajado a Italia y lo que he escrito de y en estos viajes y lo que he encontrado y buscado en mí y en mi ciudad y en otros sitios y cómo a veces de estas búsquedas y encuentros también he escrito. Y otras no. Otras no he escrito.

 

Veo así en el índice de este libro Nápoles, Milán, París, Sicilia, Turín. Releía el libro póstumo de notas autobiográficas de Italo Calvino, Eremita a Parigi. Sé por él cómo piensa -y así debe ser- que Italo es nombre que ponen con nostalgia los emigrantes, y se lo pusieron sus padres tras décadas de vivir en América, pero que en Italia suena a nacionalista, la Italia a la que volvió niño. Habla del estar en un sitio y en otro, de su pertenencia y no pertenencia a ninguno. De su vida entre Milán y Turín. Con qué ilusión también a estas ciudades fui, y muy poco escribí. El encuentro en Milán con Giuseppe Bellini, y poder respirar con él la ciudad. Y Turín. Hay unos poemas escritos desde el aire, y uno ya en la ciudad, tras pasear junto al Po, pero nada más. Los acabo de dar a una traductora de Florencia -y Florencia tan lejana, en mi juventud. Y Turín casi en silencio. Y cómo me agradó, cómo disfruté también de poder en ella estar, y andarla. Su elegancia de ciudad que parece ya del centro de Europa, que es ya casi Viena, cómo se nota que ha sido corte en el trazado de las avenidas, en las plazas principales. El placer de andar bajo sus soportales, de estar en un café. En esas cafeterías que tiene su chocolate propio, en que se guarda silencio -un silencio que es respetuoso pero afable-, cafeterías que aquí hemos perdido y allí continúan desde el XIX, cuando se fundaron, como continúan la elegancia y el estilo. Lo disfruté, pero no escribí. Casi no escribí. De Milán y Turín. O de Sicilia. Lugares unidos a mi vida también por mis lecturas, ciudades en las que sientes sencillamente que te reencuentras porque ya las conocías, eran de algún modo tuyas. En el libro de Calvino hay un Diario americano que recuerdo de mucho interés, y en el de Anna Maria Ortese cuadernos de viajes a Rusia y a Praga. Compré de Miguel Delibes Usa y yo en un librero de viejo, y dejé escapar Europa, parada y fonda, y lo lamento. Porque pienso que sus impresiones han de ser de interés. Cómo me interesaron las de Calvino. Espero releerlas. Recuerdo que Miguel Delibes decía que en sus libros de viajes había intentado poner algo de la zumba que ponía y había en los de Josep Pla. Tengo sus cartas de Italia o textos de París de los años veinte por leer. Seguro que me gustarán. Pienso que yo no he querido poner nada en lo que escribo, nada especial, ni seguir ningún modelo. Estoy pasando ahora, tantos años después de escritos, los cuadernos de dos estancias en Venecia y esto pienso. Que escribí sin voluntad previa de hacerlo de ningún modo especial, ni nada poner. La libertad de Italia, el refugio de Italia, la búsqueda de Italia. Adentro sentirla, vivirla. A veces de ella y su sentimiento -su sentirla- escribir. Italia a veces también la ausencia, lo que aún no ha podido ser. Pienso así en Italia. Pienso en Capri, en Trieste. Pienso en ausencias. Ausencias que siento. Certezas. Recuerdo haber escrito de la ausencia, de la falta, de lo que es Capri y era para mí Trieste, adonde procuré y deseaba ir y no pude, y lo que su nombre es y me dice, lo que nombra, representa, sueña, encuentra. El destino que en algunos de sus lugares Italia es, y así los he buscado -y a veces no he podido ir. Ausencias que se sienten certezas -por reales, por verdaderas. Así Génova. Del todo, particularmente Génova. Cuánto he querido ir, como quise ir, por ejemplo, a Nápoles y Turín y a estas ciudades sí logré viajar, pero no a Génova. Que he buscado. Que he querido. He estado en Montoggio, muy joven, con mis padres, camino de Roma. Pero no en Génova ciudad. Y cuánto me gustaría. Y he intentado ir en ocasiones. Se busca a Italia y se quiere ir, se procuran maneras, caminos, ocasiones, que a veces se dan y se logran y a veces no. Éstas son también una memoria. Podría así decir las veces, los intentos que he combinado o pensado de ir a Génova. Una chica de San Sebastián que hacía italiano en el Instituto Italiano y tenía novio en Milán (lo puse en algún poema, por otro motivo más triste y más grave, la enfermedad que le llegó y supe después) me habló del barco que hacía el trayecto Barcelona-Génova, para estar el fin de semana en esta ciudad, y cómo a ella le gustaba ir. Que el viaje y el mismo barco eran ya como de otro tiempo. Pero que a ella le gustaba. Y me lo apunté. Porque pensé que a mí también me gustaría ir de esta manera. Que era un estupendo plan. Y que encajaba perfectamente con mi voluntad, con mi deseo, por la manera de realizar el viaje y también por el objeto. Porque era estupendo, sí, ir en barco -un viaje y un barco de otro tiempo-, y el viaje -por su duración en el tiempo y su manera de transporte- se ceñía a ver Génova ciudad. Y es lo que yo más quería. Ya sé que toda Liguria es preciosa, y sería fantástico ver la tierra en que está la ciudad. Pero la ciudad en sí misma era ya para mí un destino -quizá el principal. También así me sucedía con Nápoles y Turín y así fueron mis viajes allí. Así que hasta con mi voluntad y mi deseo encajaba esta manera de ir a Génova, y tuve el propósito de así a ella ir. Pero no logré realizarlo. El otro día leía el dietario autobiográfico Una leve exageración de Adam Zagajewsky que me regaló Berta -una amistad que me trajo y regaló Italia, pues nos conocimos como compañeros también allí, en el Instituto Italiano de Cultura de Barcelona-, y en él en un momento cuenta cómo recibe una invitación del Veneto. Que no sabe muy bien qué decir en una intervención sobre el Veneto, pero que piensa que ya escribirá y dirá algo, pues ha de ser fiel a su máxima de no rechazar nunca una invitación a ir a Italia, España y Grecia. Buena premisa. A veces he ido a Italia por invitaciones. Que a veces había procurado, y otras han aparecido. Y otras me he invitado yo mismo. Quiero decir que yo mismo, con amistades -y no por mi poesía-, he procurado combinar ir a algún sitio de Italia al que quería especialmente ir -y así Sicilia, Turín. Podría trazar los intentos, los caminos, los propósitos buscados e ideados para ello. Los que se han logrado y los que no. Recuerdo esta aventura que también a mí me pareció elegante y atractiva, hermosa, de ir a pasar un fin de semana en Génova en barco desde Barcelona, en un viaje que tenía algo de los viajes de otro tiempo. Pero que me hubiera encantado. Así la memoria ya muy antigua de esta manera de ir a Génova, unida al deseo de ir. A Génova. De allí mi sangre de Italia. No sólo por esto quiero ir -pero también por esto. Necesito ir. Lo sé. Y que viviría Génova como quizá otra persona no la viviría. No lo sé. Digo en su nombre muchas cosas. Lo pienso y recuerdo porque entre sus cuadernos de viaje hay uno de Anna Maria Ortese que se titula “Le Luci di Genova”. Lo leeré. Pero siento estas luces en la memoria, en la sangre, en el corazón. Luces lejanas y que puedes sentir de un modo único, luces con una particular verdad, que nada tienen que ver con lo que pueden ser para otros y no digamos ya con el turismo. Así Génova. E Italia, en el fondo, así. Empiezo el libro de Anna Maria Ortese y leo en el último texto que dedica a Roma: “E qui non ci sarebbe più nulla da dire, senonché mi accorsi quella mattina di come l’Italia, dal Lazio all’Emilia, e certo più su e più giù, sia verde e sola. Non vi sono che boschi, per centinaia di chilometri, un manto fitto che tutta la ricopre, come i poveri coprono la fronte con la mano, quando sono molto stanchi. E sotto quel manto sta un’Italia povera e sola”. Pobre y sola, o sencillamente ausente. También así Italia para mí. Lo que es para mí, lo que aún no es, no está, no ha sido, y es precisamente por esto por lo que aún puede ser. Algo así. Y quiero decirlo con Génova. Lo que es para mí -y es su falta. Y también, a la vez, su verdad y su peso en mi sangre, sus luces que tengo en ella, luces de ciudad de este mar, de antigua república, de ciudad de leyenda. Ciudad antigua, ciudad de adentro. Ciudades a veces en las lecturas y en los recuerdos. Ciudades en la memoria. El corazón las quiere, las busca. Luces de Génova, luces lejanas. No diré más. No diré libros -o no sólo libros. Diré necesidades, sueños, herencias de la sensibilidad y de la historia en la sangre. Génova. Quizá pobre y sola, como Italia, o verde y humilde -y no de prodigios- como es la verdadera Ítaca a la que llega Ulises en el “Arte poética” de Borges, y nos dice el poeta argentino que también así es la poesía. Así la poesía, como las montañas que bajan al mar junto a Génova, los Alpes marítimos, los pueblos y playas de Liguria, su belleza extraordinaria, y el secreto silencio de Génova adentro de la memoria. Al que aún podemos volver. 

 

Barcelona, 8 de mayo de 2021

 

ME LLEGA UN mensaje de Florencia, de Cosimo Ceccuti, director de Nuova Antologia, la revista más antigua de Italia y de Europa. Dice en él: “Caro Santiago,/ ho ricevuto il suo bel volume Vuelta a Roma: suggestiva raccolta di poesie che ben ci fa comprendere come Roma sia rimasta impressa nei suoi affetti e nei suoi pensieri. La ringrazio con amicizia/ Cosimo Ceccuti”. Le he mandado ahora el libro porque he esperado a que se reabrieran más las cosas en Italia. No creo que haya ido a la villa que en Florencia tiene la Fundación Spadolini y la revista hasta hace poco. Así lo he pensado, lo pensé, y quizá haya así sido. Me llega Florencia en su mensaje, una amistad y una memoria. Hace muchos años -estaba vivo mi padre, y le gustó mucho leer esta carta-, Cosimo Ceccuti me escribió de su puño y letra una carta de aprecio hacia mis poemas. Decía en ella que esperaba poder publicar en Nuova Antologia poemas míos en unas buenas traducciones al italiano. No conseguimos hacerlo, pero en la revista dedicaron atención a algún libro mío. Algo excepcional, siendo yo un poeta español. Pero que siento tanto a Italia, como este libro le ha hecho de nuevo ver a Cosimo Ceccuti a través de mi vivencia de Roma. Una memoria, una amistad, la de la poesía, la de nuestro trato, la de mi padre. En Florencia entrevistó a La Pira, y fue portada de la revista El Ciervo. Recuerdo que a Valerio Nardoni -también Florencia- esto le interesó mucho, y me pidió esta entrevista para el Centro Giorgio La Pira. No sé qué habrá sido de eso, qué fue. De Valerio vino Clarissa Amerini, quien me había pedido hacía poco traducir poemas míos para una revista de Florencia en la que colabora. Le di poemas que también son italianos, los Poemas de Turín, que se traducirán y saldrán en Florencia. En Florencia también Martha Canfield y el Centro di Studi Jorge Eduardo Eielson, al que nos invitó -ella organizaría el encuentro-, como hizo cuando nos invitó a comer Giuseppe Bellini tras el acto que habíamos hecho juntos, en Milán, poco antes de su muerte. Al que ella asistió, como a la comida posterior. Milán. Florencia, Roma. Turín. Es curioso: me llega este mensaje de Florencia y me la hace otra vez tener en el corazón, a ella y a Italia. El sentimiento y la vivencia de Italia. Y justo en este momento estaba pensando que quería volver a leer el capítulo que Anna Maria Ortese dedica a Génova en La lente scura. Capítulo que ya me llamaba la atención, pero que además me interesó muchísimo, porque dice en él cosas que están en la raíz de todo, de toda pasión y conocimiento, quiero decir que son raíces del misterio y del sentir, de que vayamos a los lugares y las cosas. Que siempre son algo otras. Que siempre son distintas y misteriosas, y van más allá de sí mismas, y no acaban, no acaban de sentirse ni de decirse ni de saberse ni comprender del todo qué son. Así es si estas cosas o lugares o libros tiene verdadera entidad. Y eso es que tengan verdad y enigma, y lo que antes he intentado decir. Lo dice de su particular y muy bella manera Anna Maria Ortese respecto a Génova. Lo que dice y siente de Génova podemos ampliarlo o elevarlo, sentir que podría sentirse o decirse algo parecido de algún otro sitio -para nosotros o para otros. A la vez da razón de la fascinación que yo siento por Génova y sólo por Génova y creo que sólo de Génova cabe así sentirlo y decirlo, a partir de ella. Así lo sentí y me lo dije al leer este capítulo que le dedica, en los párrafos que con fruición subrayé. Voy a buscarlos, para que sea la escritora napolitana quien dé razón de este misterio y pozo inacabable. Así el mar que es otro y más que el mar, y lo que no puede ser otra cosa y es otra cosa, y distinta, muy otra, muy única dentro de Italia. Así para mí Génova y mi buscarla y mi querer ir a ella y el esto ser aun no habiendo logrado ir. Por esto una alegría y una sorpresa -o no, quizá esto último no- encontrar las razones de este misterio que es Génova que nos da Anna Maria Ortese. Voy a buscar estos párrafos de “Le Luci di Genova”. Ahora hablará ella, aquí, primero, en su primer párrafo: “Due anni fa, di questi giorni, mi preparavo a partire per Genova dove contavo di rimanere almeno qualche anno. Mi era stata descritta (e un po’ me la ricordavo per esserci stata qualche volta, di passaggio) come una magnifica città mediterranea, molto azzurra e attraente, col porto pieno di navi imbandierate e, a due passi, la montagna tutta venata di torrenti e anche qualche fiume. Antenne, fumaioli e marinai ovunque. Ora, non voglio dire che questa immagine mi dispiacessse, ma solo ce non ero preparata a quanto trovai, e che perciò mi sorprese molto”. La llegada y su extraña belleza: “Qui, scesi proprio in piazza Principe, ch’è un po’ come la piazza Missori di Milano, per quei palazzi massicci e grigi, di un grigio fumo, così almeno li ricordo; ma qui, c’era in più una strana belleza, come d’acquario: la notte era limpidissima”. Y el misterio y las razones del misterio, de que por él Génova sea sola y única, como leemos en la página 114: “L’indomani mattina cambiai albergo, anche perché questa camera era già prenotata, e andai a stare per una decina di giorni in uno più banale e più piccolo. Era a due passi dal porto, e dai meravigliosi portici di Sottoripa che lo fronteggiavano. Quante mattine ho passato lì. Era la stessa visione dei Tribunali, a Napoli: un formicolare di sole e polvere, di ombre, ori, colori; una eterna folla ed eterna solitudine, con in più qualcosa che a Napoli non c’è: un senso dello spazio (sebbene non molto visibile) e una serietà e dolcezza, una pazzia ben controllata, ch’è propria delle grandi città del passato, e un passato marino. Qui, a questi tavolini, arrivava di tutto; la schiuma del mare aperto divetanva uomo, donna, ragazzo; c’era lo straniero dagli occhi quasi bianchi, e c’era il portuale attento, la cui vita è forse finita, e siede coraggioso in un angolo. Non avevo molto da fare, in certe mattine, e osservavo quietamente Genova, riflettevo a cosa somigliava e a cosa non somigliava. E sempre più mi pareva che di strettamente legato al resto dell’Italia non avesse nulla.// L’irrefrenabile esteriorità italiana, o la interiore immobilità, quanto caratterizza le popolazioni marine o montane della penisola, qui non esisteva, e c’era invece qualcosa di diverso, o di più, che non voglio dire se mi piaceva o non mi piaceva: era qualcosa di cui non avevo esperienza, e m’interessava.// Anzitutto, il cielo di Genova -e la cosa comincia forse da qui- non è molto italiano, non è ardente como ce lo dànno le cartoline illustrate, ma neppure vuoto como il cielo della Val Padana. È argento e acciaio fusi insieme, con nuvole che lo percorrono a volte gaiamente, a volte con una violenza bestiale. In quanto al mare, il famoso mare azzurro e pieno di bandiere, questo mare non c’è: io non vedevo al suo posto che una cosa grigia, respinta da ogni parte, come per una guerra non dichiarata, ma non meno reale, dai fabbricati di cemento. Ma pur essendo metallico il cielo, e remoto il mare, si sentiva la loro grandezza e libertà, il loro fiato, e i genovesi mi sembravano uscire da quella nobile aria. Ecco cos’è un genovese, pensavo, una persona molto serena e veloce, pulita e ridente. Storia, como del resto tutta l’Italia, non ne ha più, ma quella che ha avuta è presente”. Dos páginas más allá este juicio, sentimiento espléndido: “Pensai a lungo, anche per merito di quell’uomo, che Genova avesse un che di sovrumano, e lo penso ancora oggi, e quando sono un po’ triste e mi pare che non valga la pena di niente, ancora, per aiuto, ritorno a quel vecchio portuale ligure”. Y éste, que dice a Génova: “Qui, con la povertà e l’umile lavoto, vi era una semplicità e amabilità grandissima.// Si era soli, e nello stesso tempo non si era mai soli, non, almeno, al modo terribile di Milano e di Roma, dove l’altro, se non è tenuto in palmo di mano dalla società, se non brilla per cariche e denari, nemmeno lo vedono, e può gettarsi da solo nella spazzatura, se si ammala; qui, a Genova, l’altro, l’estraneo, era, come tra bambini, un amico caro, e al prestigio o ai denari non si badava. Non, almeno, tra la povera gente”. Y aquí lo que distingue a Génova otra vez, lo que le hace ser ella -Génova-: “Non posso dire, in quei tre mesi, di aver conosciuto Genova, ch’è inmensa, e per buona parte arrampicata sui monti, né di averla amata, perché per i sentimenti ci vuole forza, e ino non ne avevo. So únicamente questo: che mi dava fiducia, e un’emozione sotterranea, como di chi attraversa qualcosa di già conosciuto, e bello, e che però mai si potrà identificare.// Andare in centro, quando potevo prendere l’auto, era una cosa lieta. Sapevo che in nessun momento mi sarei imbattuta in estranei. Sui mezzi pubblici, nei negozi, passeggiando per il porto, in ogni luogo erano sguardi miti, voci note, parole familiari, como quelle che si sentono in casa. Non vi era nessun timore, in nessun luogo. Non vi si urtava né giudicava: ma sempre la mano pronta a indicarvi la strada, il sorriso schietto, una semplicità amorevole, e l’impossibilità di distinguere tra il signore e il povero diavolo. Forse, rimanendo più a lungo, avrei potuto imparare a riconoscere le varie classi, se non dall’abito, dai modi: in quel breve tempo non mi fu possibile”. Y las palabras hacia el final que quiero aquí traer, para que digan esta independencia, extrañeza y soledad en el sentir y en el ser que es Génova, que puede ser: “Io sentivo la mia piccolezza, la mia nullità, e, col vento fresco della sera, i ricordi dei miei primi anni nel mondo, di quella felicità, quel tumulto, quelle compagnie, paragonati al presente deserto, mi divenivano strazianti. Eppure, avevo l’impressione che tutto ciò che avevo amato, e quindi perduto, non fosse, come nel resto d’Italia, definitivamente cancellato dalla vita; avevo anzi la bizzarra impressione che fosse qui, presente, e questo mare fosse la sua scaturigine.// Allora, io sentivo questa città come la città più cara, più mia, fra le tante che avevo conosciuto; e una nobiltà intensa, quella stessa la cui assenza mi faceva morire, circondarmi. Qui è nato Colombo, pensavo, di qui ebbe inizio il grande fantasticare di nuovi cammini nel mondo -vedevo Lisbona, il colloquio con la regina di Spagna, il grande aprirsi, infine, di quel mondo!- E mi pareva che tanto tempo non fosse passato, e fossimo ancora nel secolo quindicesimo, e ancora qualcuno si apprestasse a partire, da questa terra, in una notte senza luce, per gettarsi verso l’oceano, verso un avvenire improbabile, ma non meno amato”. 

 

GÉNOVA QUE ERES OTRA. QUE NO TERMINAS.

Que no terminas tú de encontrar y sabes

que es distinta, y distinta y otra, y además única 

y tuya, sólo tuya, para ti, y de ella, de ella sola

su así ser, misterioso mar en este misterio de ser otro como mar

y ser distinto. Génova hacia ti, en su luz profunda, su luz distinta,

Génova hacia ti en todo lo que para ti puede ser.

Y es ella. Ella lo deja ser. Ser en ti, para ti.

 

LO QUE NO SABEMOS. LO QUE NO PODEMOS SABER.

Lo que es otro, y en ese ser otro es distinto,

más profundo y más verdadero. Vuelvo al mar

y vuelvo a Génova. A lo que puede ser.

A lo que será. El infinito misterio del vivir

que como tal infinito misterio así se te da.

Y es en su misterio otro mar. El más tuyo.

Inesperado y tuyo. Libre y tuyo, y libre tú

en él.

 

Barcelona, 20 de mayo de 2021

 

De Los poemas están abiertos, Colección de poesía El Bardo, Los Libros de la Frontera, 2023

 

Fotografia de Santiago Montobbio

 

Santiago Montobbio (Barcelona, 1966) publicó por primera vez como poeta en la Revista de Occidente en 1988, y su primer libro, Hospital de Inocentes (1989), mereció ya el reconocimiento espontáneo de ilustres autores (Onetti, Sabato, Vilariño, Delibes, Cela, Martín Gaite, Valente, entre otros). Su vasta obra poética, traducida a un buen número de idiomas, ha obtenido una difusión, un reconocimiento y una trascendencia internacionales. En su fecunda trayectoria destacan los libros previos que ha publicado en El Bardo: La poesía es un fondo de agua marina, Los soles por las noches esparcidos, Hasta el final camina el canto, Sobre el cielo imposible, La lucidez del alba desvelada, La antigua luz de la poesía, Poesía en Roma, Nicaragua por dentro y Vuelta a Roma.

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