Cultura

Alejandra Pizarnik: dulzura de concentración de cielo | Pablo Queralt

Foto de Kazuo ota

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

1 — “Primer paso” es el título de tu cuarto poemario. Hablemos de tus primeros pasos y de tus segundos pasos también. ¿Por dónde pasaste, fuiste pasando, con quiénes?…

 

          PQ — Los dí, hasta mis dos o tres años, en el Barrio de Villa Urquiza. Luego, ya en el conurbano bonaerense, residimos en Florida, partido de Vicente López. “La infancia es un país”, dicen algunos; digo yo: “al que se vuelve inevitablemente”; pero ya no en el recuerdo, sino en sus manchas indelebles, que están en nosotros, dejan su impronta y nos hacen actuar de tal o cuál manera. Los primeros años, sabemos, marcan a fuego la forma de ser, la personalidad. “Leche y miel”, recomendaba el gran pediatra Florencio Escardó [1904-1992], nutrición y dulzura, eso es lo que necesita el niño, el que crece. Sin duda, un avanzado, Escardó. En la sala, hacía internar a la madre al lado de la cunita del hijo; un ejemplo de comprensión no sólo de la enfermedad, sino del enfermo en particular. De mi libro “Primer paso”, estos versos: “a orillas del niño luz de una oscuridad doblemente oscura / playa quieta de las últimas horas que una brisa marina toca / vistiendo esta oscuridad con trenzas de peces y pájaros”. Mi infancia fue triste; no sé, tal vez no me dieron lo que yo necesitaba, o demandaba demasiado; tuve un jardín, “un huerto claro donde madura el limonero”, donde jugaba a la pelota, y en la adolescencia, al volver de “la aborrecida escuela”; estudié gran parte de mi carrera de medicina allí, al sol, en ese pedazo de cielo que tenía, ese chico temeroso que fui, siempre disconforme. Tuve mis vacaciones lindas, mi equipo de fútbol, me llevaron a ver partidos a la cancha de Racing, mis compañeros de colegio, los pibes del barrio en la esquina, concurrí al cine (mi gran escuela, mi Edén), pero todo teñido de ese gris, esa opacidad en todo, en mí; tuve mi abuela, gran cocinera y charladora, mis padres, alguna noviecita. Mi madre fue una de las primeras en recibirse de Licenciada en Historia del Arte, allá, bastante cerca de tu casa, en la calle Púan, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA; gracias a ello contaba con una profusa biblioteca de pared a pared donde buscar material. Agradezco haber accedido al psicoanálisis, donde pude cambiar y revertir todo eso en mí. Antonio Machado y Miguel Hernández fueron fundamentales compañeros en esos soliloquios, en ese sentirme que no servía, en esa minusvalía. Mi meta fue llegar a adulto para salirme de esa época que, como te digo, no la pasé nada bien, salvo en momentos… Poder estudiar lo que me gustaba en la Facultad, esa sensación de libertad fue mi primer logro. Tiempito gratificante que duró lo que un atardecer, época de las canciones y de Pablo Neruda, de revistas como “Satiricón” y “El Descamisado”, de nuestra avenida Corrientes todo el día y toda la noche con sus bares, librerías abiertas y su gente circulando, los cines Lorca, Losuar, Lorraine, el Teatro y el Centro Cultural General San Martín, las películas de Akira Kurosawa, Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman, Bernardo Bertolucci…. Los amigos, la medicina, el fútbol, entonces; algunos libros de Julio Cortázar, Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Ray Bradbury, las novelas de Manuel Puig, los actores Duilio Marzio y Alfredo Alcón, en teatro “La lección de anatomía” o “Equus”…

 

          En la escritura los primeros pasos los dí de niño. Mis veranos transcurrían en Bialet Massé, en las sierras de la provincia de Córdoba. Fue en uno de esos veranos, a los diez u once años cuando comencé a escribir cuentos: una zaga de un leñador en distintas aventuras. Cursando la escuela secundaria la abandoné. Leía, pero no demasiado: volúmenes de la Colección Robin Hood y de la Colección Iridium de la Editorial Kapelusz. Me gustaban los trovadores, el mester de juglaría me divertía, las coplas de Jorge Manrique en la clase de literatura; allí la profesora nos dio a conocer a Garcilaso de la Vega y a Lope de Vega, así como nos enseñó la estructura de los sonetos y nos indujo a que cada alumno creara uno. Percibí que se me abría un campo libre, y me fascinó moverme en ese 4, 4, 3, 3. Ya en franca adolescencia fui lector de Hermann Hesse, Luis Cernuda, César Vallejo. Poco después, Oliverio Girondo, Alejandra Pizarnik (su síntesis y su explosiva potencia en lo desgarrador y en su ternura, dulzura esa concentración de cielo), Baldomero Fernández Moreno (“El poeta del nervio óptico”, según Jorge Luis Borges). Cuando cursaba la Facultad retomé la escritura desde la poesía y la interrumpí en los primeros años del ejercicio de mi profesión. Pero vuelvo a ella definitivamente en 1984 (primavera alfonsinista). Ya venía yo consumiendo todo el cine que podía, y el teatro. Y mis pasiones de juventud: rugby, fútbol, tenis, automovilismo. Luego me formé en Medicina del Deporte y en Traumatología. Trabajé en clubes de fútbol: Deportivo Liniers, Club Atlético Excursionistas, Deportivo Morón, hasta que, durante una década, del 78 al 88, lo hice en las divisiones inferiores en River Plate. Mientras, en 1985, buscando algo en el arte —buscándome— que pudiera realizar, me incluí en un taller de formación actoral a cargo de David Amitín: clases e improvisaciones aquellas que evoco como una hermosa escolaridad de los sentidos en acción. Concurrí a talleres de poesía grupales coordinados, uno por Horacio Salas, y otro por Arturo Carrera y Daniel García Helder (algunos de mis compañeros han sido Roxana Páez, Rita Kratsman, Alejandro Rubio, Selva Dipasquale, Silvana Franzetti). Mi primer escucha cuando tuve un libro concluido fue Carrera, y lo siguió siendo durante años.

 

          2 — En tanto he sido tratado durante dos décadas por el doctor Juan S. Schaffer, homeópata unicista, enterarme ahora de que también lo sos, Pablo, me insta a pedirte que nos hables respecto de vos orientándote hacia esa práctica.

 

          PQ — Schaffer, un gran homeópata, me dio clases en la Escuela de Paschero; un notable maestro, elegante y diestro en la materia médica homeopática. Contestando a tu pregunta debo decirte que siempre tuve una actitud humanista, afectuosa en la medicina para con el trato de los pacientes, quizá gracias a que el psicoanálisis me contó entre sus filas como paciente durante toda mi carrera y luego seguí y seguí por años. Así llegué a la homeopatía, primero como paciente, ya siendo médico con trayectoria. Te comento que, en cierto mediodía, antes de un asado en una casa de fin de semana, leí en un suplemento del diario “Clarín” un artículo en el que —vuelvo a citarlo— el doctor Florencio Escardó exponía las bondades de la homeopatía. Creo recordar el título: “De Lycopodium 200 a la curación”. Tanto me fascinó que me dispuse a formarme. Primero en la escuela de Paschero y luego en la de otro prócer: Massi Elizalde. Hasta la actualidad participo en grupos de estudio. En alguna oportunidad sostuve que “la homeopatía es la poesía de la medicina”.

 

          Adopto a la homeopatía como mi medicina principal y a la alopatía como alternativa, ya que por suerte en mi vida así funciona hace años. El objetivo es hallar un buen remedio homeopático que cubra la totalidad del paciente (el simillimun o similar), que ponga en equilibrio la energía vital que gobierna el cuerpo, la mente y el espíritu, para poder transcurrir cumpliendo con las funciones vitales, que elimine la enfermedad y nos mantenga sanos. Porque la verdadera curación para la homeopatía no es la ausencia de enfermedad, sino además lograr un estado de plenitud y armonía para con uno mismo y los demás. Y los remedios homeopáticos provocan este estado siguiendo las leyes de curación, como nos enseña Samuel Hahnemann [1755-1843], creador de la homeopatía en el año 1832, desde el Organon de la medicina y todos sus demás médicos seguidores. Como experimentó primero el maestro Hahnemann con la quinina, que curaba la fiebre del paludismo, advirtió que al ingerirla sin fiebre palúdica provocaba esa fiebre, entonces propuso una máxima: “Una sustancia capaz de provocar una enfermedad es capaz de curar dicha enfermedad de aparición espontánea”: base de la curación en homeopatía, curación por los elementos iguales, no por los contrarios.

 

          Mi materia es la homeopatía y también la poesía, una en la otra y otra en la una, el fin es asistir, curar, consolar; la compasión que uno siente para con el otro, que, en suma, soy yo en el otro, somos indivisibles; tratar de saber quién soy yo, y amar: no hablo de un amor unitivo o pasional sino de un amor general universal, dar gracias por estar vivo. Todo esto lo encontramos en la poesía y en la homeopatía.

 

          3 — Detengámonos en lo que ha sido tu labor en los clubes de fútbol.

 

          PQ — Mi trabajo primero fue en clubes del ascenso. En Deportivo Morón, el equipo que salió campeón en la división C en 1980. Era lindo asistir a los jugadores durante la semana y en los partidos, y consubstanciarse con la emoción de una barriada al lograr su equipo el campeonato. Luego, permanecí durante una década en el Club Atlético River Plate en las divisiones amateurs, cuidando la salud y el crecimiento de los chicos. Efectuábamos controles periódicos, detectábamos y corregíamos trastornos ortopédicos como pies planos, desejes de rodillas (chuequeras), escoliosis, lo que sirvió para evitar futuras consecuencias (artrosis, mialgias, o trastornos cardíacos). También, te imaginarás, indicaba conductas adecuadas a los deportistas: alimentación, descanso; inculcarles que lo que realizaban es un juego: lo que denominamos medicina preventiva. Y el otro aspecto de la Medicina del Deporte, que es el tratamiento de las lesiones. En aquellos dos lustros estuve con chicos que luego descollaron como jugadores: Carlos Daniel Tapia, Hernán Crespo, Matías Almeyda, Leonardo Astrada, Claudio Caniggia. River era una escuela; pregonaban sus técnicos: “jueguen, jueguen”, el juego era lo esencial, jugar bien era lo que caracterizaba a la institución. Técnicos como Adolfo Pedernera, José Ramos Delgado, Martín Pando. Hoy en día observo que se ha perdido esa actitud lúdica por la intencionalidad permanente de ganar a toda costa, tergiversando el fundamento del deporte, que es mejorarnos y asumir con altura el desencanto de un revés. Y el fútbol estrictamente profesional se ha infectado por los intereses más mezquinos. 

 

          Con poemas de temática futbolera y racinguista publiqué una plaquette, “La Academia”. Y también un poema sobre Pelé y otro sobre Diego Armando Maradona, incorporados a la antología “Brazuka 2014”, editada en España. Pocos poemas buenos sobre fútbol he leído: es difícil de tratar poéticamente el brillo de las jugadas… Valoro los concebidos por Carlos Drummond de Andrade sobre la selección brasileña del ‘70 y los del santiagueño Benito Canal Feijóo [1897-1982] en su primer libro, “Penúltimo poema del fútbol”, de 1924. 

 

          4 — “Pavarotti”, “Jazz”, “Nací en el cine”: concedámonos un espacio para referirte a la ópera, a la música, a la “linterna mágica” …

 

          PQ — El cine ocupó una zona principal en mi educación, fue mi nautilius, mi lugar donde están todos los lugares, mi Aleph: se metieron en mi escritura y dio también por resultado mi poemario más reciente: “Nací en el cine”. Ya en 2014, a través de la Editorial Karakartón, de Mallorca, España, se publicó “La piscina”, cuyo germen fue la película con Romy Schneider y Alain Delon, dirigida por Jacques Deray en 1969, de la que se filmó en 2003 una remake con Charlotte Rampling y dirección de Francois Ozon. Y tengo un libro inédito concebido a partir del film “Blow up”, de Antonioni, basado en el cuento “Las babas del infierno” de Cortázar. En “Nací en el cine” navegué mi historia cinéfila en relación a las marcas que cada momento-cine dejó en mí: fue mi verdadera escolaridad, allí donde aprendí el amor, el odio, lo que puede sentir alguien que no entiende. El libro funciona como un largo poema épico que se va enlazando en su propio devenir, que es esa felicidad de estar en el cine. 

 

          Soy un amante de la ópera. La primera a la que asistí se representó en el Teatro Colón: “Lucia de Lamermoor” de Gaetano Donizetti. A partir de entonces seguí el calendario operístico a través de los años. Es así como, entre tantos, vi a la mezzosoprano italiana Cecilia Bartoli, los tenores españoles José Carreras, Alfredo Kraus, Plácido Domingo, a la mezzosoprano griega Agnes Báltsa, a los tenores argentinos José Cura y Luis Lima, a la soprano canadiense Teresa Stratas. Mi libro “Pavarotti” es una oda en elogio al gran tenor italiano. De paso, te anticipo, tengo inédito un poemario, “Ópera”, cuyo eje es el mundo de la lírica.

 

          La música siempre estuvo en mí: “Jazz” transcurre en un fondo que imprime a los poemas cierta cadencia e intensidad de scatt, fraseos, silabeos, la postura de una voz que habla desde allí… a modo de una big band.

 

          5 — Concedámonos también un espacio para referirte a algunos de tus otros libros.

 

          PQ — En cada uno procuro trabajar mis textos como una unidad temática que se va abriendo como diversas ramificaciones de un mismo árbol, asociando distintos mundos, voces que amplifican o cierran aristas. Mis poemarios varían no sólo en temas sino en estéticas: por ejemplo, cuando realicé la tríada erótica con “Coca” (strip de una diva, nuestra Isabel Sarli), “Laleblan” (diva también, y nuestra, Libertad Leblanc) y “Aves del paraíso”. Pretendí adentrarme en el pibe adolescente que fuimos y ese juego de la pantalla, por lo inalcanzable, como una ofrenda a un Dios-diosa de almacén o de gomería. Ese juego naif que pone en evidencia la desnudez de los participantes, vuelo del deseo de lo inacabado.

 

          En “Perfume animal”, de 2011, intenté encontrar lo que coexiste en el ser humano de animalidad: esa pasión del irascible, lo concupiscible, esa naturaleza de lo combativo. Ya desde “Cansancio de lo escrito”, en 2001, seguí ese camino de una intención temática o estética por libro, y desarrollé el tedio, la pasión, el agobio de lo que uno intenta comunicar, escribir, hablar, traducir, leer, que en realidad son analogías de lo mismo: escribir es leer, escuchar, y esto surgió de cuando en 1985 estuve en Italia, con una beca en el Hospital de la Universidad de Padova, y después de varios meses de estar allí sólo hablaba y escuchaba la lengua italiana; era como una chiacchiera, un retumbar de palabras en mi oído que llegaron a hastiarme, y sólo deseaba hablar, escuchar un poco de castellano.

 

          En “El padre”, de 2010, elaboré mi relación con mi padre a partir de su muerte, caminé hacia atrás con lo que había quedado de su estela, y así leyendo los signos de ese oleaje que había quedado en mí, fui estructurando la canción del padre (me recuerdo con una conjuntivitis feroz y en medio de la oscuridad de la habitación, urdiendo el poema y cada tanto, a la luz de la pantalla de la computadora, escribiendo: fue como una escritura entre luz-oscuridad que me iba revelando un sentimiento).

 

          En “Late”, de 2010, predominaba lo instantáneo, lo vivo, automático, casi reflejo, eso que vibra y nos hace estar, ser: ese fue el mecanismo que dotó de flujo a la obra.

 

          En “Ser y ser visto”, de 2016, se impuso la estética de ir a mi vida o la vida, y ser el testigo de uno mismo, ser y verse, acción y espejo que mira desde el espejo que es otro. Con poemas cortados de verso a verso, con rupturas de pensamientos en ideas afines y encadenadas, siempre ancladas a un tema de la infancia, adolescencia, escrutado desde el adulto tratando de advertir el detalle que enamora, lo mínimo en lo máximo, en el discurrir del yo.

 

          En “Cocineros”, de 2012, fue la fábula lo que predominó de un cocer la vida, por lo que concluye cocinando en las plazas para la gente, como una forma de integración de lo privado a lo público, un para todos, un dar una vuelta de mundo del cocinero sí, chef no.

 

          En “Pueblo de agua”, de 2006, me entregué a mis recuerdos de los veranos en las serranías del valle de Punilla, el río, las acequias: creo que es muy sonoro: toda esa agua, ese fluir transparente que va modelando el corpus. Es como un poema largo y único que precipita, que cabalga en ese galope de la infancia en distintos universos de una incorporalidad reterritorializando, cubriendo el campo del registro.

 

          En “Raros sentidos”, de 2017, desarrollé lo que me enseñaron los maestros más allá de la vida de superficie, digamos; es un libro en el sentido vertical, transcurrir entre dos realidades, esa de salir y entrar en el sueño para encontrar el vacío y descubrir que puede ser llenado.

 

          6 — ¿Y tus primeros poemas? ¿Tu posición respecto de la poesía?

 

          PQ — Correctos en forma y fondo, entendibles enunciaciones sin sorpresa, más descriptivos; más que un zumbido, un murmullo de un campo a otro de las palabras, como opinó Carrera: textos atravesados por la ópera, son románticos líricos. Me entusiasman esas instancias del pre-poema, ese curioseo, esa intención, lo que se deja y lo que se toma, ese memento; luego sí la vibra del poema en acción y la paz de lo que en el poema sobrevive. Cuando encuentra su columna vertebral, funciona; cuando no, también, tendrá su belleza o lo recóndito de la araña, la hormiga, los invertebrados: son distintas posibilidades de ser.

 

          La verdadera escritura es la que no se escribe, es la que capta; el que escribe es esencia misma; ya cuando se la trabaja en palabras, deja de ser, es la mente ordenando lo que escribe el ser, una traducción de la escritura. En sí, las palabras no son nada, sólo herramientas para transmitir algo, una esencia como una bruma que levantan donde allí puede encontrarse algo desconocido, como la revelación de un misterio o secreto, como sostenía el norteamericano William Carlos Williams: esa revelación le era revelada al que la escribía.

 

          Otro aspecto es esa especie de harina que se amasa con el otro, donde entra en juego la teatralidad de las palabras que pone en acción las distintas escenas con movimientos posibles, donde entran en juego la musicalidad, la rima, los encabalgamientos o expansores que dan la tensión de lo que se intenta comunicar a través de la interacción de los sentidos. Francis Ponge afirmaba que tomar partido por las cosas significa tener en cuenta las palabras, por lo tanto, elegir una u otra hacen al estilo y ponerse en un sitio como autor. Es la resultante de la interacción de las palabras entre sí esa intención o dirección que llevan en su combinación el ladrillo de la casa inmaterial, de ese flujo que brota por encima de ellas y que da el sentido, la estética, la forma y fondo del poema. Algunas de estas cuestiones las planteé en un libro inédito de ensayos sobre poesía y poética. De los que escribieron sobre estos asuntos prefiero a Gaston Bachelard, Maurice Blanchot, Félix Guattari, W. H. Auden, Ponge, y “Función de la poesía y función de la crítica” de T. S. Eliot. La poesía es un arma muy potente en tanto nos insta a perdurar más conectados con nuestra esencia, ya que va más allá de las cosas, lo visible; lo que hay por debajo, como alegaba Alberto Girri: “ese río en esa herida abierta entre lo material e inmaterial”: nos está hablando de eso.

 

          La poesía puede estar en el brillo de las palabras o en las imágenes, en las metáforas o en esa bruma que levantan las palabras en su unión y combinación de unas con otras, transfiriéndonos lo que capta el sensorio y así su sinécdoque. Me atrae esa poesía de rupturas, de varias líneas de pensamiento simultáneas como en el cerebro, como en nuestra realidad, y si es posible cortarlas a todas para entrar en el vacío, ese sería para mí el mejor poema. Entrar para tener la capacidad de ser llenado con algo, algo que no sé, sólo la experiencia poética te lo revela, podría ser algo como meditar: están en un mismo terreno: el del vacío.

 

          7 — Sigamos, si te parece, con el oficio, con el corregir o no corregir, con el meditar, con tus preferencias, con tus influencias.

 

          PQ — Uno empieza a escribir un día y se va haciendo el oficio sin saberlo y a sabiendas con los libros que uno lee, los ensayos, pero ya no sólo desde el aspecto de disfrutarlos sino poniendo foco en la manera que fueron escritos, visualizando los distintos artificios o esmeros en la escritura en forma y fondo, el logos y el pathos de los griegos. Obras estimulantes en este sentido son “El oficio de poeta” y “El oficio de vivir” de Cesare Pavese. Conviene conocer los distintos modos poéticos: sonetos, haikus, romancero, endecasílabos, tankas, los estilos barrocos, lírico, surrealista, metáforas, el verso libre, y hasta conviene escribir en esos estilos para luego olvidarlos. Los esquemas deben ser aprendidos para luego romperlos y crear en nuestro propio estilo, registro donde nuestra voz se sienta más cómoda o quiera experimentar. Encontramos nuestra voz propia, aunque la voz propia siempre estuvo desde nuestro comienzo en la escritura. Con el transcurso del tiempo la reconocemos y la perfeccionamos.

 

          Corregir o no corregir, siempre fui partidario de corregir, pero hasta un punto, para no destrozar el poema. Hubo libros que salieron sin corregir, por ejemplo, “Jazz” y “Perfume animal”. En otros, en segundas y terceras revisiones necesité introducir modificaciones. Estoy convencido de lo necesario de la lectura de los textos propios en voz alta: se detectan matices que en la “lectura ambrosiana” pasan desapercibidas. Una vez, Arnaldo Calveyra [1929-2015] me aconsejó, respecto de uno de mis libros ya terminado y que preveía revisarlo y eventualmente corregir, que lo dejara como estaba, que marcaba una época mía: tal vez esto sea aplicable para poetas notables como Calveyra. Y el otro límite en cuanto a las correcciones, en algunos casos, es la editorial, como le pasaba a Borges, quien no cesaba de corregir aun después de haber entregado la obra a publicar, hasta que al final el editor responsable le comunicaba que el material ya estaba en etapa de impresión.

 

          Escribo como hablo para salvarme de cada tumba doméstica cotidiana, esos puntitos en el día que trato de visualizar para existir en la alegría de saberme vivo: ese es el territorio o el vacío que la poesía ocupa en mí. Esa especie de meditación… ¿Que cuándo medito?: todo el tiempo; se puede estar haciendo lo que nos corresponda y a la vez teniendo conciencia de ser. Como en una poesía sufí, o como dirían los tibetanos: “Si ya lo tenés todo en vos, para qué buscarlo afuera”, que es lo que también sostenía San Agustín. Pero esa sabiduría, si te vas, la perdés. Sos el resultado de lo que te pasa, y eso es nada con lo que uno es. Y, por supuesto, la poesía te lleva, te mantiene en ese nivel de conciencia.

 

          Por ejemplo, un esquema de poema: elemento cotidiano vinculado con elemento metafísico, un encabalgamiento, una interioridad referida, un remate, por decir una forma de esquema; pero no repetir porque harta, aburre; los esquemas, como ya dije, hay que romperlos luego de conocerlos, y hacer uno su propio mapa según cada libro, tema o estética. Todo lo imprevisto, lo que nos llega, interrumpe; lo que se presenta como accidente o no esperado —sonidos, música, algo leído, la televisión— es bienvenido al poema, aporta al texto y a su vez vincula con el mundo nuestra experiencia interior; tal vez sea lo más rico del poema, no anécdota sino ejes en nuestra intención, si sabemos llevar el timón de nuestra travesía de ser en el poema. Y también es maravilloso lo que quedó afuera del cuadro del poema, esos recortes que hacen de negativo de lo que no fue el poema y a su vez es otro poema. Lo importante es tener el ritmo, la yuxtaposición, el tono, el desde dónde, el timing; el resto es buscar las palabras (las tuyas, las de los libros que estás leyendo, las de los libros que leíste, las de los diccionarios, sinónimos y antónimos, las de la calle, los medios de comunicación radiales y televisivos, las canciones que te trinan, lo que se te ocurra). Y lo otro es la anécdota, la piccola historia que te brilló. Y ahora, como me decían los tanos de Padova: “Pablo caccia il bisturi”.

 

          Entre los artistas que prefiero te cito a Pascal Quignard, Gerardo Deniz, Raúl Zurita, John Ashbery, Severo Sarduy, Haroldo de Campos, David Rosenmann-Taub, George Perec, Alfredo Fressia, José Kozer. Y entre mis influencias…, desde esa movilidad en acción de cuadros de Edward Hopper, Ignacio Zuloaga, Caravaggio o Francis Bacon, a films de Francois Truffaut, Federico Fellini, Kurosawa, a poemas de Anne Sexton y Anne Michaels, al Guillermo Enrique Hudson de “Allá lejos y hace tiempo”.

 

          8 — En tanto médico, sos un curador. Y lo sos (así consta en libros y en la web) de la Biblioteca Popular de San Isidro.

 

          PQ — Además de coordinar allí talleres de poesía, soy el responsable de un ciclo de poesía en el que desde 2013 han ido participando poetas de diferentes regiones del país y hasta de Uruguay (Lisandro González, José Villa, Susana Villalba, Marcelo Leites, Rodolfo Edwards, Carlos Battilana, Esteban Moore, Carmen Iriondo, Juan Salzano, Carlos Juárez Aldazábal, Sandro Barrella, Osvaldo Aguirre, Vivian Lofiego, Juan García, Daniel Samoilovich, Javier Galarza, Juan Desiderio, Lucas Soares, Graciela Perosio y muchos más). En distintos medios, tanto de internet como en los diarios “Clarín”, “Página 12” y “La Nación” se han difundido notas sobre el ciclo de poesía, pionera en San Isidro. He creado el Festival de Poesía de San Isidro en la Biblioteca, que ya en 2017 cumplió su tercera edición. Asimismo, hemos realizado un Concurso de Poesía para poetas Inéditos del que fui jurado con el poeta Mauro Lococo. 

 

          9 — Al escritor Rodolfo Fogwill [1941-2010] lo has conocido personalmente. 

 

          PQ — Era un gran tipo. Entre otros, me obsequió ejemplares de su novela “Los pichiciegos” y de su poemario de 2003, “Canción de paz” (en una de las dedicatorias me puso “Al Dr. Poeta”). En más de una ocasión, con su tono canchero, me acicateaba: “¿Qué hacés que no estás escribiendo…?” Fue un placer para mí cuando en “La Boutique del Libro”, en el barrio de Palermo, tras la presentación de la obra poética de Arnaldo Calveyra, y estando Fogwill en la fila para que Arnaldo le firmara el ejemplar que había comprado, los presenté: dos grandes escrituras y personalidades: tan distintas, y unidas por un silencioso respeto. Ambos, descubro, obtuvieron la Beca Guggenheim.

 

          Me gustaría, Rolando, en esta respuesta, y por lo mucho que me hubiera complacido hablar con él personalmente, agregar que, aunque sólo a través del teléfono, conversé en una oportunidad con ese escritor cordobés que muchos admiramos por su manera de encarar la poesía, Néstor Groppa [1928-2011], quien concibiera y editara entre 1998 y 2009 los diez tomos que conforman “Anuarios del tiempo”. Cuando estuve en Jujuy, provincia en la que él residió durante la mayor parte de su vida, hacía poco que había fallecido.

 

          10 — Jujuy. Fuiste un colaborador asiduo en dos periódicos, uno de ellos de esa provincia.

 

          PQ — Sí, entre 2011 y 2016. Del suplemento cultural del jujeño “Pregón”, dirigido por la poeta Susana Quiroga, y del suplemento cultural del diario “Punto Uno”, dirigido por el también poeta, cubano y radicado en la provincia de Salta, Idangel Betancourt. Colaboré con notas sobre las poéticas, por ejemplo, de Carilda Oliver Labra, Aldo Oliva, Jorge Leonidas Escudero, Pier Paolo Pasolini, Fina García Maruz, Héctor Viel Temperley… Y también otras fueron apareciendo en la revista del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”.

 

          11 — Porque has incursionado en la traducción íntegra de un libro, me permito preguntarte sobre cómo fuiste cursando esa experiencia. Y si prevés proseguir.

 

          PQ — En 2016, al salir del Museo de Orsay, en París, en una librería del barrio Saint Germain des Prés, compré “Ensemble encore” del poeta francés Yves Bonnefoy. Al mes de regresar de ese viaje comencé con la traducción, colaborando conmigo un amigo médico. Los primeros poemas me resultaron engorrosos. Son extensos, con un yo ausente. Topé con la dificultad en el uso de los verbos (y qué persona usar). Pero a medida que persistía se iba despejando esa enredadera de palabras. Fue un deleite.

 

          Tengo previsto, sí, intentar la traducción de dos libros que traje, en ese mismo viaje por Europa, de Londres: uno, del poeta Thom Gunn [1929-2004], y el otro, de Alice Oswald. Traducir, además de enriquecernos otorgándonos una mirada distinta, nos posibilita utilizar vocablos que tal vez nunca usaríamos, escudriñar por dentro al poeta en cuestión, su forma de moverse con “las palabras y las cosas”, como diría Michael Foucault.

 

          12 — Transcribo de la novela “Herejes” de Leonardo Padura: “…aquella monserga trascendentalista y mistificadora de Nietzsche —autor que, al mismo nivel lamentable que Harold Bloom, Noam Chomsky y André Breton, entre otros más, le resultaba de una petulancia de profeta iluminado que le caía como la clásica y muy reconocida patada en las partes más vulnerables de su anatomía—.” ¿Nos trasmitirías tu parecer sobre lo que el narrador nos informa que opina el protagonista de la novela?

 

          PQ — He leído muy poco al autor de “Así habló Zaratustra”; algo de “Ecce homo”, por ejemplo. ¿Te acordás de la humorada de las pintadas cerca de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA?: una, “Dios ha muerto”: Nietzsche. Y al lado, “Nietzsche ha muerto”: Dios

 

          Los filósofos son seres de luz, buscan el saber de un por qué. Y todos aportan su cosmovisión, instalan una constelación donde se mueven las ideas, las cosas, el hombre, el ser. Yo me he interesado por Gilles Deleuze, con su transversalidad, el rizoma, el Antiedipo, por Foucault (“Las palabras y las cosas”, “Vigilar y castigar”), por Félix Guattari, algo de Giorgio Agamben, Roland Barthes (“Lo neutro”), y en una época me atrajo Giambattista Vico con su visión del mundo del “corso y recorso”, que también cita James Joyce en el “Finnegans wake”. Ellos forman parte de esa incandescencia de lo que es para mí la felicidad. Pero no concuerdo, no me parece lo que dice el narrador, no sé. 

 

          Te cuento que he realizado estudios sobre Filosofía durante tres años, en la década de los ‘90, con la profesora María Rosa Di Rissio. Analizamos desde los Presocráticos hasta la modernidad, Sócrates, Platón y su mundo de reminiscencias y las almas disponibles, Aristóteles (la luz que se posa sobre las cosas para que sean visibles y su primer motor inmóvil moviendo motores móviles), Tomás de Aquino y la “Suma teológica”, “Cartas de Abelardo y Eloísa”, su bella y trágica historia de amor, “Discurso del método” de Descartes, John Locke (podemos saber la extensión del mar pero nunca su profundidad), Immanuel Kant (nunca vemos la realidad en sí misma sino lo que nuestros sensorios captan), Hegel, Martin Heidegger, Baruch Spinoza… Apasionante, pero mi materia es la poesía, a la que la Filosofía añade ideas expansivas, disparadoras para el poeta.      

 

          13 — ¿Tuviste, albergaste (albergás) alguna historia que te hubiera gustado convertir en novela? 

 

          PQ — Una autobiografía, aunque no fuera la mía o si lo fuera, oculta como en “Los diarios de Emilio Rienzi” de Ricardo Piglia. Nunca me lo había planteado (acaso proponiéndome este diálogo me diste el puntapié inicial). Ya en poesía tengo un libro que iba a salir el año pasado, “Biografía del trauma”, y quedó en suspensión por un problema económico de la editorial comprometida. En ese poemario jugué con una historia transmutada en palabras de lo que fue parte de mi vida o de la vida en general. Y cuentos: empecé una serie de enlazados sobre fútbol, pero quedó en cinco o seis cuentos de tres o cuatro páginas, a partir de anécdotas.  

 

          14 — ¿Cuáles serían para vos las cinco novelas inolvidables de la literatura universal, y por qué?

 

          PQ — Me voy a referir a “mis clásicos”, tal como lo expresó Ítalo Calvino: son los libros a los que vuelvo, esos son. Y yo tengo los míos. Hablar de géneros es un poco peligroso, aunque cuando un cuento supera tal cantidad de páginas pueda llamarse novela… humm…, desconfío. Como cuando Groucho Marx adujo que “Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo”. Tal vez sea la factura o la organización, no sé, pienso en el desarrollo de los personajes no dependiendo de la extensión; pero no es mi materia: sólo soy lector de pocas novelas, cuentos, relatos, lo que denominamos narrativa. Las dos Marguerites famosas me interesan: la Yourcenar con su “Memorias de Adriano”, y la Duras con “El amante”, “La música”, “El cine Edén”. “Ulises” de James Joyce, sobretodo el primer capítulo y el monólogo final de Molly Bloom, por su desestructuración y el libre discurrir del yo poético, sus anécdotas y el sentido interior y los detalles de veinticuatro horas en la vida. Ítalo Calvino con “El vizconde demediado” y “El barón rampante”: me fascinó la concepción imaginativa de árbol a árbol o esa idea de estar dividido, separado y buscar encontrarse. Marcel Proust en “Por el camino de Swann”, el primer título del ciclo “En busca del tiempo perdido”, por la liviandad del rodar de las bicicletas, las muchachas, todo ese aire. “La divina comedia” del gran Dante Alighieri, y también Virgilio con sus “Geórgicas” y “Bucólicas”. Entre “mis” clásicos, entonces, “De la naturaleza de las cosas” de Lucrecio, Catulo (sus odas), Aristófanes (“Las avispas”, “Las aves”). De nuestro Leopoldo Marechal, “Adán Buenosayres”, esa topografía del alma humana, del barrio de Villa Crespo, hay algo de hahnemanniano allí, o de Tomás de Aquino, y toda la porteñidad. No me olvido de “La cautiva” y “El matadero” de Esteban Echeverría.  Para mí, Borges, sin escribir novela, a todos sobrepasa…, por ejemplo, en “El Aleph”. “Trópico de capricornio” y “Trópico de cáncer” de Henry Miller, por el vocabulario, y la intimidad del mundo artístico, su libertad para fluir. “La metamorfosis” de Franz Kafka. “El ruido y la furia” de William Faulkner. Todos los cuentos del uruguayo Felisberto Hernández, las hortensias, su mundo acuático de sorpresas, inesperado. Ésa sería mi galaxia, como diría Haroldo de Campos, de escritos o novelas, mi universalidad. Y siempre recordando que lo más universal en el sentido de que cualquier humano pueda entender, es el resultado de pintar tu propia aldea. 

 

          15 — ¿“Ir siempre por más”, “Fortalecer las relaciones”, “Prodigarse demasiado”, “Conceder un deseo” o “Restablecer parámetros”

 

          PQ — Me interesa “fortalecer las relaciones”. La fortaleza, como bien sabés, Rolando, es una de las virtudes cardinales (cardinal deviene de calle central, el centro), que cuando opera para vencerse a uno mismo y sostenerse ante algo, es la templanza, es la fuerza interior. Y las relaciones serían el contacto, comunicarse, transmitir, eso que nos une. La palabra, el afecto, la hermandad, la compasión, el conocimiento. Eso me incita, esa idea. Los maestros aconsejan que los deseos no nos gobiernen, sino dejarlos fluir. Y el sabio no desea nada, solo fluye y toma todo con la fruición de experimentar lo que le toca, que en definitiva es lo que atrae, lo que necesitamos para mejorar o para superarnos, un aprendizaje. Digamos que estar atentos, despiertos para poder ver, sería ir por más, buscar un crecimiento, el bien último: EL AMOR. El parámetro sería: ¿quién sabe amar? Ese es el desafío de toda una vida, ser, no tener. Y el amor es también prodigarse, dar, un sin medida, sin esperar.

 

          16 — ¿Tendrás algún episodio hilarante del que hayas sido más o menos protagonista y que nos quieras contar?

 

          PQ — Muchos, imaginate, pero no los retuve, son fugaces. El humor y la alegría es algo que nunca debemos perder. Se dice que la forma en que enfrentás la negrura es tu grado de felicidad. Ahora recuerdo, después de este introito, que en la tierna adolescencia iba con dos amigos en la provincia de Córdoba, en el trayecto de Cosquín a Bialet Massé en un taxi, al concluir una noche del festival de folklore, y el auto era tan viejo y zaparrastroso que, en una curva, Raulito, uno de los pibes, dijo: “Agarremos la carrocería para no seguir con el chasis solo”: todavía me sigo riendo.

 

*

 

Pablo Queralt selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

Ya viví una parte de mi vida como un funeral supe que para amar hay que estar maduro sino es otra trompada más 

en el ángulo 

ya sabés que todo es transitorio por eso no querés ser infeliz ahora sé 

que soy el que no tiene imagen ni finisterre el que sigue cuando 

le entregan estas palabras en la mañana y todo se derrumba todo lo otro es lo mínimo de mí el mitema el fabulema lo que no terminé 

de escribir y mi cuerpo pensó. 

 

                                (de “Raros sentidos”)

 

*

 

Ahora que la escena se retira

vas a ver por dónde viene la marea 

posiblemente escuchés otra historia 

pero soy el que ama todo lo que no pudo amar fui criado 

en esa tristeza retenida y mi alma decidió 

en el momento equivocado con aquello que pasó y no fue  

el timbre todavía sonaba 

en el cerebro donde vivía 

y donde terminamos queriendo estar.

 

                                   (de “Raros sentidos”)

 

*

 

Cuando el día se retira

cuando olvidamos nuestro nombre aquello que sigue siendo yo 

aquello que ahora viene cuando todo se derrumba en mi hora verdadera 

y que seguirá siendo lo mismo cuando haya pasado

espejea su instante dibuja la dimensión 

de lo desconocido más allá de su cristal mental 

nos mancha con su azul con su insensata coherencia 

con su luz en que confío cada vez que despierto

sacude el sueño en que estamos acostumbrados a vivir

la caja cerrada donde está la respuesta. 

 

                                        (de “Raros sentidos”)

 

*

 

El cuerpo conoce todas las respuestas

pero lucho contra el llanto el dolor

como un Sísifo más que sube su roca

hasta la cima y así cada noche

hasta que la roca no cae más

y en ese equilibrio al salir de

la iglesia decir para qué vine

e igual seguirlo eligiendo

todas las noches mato a cientos

de personas y después de enterrarlos

me gusta darles libertad

si nací es para no volver a nacer

si muero es para no volver a morir

salir de la rueda darle una casa al corazón

zapato amapolas de este atardecer

resolviendo los problemas para destruir el destino

yo no soy este cuerpo soy algo

que no conozco esos sacos de agua

a cada lado en el pulmón cada ala

solo estoy a salvo en su música.

 

                                (de “Perfume animal”)

 

*

 

El azar es una arquitectura sin color

un knock a la quijada

que arroja su luna con sus casitas lúteas sus cuerpos

sus cielos escarbados oís hervir sus aguas

partir el pan

ahí quedaste colgado

atrapado en su crujido

en su luz pétrea en el arrullo

de los rayos de su mundo

que abren universos

o no llevan a ninguna parte

cierro los ojos leo su escritura

vamos arrimando el bochín

estoy acá en su huella pintado en su pared

colocando el agua para beber

el primer lenguaje del día.

 

                                 (de “Ser y ser visto”)

 

*

 

En ese aire de ir hasta el puente para sentir pasar los autos

bajo los pies

su murmullo que golpea para que la muerte sea lejana como

un viento borrando el tiempo el amarillo que dibuja su retirada

y alza la alegría

de olvido solo para mirar lo que veo.

 

                                (de “Ser y ser visto”)

 

*

 

Como la piedra que baja al fondo del río sigo desenrollando ese

susurro este tiempo que alguien me dio volviendo a la vida en

el borde trémulo

de la nube a estas puertas en su horizonte infinito con mis

ruinas vivas borrando huellas antes de pasar mi otra persona

su viejo reloj su cuerpo lleno de silencio y agua jugando con su

corazón sin pensamiento.

 

                                (de “Ser y ser visto”)

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de San Isidro y Buenos Aires, distantes entre sí unos 25 kilómetros, Pablo Queralt y Rolando Revagliatti.

 

89Golpes

 

Pablo Queralt nació el 2 de junio de 1955 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside en la ciudad de San Isidro, provincia de Buenos Aires. Obtuvo el título de Médico por la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1978, así como, también en la UBA, en 1983 el título de Traumatólogo y en 1984 el de Especialista en Medicina del Deporte. Posteriormente, el de Homeópata en dos postgrados: en la Escuela Homeopática Argentina “Tomás Pablo Paschero” y en el Instituto de Altos Estudios Homeopáticos “James Tyler Kent”. Fue becario (1985) en el Hospital de Traumatología y Ortopedia de la Universidad de Padova, por la Embajada de Italia en Argentina. Es el traductor de “Ensemble encore”, último libro de Yves Bonnefoy. Además de difundirse sus poemas en plataformas de la Red y en revistas en soporte papel (“El Jabalí”, “Ñ”, “Los Rollos del Mal Muerto”, “La Nación”, “Prisma”), fue incluido en tres antologías: “Antología de jóvenes poetas de Buenos Aires” (1986), “7 poetas de Salta y Buenos Aires” (2013) y “Brazuka” (2014). Publicó entre 2001 y 2017 los siguientes poemarios: “Cansancio de lo escrito”, “La flecha de Agustín”, “Un seductor mañana”, “Primer paso”, “Reescritos infinitos”, “Pueblo de agua”, “Pájaros en palabras”, “Crack”, “Escribí mi nombre”, “Poema de la nieve”, “89 golpes y un whisky”, “El padre”, “Late”, “Pavarotti”, “Jazz”, “Perfume animal”, “Cocineros”, “Coca”, “Laleblan”, “La piscina”, “Aves del paraíso”, “ Ser y ser visto”, “Raros sentidos” y “Nací en el cine”.



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