Cultura

La truculenta y vivenciable novela negra de Alejandro y la búsqueda de gloria | Waldo Contreras López

I

 

Alejandro Roque se encontró con aquel recorte de periódico escondido durante casi cincuenta años como no queriendo la cosa, como si otro asunto le hubiera hecho tomar y abrir aquel libro encuadernado en pasta dura y titulado Siberia Blues. El olor a polvo y humedad que soltó el texto al recorrer las hojas como si se tratara de una baraja le hizo estornudar varias veces; se le cayeron los anteojos con la fuerza del impulso y fue cuando vio el recorte con fingida sorpresa, entre la borrosidad cuadrada de su pretensiosa actuación; lo recogió del suelo como si miles de personas le estuvieran viendo, como si todos debieran saber que ese trozo de papel es importante en su vida. Y vaya que lo es: Se coloca los lentes con seriedad y dramatismo de telón teatral, aspira profundo, toma una silla y comienza a recordar inundado por el frío estar de la vieja habitación y el intenso olor a aceite de pino y cloro. La casa parecía no haber resentido los embates del tiempo. La luz del sol ilumina la estancia de la misma forma en que lo hizo cinco décadas atrás, cuando forjó grandes ilusiones y casi al mismo tiempo las perdió. La persona que lo acompaña lo abraza por detrás, le besa las orejas, le muerde la nuca y pregunta: ¿qué es eso? Lo que nos trajo hasta aquí, mi querida Gloria- le contestó Alejandro con una sonrisa lejana y la mirada perdida -este es el fin del camino que comenzó hace mucho, mucho tiempo.

 

Aquel camino inició cuando perdió sus fantasías juveniles aquel lejano domingo siete de enero de 1968, cuando apenas tenía veinticuatro años de edad y estaba en los últimos semestres de su carrera universitaria: Su gran amigo y maestro había sido asesinado y, lo peor, la mujer a quien aún ama fue condenada a treinta años de cárcel. La acusaron y juzgaron con todo el rigor de la ley por el asesinato de su esposo, don Susano Santos Flores. Había conocido al cronista deportivo en los primeros meses de clases. Aunque no era el mejor maestro tenía un don de gentes que provocaba en sus alumnos un cariño fraterno y una admiración más allá de su investidura académica. Alejandro se hizo muy cercano a él cuando don Susano elogió sobremanera su tesis de titulación sobre el deporte, la juventud y la pulsión de juego. Se volvieron grandes amigos no obstante la diferencia de edades. Se desvelaban discutiendo sobre fútbol, box y literatura latinoamericana la cual estaba en pleno auge en aquellos años. La vida le cambió cuando conoció a Gloria. Quedó profundamente enamorado de ella a primera vista cuando su maestro se la presentó en un evento de periodismo deportivo en donde se anunció con gran festejo y alegría el decreto oficial del COI y la FIFA que otorgaba a Jalisco y a la ciudad de Guadalajara dos de las sedes para los juegos Olímpicos de 1968. Don Susano estaba que no cabía en sí de la emoción: Le prometieron narrar dos de los partidos de eliminatoria de grupos en el estadio Jalisco como premio a su trayectoria en televicentro. Dicha emoción le duró todo el año de 1967 dejando de lado sus obligaciones matrimoniales con su joven esposa ocupado en mejorar la imagen de México ante el comité olímpico y, sobre todo, con la máxima institución del balompié mundial; preparaba de manera anticipada su lugar en una cabina para la futura copa del mundo de 1970. Esto lo aprovechó muy bien Alejandro quien no desperdició un solo momento para mostrar su interés por Gloria. Ella, muy complacida del empuje y candidez de su joven pretendiente, le correspondía con guiños y sonrisas lejanas primero, luego con recaditos y aceptación de ramos de flores y, por último, con breves sesiones de besos arrebatados. Una tarde de julio ella se entregó por primera y última vez a los delirios amorosos del pupilo de su esposo; una larga tarde de sexo desenfrenado, alcohol, mariguana y rock. Esa fue la única vez que ella le permitió acercarse tanto. De hecho, fue el final de aquella atolondrada relación amorosa para él. Ella jamás volvió a dirigirle siquiera la mirada. Alejandro no podía creer que todo aquello hubiera sido mentira y pensó durante tristes semanas que Gloria no quería nada con él por respeto a su esposo y a la firme relación amistosa que ambos sostenían. Por eso se dedicó entonces a luchar por ella una batalla silenciosa y resignada contra el tiempo y sus rotas ilusiones; batalla que tenía perdida para siempre como pudo darse cuenta a finales de noviembre. Lamentó haber odiado a su viejo amigo por tener en su lecho a una mujer tan joven y lozana como un lirio, aromada, carnosa y dulce como un durazno, ardiente y arrebatadora como una llamarada. Lamentó entonces la larga tarde de julio que aquella le regalara. Sentía que no merecía ni la amistad de su amigo ni el cariño de sus hijos quienes lo miraban como el joven tío que los llevaba a pasear por toda la avenida alcalde y los jardines del parque rojo. Supo que el cielo y todo ese paquete de cualidades que la hacían la mujer ideal estuvo lejos de su alcance cuando la vio en los brazos de aquel joven hermoso y atlético paseando por los lugares más lóbregos del centro histórico. Se tomó el atrevimiento de seguirlos a la distancia. El mundo terminó de derrumbarse cuando los vio entrar en uno de los moteles de mala muerte de San Juan de Dios. La odió de mala manera, con la pesada y oscura revelación de que ese secreto tenía que llevárselo a la tumba por el bien de su mentor y de él mismo. Todavía tuvo la paciencia de esperar a que salieran para encarar a la pérfida. Cuando la vio al pie de las escaleras, recién bañada, con otra ropa y olorosa a jabón corriente, se le paró enfrente y la retó con una mirada llena de encono. Ella sostuvo el ardor de sus ojos y sonrió abiertamente mientras su amante le preguntaba si quería una moneda. Se quedó mudo cuando Gloria todavía tuvo la desfachatez de decirle a su pareja que él era un alumno de su esposo y que le diera de limosna ya que le encantaba recibirlas de quien fuera. El amante soltó la carcajada comprendiendo todo y dijo: “No tienes madre, mereces que te den con una canchanchana en la concha ¡¡hija de Satanás!!” – luego se dirigió a él y le extendió varios billetes de diez dólares: “Cúrate la decepción y cállate el hocico, muerto de hambre, o yo mismo me encargo de cortarte el bicho y la lengua por moco y acosador” – Gloria agregó carcajeándose a morir: ¡el bicho no! ¡Es tan bueno como el tuyo! Lástima que el portador no sirva para nada”.


Jamás lo habían humillado de esa forma. Que mujer tan desconocida. Supo que su Gloria sería capaz de todo y eso le hizo amarla más. Ese amor engrandecido le hizo fijar la fecha para matarla de la forma más cruel posible.

II


Don Susano no llegó siquiera a saber que partidos de fútbol le tocaría narrar desde la cabina principal del estadio Jalisco. No llegó a bien enterarse porque lo mataban. Pensó, cuando lo despedazaban a golpes y pedía clemencia en nombre de su familia, que era un ajuste de cuentas dirigido contra él por error o que era víctima de un violento asalto. Jamás imaginó que estaba metido en un lío de faldas y dinero. Fue asesinado de la manera más cruel y salvaje que se pueda perpetrar.

 

Alejandro leyó la noticia a ocho columnas. No podía creer lo que le había pasado a su maestro. Pensó en sus hijos. Pensó en la fina amistad que los unía y la traición que llevó a cabo guiado por la fiebre de la carne y la hermosura de Gloria. Esto le causó una aflicción y un sentimiento de culpabilidad que le duró una semana entera. Fue al sepelio a darle el último adiós. Saludó a Gloria con un abrazo profundo y de inmediato percibió ese olor nauseabundo que sintiera aquella noche en las afueras de un hotel de mala muerte. Por instinto, buscó al amante pues sintió la mirada de aquel en forma de calosfrío recorrerle la nuca y la espina dorsal; el amante furtivo estaba recargado en la pared del portal fumando y bebiendo como si nada, con una enorme y ufana sonrisa adornándole el semblante. Le hizo una seña de pistola con la mano y salió caminando con paso coqueto y resuelto; Gloria lo siguió con la mirada con ganas de ir tras él, pero se contuvo. Luego dirigió la atención a Alejandro y le dijo: “se lo mucho que te quería y lo mucho que lo querías, Alex. Y míralo ahora. Ya se lo llevó diosito. Esta delincuencia no tiene madre” Por último le regaló una sonrisa y un beso en la comisura de la boca. Se puso a temblar con el contacto y estuvo a punto de gritarle a todos la perfidia de esa mujer.

 

Se sintió peor cuando supo que habían sido ella y el joven quienes habían asesinado a don Susano. Los diarios dieron la noticia otra vez a ocho columnas. Sintió una rabia infinita contra Gloria, pero ese combustible estaba ardiendo de puro amor y eso le hacía sentirse como rata de cañería. La oportunidad de quitarle la vida se había ido tras las rejas. Cuando se enteró que Gloria había sido sentenciada a cuarenta años de cárcel se encerró a llorar durante semanas. Perdió su trabajo y cayó en una profunda depresión. Tendría que esperar una eternidad para matarla; mientras tanto, el pagaría su pecado encerrado dentro de su corazón por un amor mezquino y mucho peor que la traición y la condena de ella, su Gloria, hasta que la ley dejara al motivo de su desgracia en libertad. Una tarde de septiembre, aprovechando que tenía licencia de periodista para visitar las cárceles con motivo de entrevistar a unos presos políticos revoltosos pertenecientes a un incipiente movimiento social que los activistas daban en llamar la liga 23 de septiembre, aprovechó para visitarla. Estaba igual de bella que siempre y los meses tras las rejas le habían cargado la mirada y los gestos de una vocación mesiánica, virtud que le hizo sobrevivir a la etapa más dura del encierro. Se dirigió a él con una mirada de dulzura: “Mi pobre Alex. Mira lo que te han hecho los días sin mí. ¡Mírame ahora! ¿Aún te sacarías el corazón por esta mujer asesina?” -por supuesto- le contestó firmemente. Platicaron todo lo que las reglas del penal lo permitieron. No pudo sacar nada para él dentro del corazón de Gloria no obstante le prometió una visita conyugal para el siguiente fin de semana. Ese día le hizo el amor como tantas veces se había prometido a si mismo que lo haría: aferrándose al pedazo de cielo que la vida le había negado para siempre tras esa caja de acero y cemento. Cuando salía por los pasillos del centro femenil de consecuencias jurídicas una de las custodias le dijo: “Esa Gloria no tiene llenadero. Contigo van cinco que se come este mes”- Juró jamás volver y juro también matarla así tuviera que hacerlo con el polvo calcificado de sus huesos o ahorcándola con las canas que seguramente tendría cuando ella saliera libre. En 1970 salió de México queriendo pensar que no había motivos para quedarse un día más, pero deseando que algo le hiciera tomar el ancla y enterrarla en lo más profundo de la tierra. Decidió que Estados Unidos era el lugar ideal para dar forma a la gloria que perdió en los páramos del alma. La unión americana era un lugar en donde florecían todo tipo de expresiones culturales, artísticas y literarias. Se dedicó a trabajar en revistas especializadas en música, especialmente rock, una de sus pasiones, género que estaba teniendo un gran auge tanto en América como en Europa. Trabajó como corresponsal mexicano para la revista Rolling Stone cubriendo totalmente el festival de Avándaro y grandes festivales de Jazz; tuvo algunas colaboraciones para el New York Times ganando prestigio con un excelente reportaje dedicado a Muhammad Alí y Lou Frazier quienes contenderían el 8 de abril de 1971. Alcanzó la fama al colaborar directamente en la oficina de Hunter S. Thompson y su editorial que pregonaba a los cuatro vientos y sin eufemismos las fallas en la sociedad y las instituciones norteamericanas. Con la fama llegaron la bonanza económica y las mujeres al por mayor. Hunter armaba bacanales maratónicas que le hacían polvo los huesos.  Se volvió loco cuando Hunter le presentó a Truman Capote.  Fue en una larga plática con el célebre autor, charla que giró alrededor de la novela A Sangre Fría cuando decidió poner el nombre de su amada en el lugar que le correspondía. Pidió el apoyo de su mentor y jefe para hacer un viaje a Jalisco. Su objetivo: conseguir datos que le permitieran escribir una novela negra, género que apenas despuntaba en México.  Le pidió además viáticos y contactos con las autoridades para poder entrevistarse con el jefe de la policía que estuvo a cargo de la investigación del triste crimen contra su amigo y mentor, además de Luis Jaime Sanabria, y Julio César Consuegra, cómplice y asesino material de don Susano.


Las entrevistas fueron un desastre y nada pudo escribir a partir de estas: odiaba demasiado a Julio Del Mar y a su cómplice. Ambos lo conocían lo suficiente como para darle datos retorcidos y llenos de mala leche, siempre con anécdotas que usaban más para burlarse que para ayudarle a construir un objeto literario. Ese viaje solo le sirvió para recrudecer el amor que sentía por Gloria y el deseo entrañable de asesinarla. Su sueño de escribir una novela negra al estilo de Rafael Bernal se esfumó cuando supo que jamás dejaría de llorarle a la viuda alegre, epíteto que le adjudicaron a su diva imposible. Hunter y Truman le aconsejaron que mejor se dedicara a otra cosa en vez de tratar de dar forma literaria a ese desangre ontológico disfrazado de novela negra. Después de su fracaso literario siguió dedicándose con más ahínco a su carrera exitosa logrando fundar, junto con Truman y Hunter, un fenómeno literario y periodístico etiquetado como “Gonzo”.  Armó una oficina en México y fue impulsor de varias revistas que se dedicaron en su mejor momento a criticar al sistema de gobierno mexicano. Pasaron otros diez años de bonanza perpetua junto a sus amigos y mentores. En 1982 conoció a otro personaje que le daría otro impulso para que su éxito profesional se proyectara aún más. Bill Hicks le tomaría la mano con una profunda reverencia. Gracias a la amistad, Alejandro lograría impulsar el modelo de televisión informativo stand-up para México.  Viajó por todo el planeta junto a sus tres amigos, conoció todos los vicios habidos y por haber, conoció a todo tipo de mujeres bellas quienes no dudaban en cederle favores sexuales a cambio de un impulso o una recomendación en el medio del espectáculo y el periodismo. Así estuvo muchos años más hasta que se dio cuenta que estaba muy viejo y aquella Gloria incorpórea que intentó construir por medio de su éxito profesional aún no la había alcanzado la cumbre o la forma que deseara. La buscó en todas las mujeres del mundo, pero ninguna poseía ni un gramo del lirio, ni un atisbo del aroma a durazno, ni un grado centígrado de la lumbre que poseía aquella mujer que se pudría en una sórdida cárcel mexicana. La desesperación no lo dejó dormir hasta que consiguió que le otorgaran el retiro profesional antes de que se muriera lejos del motivo de su venganza. Sus grandes amigos ya habían fallecido víctimas del alcohol y las drogas (Hunter se suicidó, Truman muere de cáncer en el hígado y Hicks muere joven de cáncer en el páncreas), así que, nada quedaba de aquello que disfrutara o le hiciera pensar en quedarse un día más en Estados Unidos. Estaba donde comenzó a principios de los setenta. A finales del 2016, con una pensión económica envidiable y digna de un político mexicano regresó a Jalisco a encontrarse con Gloria Concepción. Se había enterado por casualidad que ella había salido libre mucho antes de que cumpliera su condena. Supo que trabajaba en el centro de salud número tres. Fue a buscarla a dicha clínica y una empleada muy joven le dijo que hacía dos años que se había jubilado y apenas unos meses había muerto después de caerse de unas escaleras. Sin motivo para seguir vivo, se dejó vencer por la depresión.



III


Anduvo vagando como perro nocturno tratando de encontrarse con una muerte violenta sin conseguirlo en las peligrosas calles de Tonalá y Tlaquepaque. Fue una tarde de agosto cuando la vio vendiendo su cuerpo en la esquina lúgubre que forman la calle Salvador Hinojosa y la avenida Tonalá: Era una prostituta muy joven con un parecido impresionante a la mujer que la vida le negó. Hizo tratos con ella y enseguida se la llevó con una urgencia de muerte a un motel ubicado por la avenida revolución. Casi se va de espaldas cuando supo que la beldad nocturna era hombre. Casi cae a sus pies cuando Kitxia se quitó la peluca dejando ver su pelo cortado al estilo de Ana Torroja. Sin el artificio de la peluca era idéntico a Gloria. Solo faltaba probar si este poseía la lozanía del lirio, el aroma a duraznos y el fuego a cien grados centígrados que aquella poseyera. Lo tenía todo y de más. Kitxia llevó al viejo Alejandro a colocar el corazón en el pedestal que ni el mismo Julio del Mar alcanzó a tener alguna vez en los brazos de su amor imposible. Se enamoró profundamente de aquel joven muchacho y este le correspondió hasta el delirio de quitarse el nombre y hacerse llamar Gloria. Tanto se enamoró Alejandro y de forma parecida al arrebato que le quitó la tranquilidad aquel año de 1965 que un buen día planeó asesinar al transexual ambulante de la manera en que, según él, se merecía: como un perro callejero.


Fue por eso que lo llevó a la vieja casa en donde tenía escondido, dentro de las páginas del libro Siberia Blues, la nota periodística fechada con el día 16 de enero de 1968.


La suplantación de su amada muerta lo abraza ahora por la espalda, lo besa y le acaricia el pene mientras se derrite de placer leyéndole en voz alta la descripción de la historia de don Susano Santos Flores y Gloria Concepción Madrigal. Su amante ni siquiera sospecha que le ha estado leyendo su sentencia de muerte. Alejandro esperó pacientemente la fecha en que asesinaría a su quimera amorosa. El día siete de enero de 2020 a la 1:00 de la madrugada llovía a cántaros y hacia un frío insoportable; conducía despacio el coche mientras escuchaba la canción Gloria interpretada por Jim Morrison. Al dar la vuelta por Lázaro Cárdenas para tomar la calle Salvador Hinojosa el pulso se le empezó a alterar dándole a su corazón el ritmo de un secuenciador descuadrado hasta hacerle sentir borracho; cuando cruzó por debajo del puente de la línea tres del tren ligero aceleró la marcha. A lo lejos vio al muchacho, pálido de lluvia, con una peluca rubia y una minifalda horrible bajo un paraguas color rosa y litografías con las figuras de los personajes de Barbie. Le hizo cambio de luces repetidas veces y aquel se bajó entonces de la acera; esa es la señal que los clientes furtivos hacen cuando buscan un encuentro con estos personajes nocturnos. Cuando lo vio bajo la lluvia haciendo la seña con la mano indicando el número cinco aceleró a fondo y lo atropelló. El cuerpo del infortunado muchacho salió proyectado varios metros adelante.

 

Alejandro vio claramente como cayó de cabeza contra el pavimento. Se detuvo unos instantes para ver cómo se retorcía dando sus últimos estertores a la muerte. No lo dudó un instante: Volvió a poner en marcha su coche a toda velocidad y le pasó por encima.

 

Cuando llegó a casa, revisó el coche en la parte frontal: No había quedado ningún rastro de su crimen y eso le hizo carcajearse -bendita lluvia, hasta que sirves de algo en este puto invierno, culera -les dijo a las gotas de agua que se arrastraban sobre su reflejo en el vidrio de la ventana del copiloto.

 

Pasaron los días sin novedad. Al parecer, a nadie le importó el asesinato de Kitxia y solo fue una pequeña columna en las páginas de la sección policiaca del periódico local. Esto le quitó de encima su principal preocupación: caer preso en el mejor momento de su vida económica; además, se había librado al fin del oscuro sentimiento de venganza que lo torturara durante años. Se sentía ligero y lleno de vida; esto le hizo visitar el lugar en donde Kitxia trabajara vendiendo placeres equívocos y errantes. Allí estaba un cenotafio adornado con flores artificiales. Se llamaba Carlos Daniel Gómez Salazar. Había una foto de un muchacho bello, delgado y sonriente, recargado en la barra de algún bar con un cóctel colorido en su mano izquierda. Una noche de marzo, tuvo el atrevimiento de arrancar el cenotafio del pavimento, subirlo a su coche y llevárselo a casa. Lo instaló en la sala, frente a su escritorio, sacó el viejo recorte de periódico, se puso a leerlo frente a la foto del muchacho mientras se masturbaba. A los días, la portada de un diario de plataforma electrónica amarillista encendió su vena literaria; el encabezado decía: ‘Joven que asesinó a su novia es puesto en libertad después de que el juez encontró supuestas fallas en la investigación”, se puso a leer la nota y encontró varios comentarios de internautas que acusaban la tendencia de los jueces a revictimizar hechos sangrientos contra mujeres poniendo como víctima de las circunstancias a los feminicidas. La nota tenía mucho material para escribir la novela negra que tanto deseó crear en los años setenta. Solo le faltaba buscar dos personas en quienes siempre estuvo pensando, más cuando se enteró que Gloria había muerto en un accidente doméstico. Tomó un directorio telefónico y se dio a la tarea de buscar las direcciones de dos personas: Fernando y Guadalupe Santos Madrigal. Estaba seguro que a ambos les daría mucho gusto verlo y que, sin lugar a dudas, le ayudarían a realizar su sueño literario.

Waldo Contreras López.


Narrador y poeta.


Nacido en Culiacán, Sinaloa, Mexico.


Licenciado en psicología. Estudiante de Lenguas y literatura hispánicas para la Universidad Autónoma de Sinaloa.


Colaborador en Revista “Pitraña”, México (narvíboros).


Colaborador, editor y columnista en Revista “Delatripa”, narrativa y algo más.
Ha colaborado en Revista “El Guardatextos” y Revista poética “Azahar”.


Actualmente radica en Guadalajara Jalisco, México.

 

 

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