Cultura

¿Quién escribe? | Mía Gallegos

Foto de Sajan Rajbahak na Unsplash

Dentro de mí, habita ella, una anciana que murmura, que adivina todo cuanto guardo. Esa presencia  que está ahí, aunque no pueda mirarla ni nombrarla, se abisma como una pequeña niña y ansía volver al origen, a lo increado, a esa primera razón, la translúcida, la poética.

 

Mientras la vieja, se arrumba hacia la nada, soy “yo” quien escribe. Soy la otra a quien aún le queda vida y que teme a la infinitud, a la llegada de las silenciosas Parcas. Escribo, si bien es la anciana quien me dicta palabra por palabra lo que plasmo en los lienzos.

 

Escribo, sí, escribo para mí misma. Sé de buena tinta que hay heridas que emergen, así como  una ira sin nombre que golpea mis sílabas, las dilata, las vuelve hiperbólicas como si desde el infinito silencio de los Dioscuros que me poseen, pudiera simplemente vociferar. También, allí, en esa inmensa oquedad, está ella, Levana, la diosa romana de las Tristezas con quien hablo y quien por doquiera que voy, pronuncia mi nombre.

 

Pero muy dentro está ella, la otra, una suerte de doble que asevera corrige, clama…Los antiguos aludían así a los gemelos Cástor y Pólux, los Dioscuros, hermanos de Helena, la que provocó la guerra, aunque las ofensivas las ocasionan los hombres perpetuamente.  Las mujeres, por suerte o por desgracia, tan solo aguardamos. Esta espera supone también un encierro, un entrarse entre las cosas, un detenerse en los ínfimos espacios de los objetos cotidianos. “Yo” suelo detenerme…Mas camino, avanzo, aun cuando la anciana y “yo” tratamos de pasar por los caminos sin ser notadas, Y así, perdidizas, casi de puntillas, nos enrumbamos…

 

“Yo” no acostumbro a alzar la voz, soy una mujer que se resigna. Una diosa que suspira y que posee terribles llaves hizo que soportara el infortunio…Pero la otra, la vieja de cabello blanco es fuere y siempre me está retando…Ella puede ser impulsiva, si me descuido, toma entonces las riendas y arrasa. Debido a esa condición, tan solo la dejo que escriba, que se derrame ahí, solamente ahí.

 

La anciana es la que emborrona páginas. Mas “yo”, ese alguien inexistente, esa persona-máscara, casi vacua,  masificada, hueca, necesita a diario y con urgencia formularse cien y mil enigmas que no tienen réplica.  Las palabras son duras, son piedras fundantes que no afloran cuando se les nombra.  La vieja es quien esboza, ejecuta y plasma. A veces, deja pequeños bosquejos para que “yo” los concluya.

 

A menudo, la de blancos cabellos me increpa, dice que la otra, la que está afuera, novela la existencia, que esa “yo” en verdad es una suerte de justificación, de mentira…Ella, la mujer sin nombre, aunque ninguna de las dos tiene un distintivo, ha aprendido a diferenciar ese murmullo de la voz interna cuando habla. Nunca se sabe ni se sabrá cuál de las dos escribe. La invisible solo busca a la otra para estampar vocablos sore blancos tapices, y cuando insiste en deletrear señales, la deja hacer, como si de un juego se tratará.

 

Pero a veces cuando “yo” irrumpo en la página , y cuando estoy a punto de escribir una sílaba, la otra, la doble se adelanta y me quita el verbo de la boca…

 

Entonces espero con paciencia a que termine, y casi con un ruego, le pido que me permita continuar.

 

Ella, cuya mis gustos, sabe de mi entrañable amistad con el hombre toro. A veces, en las noches lóbregas del insomnio me apremia para que navegue laberinto adentro.  Yo aprovecho la travesía y siempre traigo pequeños y blancos pedruscos…Es para no olvidarme de la materia, de lo concreto…Y de nuevo ahí, nuestra Señora de las Tristezas también se instala. La entreveo, jamás he llegado a ver su rostro por completo porque pesados mantos la ocultan.

 

Mi doble, esa presencia y yo nos turnamos… a veces hablo “yo”, otras lo hace ella. En algunas ocasiones escribíamos al unísono, mas, mi vieja amiga siempre me está pidiendo que ejecute tal o cual acción, en cambio “yo” soy más sutil, me burlo y muy quedo le recuerdo que por ahí nomás está la calavera…

 

¿Quién escribe?  No sé cuándo ese “yo”, ese “yo” que apela al ser, aparece.  Quizás cuando al caer la noche, cuando logro un plácido sueño, florecen los actores de un extraño acontecer.  Algunas veces surge mi padre, puedo reconocer su voz.  Es él quien me dota del impulso, es quien me encumbra.  Vislumbro entonces, la extensísima llanura y los caballos que se desbocan…Mas estos potros podrían pertenecer a los Dioscuros. En verdad, se van huyendo y la visión culmina.

 

En otros momentos se presenta mi madre y la veo transformarse en mí, aquí dentro, fundida. Ella, aunque muerta, me confirió su piel.  Pero está los otros, los que suelo llamar desconocidos, los sin nombre, figuras de noches pasajeras, habitantes de días aciagos, de los que no guardo recuerdos. Sé que en el sueño se reúnen y allí el tiempo no tiene un habitáculo. Siempre es hoy, siempre es eterno, siempre, siempre, siempre…

 

Quien escribe apenas se asoma, apenas balbucea. Pretendo extraer palabras que moran en el caos, intento darles un signo., los nombro, los ordeno. Solo hay un instante en que van cayendo sobre las páginas en blanco, sobre el difuso blanco pero nadie los dirige.  Son trozos, son la mano diestra de una apariencia que cobra vida súbitamente. Es la antigua voz, la voz primera, la que se pierde en el torrente. Ahí, mi doble y “yo” nos desbordamos. Reunimos las voces…Padre: escuela, sol naciente. Madre: aurora, angustia, temblor de parto, manos enredadas que buscan una simiente. Hijas, ventura, riesgo, cobijo, alfabeto, ternura. Y los otros poseedores de máscaras, claman desde dentro.

 

También sé que surge el acento de la pequeña que leía a Sor Juana Inés de la Cruz y que se pierde en la noche barroca intentando alzar el vuelo de Ícaro. Viene de muy lejos, de un espacio remoto, un abuelo que tendía a sus pacientes en un diván.

 

Mas hay un impulso, una voluntad obcecada que asciende como si se tratara de escabullirse del infierno o de la muerte. Sí, hubo una temporada…Surge entonces una baraja de gruesos trazos, la carta número xii, la colgada, la mujer que se tiende de los pies, la autosacrificada…Sí; esa figura se reitera desde la juventud, es Cordelia, la hija insumisa y es también la Cordelia de Soren Kierkegaard.  E esa  estrechez, en esa frugalidad ha sido norma, no por estar tendida de los pies, el orbe se hunde…No, es tan solo su revés…

 

Y ahí, clamando, escucho el vocablo amargo de quien sabe que los instantes son breves, que la vida, en fin, es de una perenne levedad. Otra voz, que no se opaca, cuestiona el sempiterno ruido del presente: “Nos arrebatan el alma, nos cercenan ese trozo de conciencia, ese dioscuro que nos debería, en principio, conducir…”

 

Pero ¿quién enlaza sílaba tras sílaba? ¿De dónde proviene esa expresión fuerte, mucho más sonora que la voz que me identifica?  Nace del instinto de vida, del temor a morir y ser sepultada en vida entre tanta banalidad…Mas “yo” dejo que los Dioscuros acaben sus labores; acaso están ahí para ser nombrados, conjurados y para vencer así nuestra pequeña existencia.

 

Y entonces Levana, también ella, en las noches infaustas, en los días perdidos entre brumas, cuando intento precisar el color del viento, ella me levanta de la tierra y escribo.

 

Fotografia de Mia Gallegos

Mía Gallegos nació en Costa Rica en abril de 1953. Es escritora, periodista, ha publicado libros de poesía, de cuentos y de ensayos.  Sus libros de poesía:  Golpe de Albas. Los Reductos del Sol, Los Días y los Sueños, El Claustro Elegido, El Umbral de las Horas.  Cuentos y prosas poéticas: La Deslumbrada.  Ensayo:  Tras la huella de Eunice Odio. En el año 2020 se publicó una Antología de su poesía en la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.  La Editorial Nueva York Poetry Press publicó en el 2021 su poemario Es polvo, es sombra es nada.

Sus poemas figuran en antologías latinoamericanas y de España. En 1985 participó en el Programa de Escritores en la ciudad de Iowa en los Estados Unidos. Ha recibido en tres ocasiones el Premio Aquileo J. Echeverría en la rama de poesía. Pertenece a la Academia Costarricense de la Lengua. 

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