Cultura

Pessoana | Santiago Montobbio

“MI PATRIA ES la lengua portuguesa”, recuerdo, porque llevo un libro de poemas de Pessoa. Son las odas de Ricardo Reis, que encontré no sé dónde -quizá también en la fecunda Feria del Libro. Basilio Losada me obsequió en su despacho de la Universidad de Barcelona con otro libro de esta colección de volúmenes portugueses, los poemas de Alberto Caeiro. Los recuerdo más. Que los de Ricardo Reis. Recuerdo que alguien dijo que los poemas de Jorge Folch -o él, el poeta, Jorge- tenían algo del Ricardo Reis de Pessoa. Ahora lo veré. Porque los quiero leer -volver a leer. Ayer hablé con Ester Abreu, para felicitarle la Navidad. Que van a salir poemas míos con traducciones suyas al portugués en Hispanista, de Brasil. La Revista electrónica de los Hispanistas de Brasil. Que se los pidieron, y han de salir ya. La lengua portuguesa, una patria. También la Navidad y el pozo que son los recuerdos de infancia. Ester me habla de su colección de más de cien belenes pequeñitos de todas partes del mundo. Me ha mandado alguna foto. Tenemos alguno igual, uno de madera. Porque tenemos muchos en casa, también pequeños, de artesanía, de madera, de barro, de América Latina. Estos años mandaba a los amigos como felicitación de Navidad imagen del belén de casa. He pensado en hacer algo distinto. Y he pensado que podría mandar algún belén más. Y así he mandado más: Feliz Navidad desde tres belenes de casa. He mandado uno de figuras pequeñas, blancas, que es mexicano y tenemos sobre el canterano. El blanco de las figuras contrasta con el mármol negro del reloj de París del XIX delante del que están. Y su reflejo en un gran espejo veneciano de cristal tallado, que trajeron de Venecia mis bisabuelos. América y Europa. Europa y América. El otro es un belén de figuras de tela. Está en una mesa baja, de cristal, que contiene revistas y fotografías. Los niños lo pueden tocar y hasta jugar con él. Porque no se rompe. Es idea de mi madre. A una amiga es el que más le ha gustado. A mí también me gusta en su sencillez, le respondía. Porque estos belenes han sido bien elegidos y hay amigos que les han buscado sentidos y significaciones. El tercer belén es el que mandaba siempre, el de las figuras de mi padre, que fue coleccionando y comprando poco a poco -bellas figuras tradicionales, de artesanos buenos que ya no existen-, y que ponemos delante de un paisaje de fondo que él pintó hace muchísimos años. Cada año lo sacamos. El belén nos lo recuerda. El belén es patria. Lo son los recuerdos de la infancia. Lo es la lengua, las lenguas de ella, que a ella, a la infancia nos vuelven. Es leer y escribir en ellas. En nuestras lenguas, nuestra lengua. Verdadera, antigua, honda, muy íntima patria. La lengua. En la que siento, en la que escribo, en la que percibo el mundo. Y es patria el sol y el aire, el poco de sol que buscaba para estar un rato al aire esta mañana de sábado de diciembre, mientras espero a mi madre, a quien he dejado en la peluquería. El bar de al lado -en una plazoleta agradable, con estupendas vistas de las Punxes- que tiene sol hasta más tarde. Ahora da en el chaflán del Bauma. Los sábados el Bauma está cerrado, pero está la Danesa, a su lado. Quiero ir allí. Tiene un problema, y se lo digo a mi madre, y es que no sirven fuera, y así mientras haces cola dentro para pedir te pueden quitar la mesa, si la hay. Así lo temo y así me pasa. Hay aún una mesa -una sola mesa libre-, con un medio sol muy agradable, y en la que se ha de estar muy bien, pero mientras hago cola para pedir un café se sienta en ella una señora. Ya no hay mesa, ya no hay este agradable medio sol. Se ha confirmado mi temor. Puedo volver al bar que está junto a mi madre. Veo las mesitas que tienen en las Punxes. Tampoco tienen sol. Pero pienso que estaré bien allí. Me siento y escribo. Llega un café. Estoy bien. Conforme voy escribiendo más siento más el fresco de ayer. Pero estoy bien. En este frescor. Escribo. Escribo de lengua, de patrias, de infancias. De belenes. De Navidades perdidas. De encuentros en amistad. En las palabras. En la poesía. Escribo de mi búsqueda de patrias y del saber, de la conciencia íntima de que éstas pueden ser patrias sencillas. Un poco de sol al aire una mañana, luego al aire sin ese sol, con más fresco pero bien. Querer leer, querer escribir. Recordar, sentir. Escribir con libertad, escribir suelto, sin pensar. Escribir así, a la sombra de la preciosa casa modernista que veía desde mi cuarto desde niño. Escribir en un lugar querido, un lugar mío. Ser escribir plaza, patria. Libertad. Ser escribir la verdad honda del vivir, y por ello su búsqueda incansable.

 

Barcelona, 21 de diciembre de 2019

 

LAS ODES DE Ricardo Reis, leídas a medias y aún no acabadas, a las que uno los poemas de Alberto Caeiro que me regaló también en portugués Basilio Losada en la Universidad de Barcelona, libro del que me acordé. También I trionfi, de Petrarca, en una edición de la Biblioteca Universale Rizzoli que era de mi padre. En italiano. Impreso en Milán -miro-, en 1956. Y que no he leído y encontré y pensé en leer. Con todo esto me voy a un jardín, al jardín de al lado de casa. Me voy y llego a él con poesía. Sólo llegar y sentarme y pedir un café escribo. Me vienen ganas. Por estar en un jardín y llegar a él con poesía. Poesía en un jardín. Esto es, es bueno que sea una mañana de sábado. Sea a veces también así la vida. Lo sea y lo vuelva a ser. Lo siento de esta manera quizá porque la poesía es esperar. Esperar a que llegue, a que vuelva, a que aparezca. Como el amor. Sí, la poesía como el amor. Y en este sentimiento, con este sentimiento sentir la vida. Esperar que así sea. En poesía, en mañana de sábado, en jardín.

 

INOCENTES. DÍA DE inocentes. Día y poesía. Para la poesía, inocencia. Se necesita inocencia para lo santo y para la poesía, para lo más verdadero y lo más hondo que hay en la vida. Que podemos encontrar en ella. Inocencia para sí poderlo encontrar. Para descubrirlo, para cantarlo desde muy adentro, y en ese canto soñarlo y que en ese sueño que lo dice y canta vuelva a ser puro, inocente, santo. En poesía.

 

HOSPITAL DE INOCENTES, título de mi primer libro, de pronto recuerdo. Los inocentes para la poesía. Los poemas, inocentes. Inocente el poeta que los hace, si es verdad poeta. Inocente. Hospital la poesía. Hospital que es cárcel y es refugio. De inocencia, de inocentes. De locura, de salvación, de poesía.

 

PESSOA

 

“Amar é a eterna inocência, /E a única inocência é nâo pensar…”: leo estos dos últimos verso del segundo poema de Alberto Caeiro, el segundo poema del guardador de rebaños. He cogido este libro en vez del de las Odas de Ricardo Reis. Veo El guardador de rebaños y recuerdo cómo cuenta Pessoa en carta a un amigo el éxtasis en que lo escribió. La aparición de la poesía. En un rapto, de un tirón, de pie, los papeles sobre una cómoda alta, que es -lo dice, creo- como escribía cuando podía. Allí la aparición, un mágico día de marzo. Lo recuerdo y empiezo a leer. Para leer esa aparición, sentirla y no sólo recordar y saber cómo se dio. El primer poema acaba con unos célebres versos -no, no acaba con ellos, están en su mitad, veo ahora al transcribirlos-: “Nâo tenho ambiçôes nem desejos./ Ser poeta, nâo é uma ambiçâo minha./ E a minha maneira de estar sozinho”. Son versos que comparto y siento como míos. Porque comulgo con ellos. Así también siento yo que es. Maneras de estar solo fue el título de un libro de mi amigo Eloy Sánchez Rosilllo, y venía de estos versos. Yo siento ahora la soledad y la verdad que hay en estos versos, al ahora encontrármelos y leerlos. Y luego la inocencia. La inocencia ligada a la poesía -porque al amor, como yo la unía y me la encuentro también en este segundo poema de Pessoa. Con inocencia -la inocencia del amor- he de seguir leyendo y sintiendo y penetrándome la magia y el fulgor de los poemas de ese día, los poemas que escribió Pessoa, los poemas que te hacen ser persona -pessoa- y serlo de una manera, de una manera determinada, manera de la inocencia y de la soledad. Vuelvo a saber y sentir esta verdad.

 

LA INOCENCIA LIGADA al amor, no a la poesía. Así es exactamente. Pero poesía es amor. Necesita amor, se hace de amor -como de silencio y soledad. Y así pensaba decirlo, lo decía antes. Poesía y amor. Inocencia y amor. Y la poesía, sentir. Sentirlo todo de todas las maneras posibles, como recuerdo también escribió Pessoa. El misterio infinito del sentir, su pozo profundo. El agua honda de ese pozo sentir con inocencia, con amor. Ser por ello esa agua al agua de la poesía. De la inocencia, del amor que necesita, con que hemos de hacerla si es verdadera.

 

PESSOA, EN EL poema V: “Porque a luz do Sol vale mais que os pensamentos/ De todos os filósofos e de todos os poetas./ A luz do sol nâo sabe o que faz/ E por isso nâo erra e é comum e boa”. Y aquel verso de Seferis -recuerdo-: El rocío y la aurora existen sin que nadie se lo pida. Existir sin saber. En el sin saber ser luz, ser bondad. Ser sorpresa y misterio y magia y a la vez lo más sencillo, lo más común. Ser milagro y ser verdad, milagrosa verdad de la vida que se basta con ser y en su solo ser está su plenitud y su bondad, su magia, su razón. Razón de ser. De bastarse a sí y bastarnos a todos. En su ser. Su manera de ser. De alumbrar. Así el sol, así el rocío y la aurora, la poesía, y la bondad. En los versos también recordarlos y volverlo a encontrar así. Dicho así, sabido así, sentido así.

 

“É PRECISO SER de vez em quando infeliz/ Para se poder ser natural…” leo en el poema XXI de estos maravillosos poemas. Y pienso en la verdad de la tristeza, en la verdad que hay en la tristeza y que sólo ella nos hace saber y encontrar. La tristeza, el dolor. La fiera soledad, la soledad infeliz y herida. Cómo nos hace saber, y sentir, y ser. Ser naturales, ser natural, llegar a la raíz más verdadera y profunda de nosotros mismos. A lo más hondo. Lo que más somos. Es natural lo infeliz, lo infeliz es natural. Desgraciadamente -o no- es así. La tristeza nos hace encontrar y saber la verdad. La encuentra y la dice el canto, la poesía. En ella es como más de verdad, en verdad y más hondo somos. Más verdaderos, más naturales. Reales y misteriosos. Infelices, naturales, tristes, infinitos.

 

QUE TRISTE NÂO saber florir!, leo en el poema XXXVI, y luego: Penso nisto, nâo com quem pensa, mas com quem respira. Sí, poesía, florecer. La poesía se da como un florecer, un abrirse de la tierra. Así sentirla y saberlo, así pensar como un ser, pensar y cantar como quien respira. Aire junto a la tierra, aire en un jardín. En un bosque, en un lago, un río inmenso. En una selva. Una selva oscura en la que reencontrarnos. Florecer. Así ser poesía, así hacerla. Florecer desde adentro, sin saber.

 

“SENTIR A VIDA correr por mim como um rio por seu leito./ E lá fora um grande silêncio com um deus que dorme”: así acaba el último poema, el poema XLIX, tras cerrar la ventana y desear que la vida sea siempre esto. Fechada a janela, sentir y saber esto, querer que sea siempre así la vida. Después de haberse preguntado en el poema anterior por el destino de los versos. Los versos como las flores, como los árboles, como los ríos. Así su destino. Así su cumplimiento. Su darse, su florecer. Así el poeta que hace poemas, al hacerlo. Siente así. Siente correr en él la vida como un río por su lecho. Afuera hay un gran silencio como un dios que duerme. Esto saber y sentir tras la ventana cerrada, después de haberla cerrado, y desear que la vida sea siempre así. Así la verdad pequeña y a la vez absoluta, que puede sentir un poeta en su sentimiento más íntimo. Así sentirla y quererla cantar. Desde mi ventana oscura.

 

Barcelona, 28 de diciembre de 2019

 

PESSOANA

 

Otra vez con Pessoa, en la mañana de domingo. Del libro de Alberto Caeiro me quedan los célebres Poemas inconjuntos, que espero de nuevo disfrutar. Si puedo, si hay tiempo, seguir con las Odas de Ricardo Reis, dejadas a medias. Recuerdo que el otro día escribí mientras leía, leía a Pessoa, en un conjunto de prosas que forman por ello una pequeña “Pessoana”. “Barojiana” titulaba Juan Benet un texto espléndido de su Octubre en Madrid hacia 1950, autobiografía fragmentada y singular leída hace muchos años. “Dariana” titulé y es la primera parte de mi libro Nicaragua por dentro. Al leer a otro nos leemos, nos encontramos. A veces. Alguna vez de especial modo. Autores que forman parte de nuestra vida, que nos la dicen y recuerdan. Que nos son patria. Y que nos hacen personas, ser exactamente la persona que somos. Así nos hace la poesía. Sin la poesía no sabríamos quiénes somos, quién hemos llegado a ser, o al menos yo desde luego no lo sería. Poesía. Persona. Pessoa. Por eso, alguna vez, escribir al leer. Mientras leemos. Sentir la necesidad y el gusto de así hacerlo. Lo pienso y digo, escribo una mañana de domingo, en un buen sol de enero, antes de reemprender la lectura de Pessoa donde la dejé el otro día. Qué gusto volver a leer los Poemas inconjuntos de Alberto Caeiro, llegar con ellos a ser quien soy, a aprenderlo, del modo que Unamuno traducía a Píndaro y se cumple, te hace cumplir la poesía: “Aprende a ser el que eres”.

 

OUTRAS VEZES OIÇO PASSAR O VENTO,

E acho que só para ouvir passar o vento vale a pena ser nascido.

Eu nâo sei o que é que os outros pensarâo lendo isto; 

Mas acho que isto deve estar bem porque o penso sem esforço,

Na ideia de outras pessoas a ouvir-me pensar;

Porque o penso sem pensamentos,

Porque o digo como as minhas palavras o dizem.

 

Uma vez chamaram-me poeta materialista,

E eu admirei-me, porque nâo julgava

Que se me pudesse chamar qualquer coisa.

Eu nem sequer sou poeta: vejo.

Se o que escrevo tem valor, nâo sou eu que o tenho:

O valor está ali, nos meus versos.

Tudo isso é absolutamente independente de minha vontade.

 

Y antes:

 

Tenho escrito bastantes poemas.

Hei-de escrever muitos mais, naturalmente. 

Cada poema me diz isto,

E todos os meus poemas sâo diferentes,

Porque cada coisa que há é uma maneira de dizer isto.

 

Dejar hablar al viento. Sentir el viento. Decir sin esfuerzo, sin querer. En un acto casi fuera de voluntad, como de desprendimiento y abandono. En un florecer o un germinar inconsciente y de pronto dado. Así decir, escribir palabras, sentir el viento. Para esto, sí, valer ya la pena haber nacido. Y no importarte ni saber para qué los otros han de decir nada, qué sentido tiene el que digan o piensen algo de esto. De lo que dices, de lo que escribes, del viento que sientes. De la poesía que haces. La poesía que eres, la poesía que eres cuando la haces. Que ella te hace ser. Pessoa te lo recuerda. Corre un aire fresco, ligero. La poesía también es este aire, lo es también sin saber, sin que importe nada lo que nadie diga de su ser.

 

VOU ONDE O VENTO ME LEVA E NÂO ME

Sinto pensar.

 

La ausencia, las flores, el jardín. El camino, la ventana. Sentir en ti, a través de ti. Sentirlo sin pensar, y pensar así. Sin sentirlo, sin saber. El río que corre en ti. Que fluye. Que tiene rápidos y remansos. Escribir, sentir. Vivir. Que se haga, se hace el misterio en ti. Sin saber y casi sin sentir en el sentir que lo haces. Fúlgido, espontáneo, natural. Así vas donde el viento te lleva, así esparces tus palabras y esparces en ellas. Poesía, pessoa. Y su glosa, su comentario poco o nada importante, el sentir que escribes siempre al margen de algo que se olvidó, pessoana. La poesía y el escribir así. Donde el viento te lleva, y en un margen. En los márgenes escondidos, no sabidos. Nunca vistos. Las palabras de los poemas se encuentran en ellos. Allí. Poesía y viento, persona que se hace sin saber. Y así, en él canta.

 

“AMAR É PENSAR”: así lo encuentro en un poema posterior. Amar, amor para el cantar. El pensamiento del amor, que es y necesita amor. Así el olvido y el camino y el sentir y el pensar, así el hacer los poemas en el sin sentir, sentir que eres su viento. Viento, adviento. Amor. Pensar es amor, escribir es amar. Escribo de amor. Por amor. Un amor que no se acaba porque es profundo y es verdadero. Un amor así, sin fin. En él pensar, pensarte, a ti y a mí, sentir de nuevo amor y olvidar amor, perder amor. Y con ese olvido y esa pérdida escribir. Pensar, vivir. Que es, si es de verdad, amar. Siempre amar. En todo, aun en el dolor y en la ausencia, amor.

 

Barcelona, 5 de enero de 2020

Santiago Montobbio (Barcelona, 1966) publicó por primera vez como poeta en la Revista de Occidente en 1988, y su primer libro, Hospital de Inocentes (1989), mereció ya el reconocimiento espontáneo de ilustres autores (Onetti, Sabato, Vilariño, Delibes, Cela, Martín Gaite, Valente, entre otros). Su vasta obra poética, traducida a un buen número de idiomas, ha obtenido una difusión, un reconocimiento y una trascendencia internacionales. En su fecunda trayectoria destacan los libros previos que ha publicado en El Bardo: La poesía es un fondo de agua marina, Los soles por las noches esparcidos, Hasta el final camina el canto, Sobre el cielo imposible, La lucidez del alba desvelada, La antigua luz de la poesía, Poesía en Roma, Nicaragua por dentro y Vuelta a Roma.

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