Cultura

Los no despertares

 

 

EL PLACER ES BLOQUEADO POR LA CULPA.

 

Tomen dos globos, llénenlos de agua. Cada quien sabrá dejar el tamaño suficiente. Intenten no romperlo. Frótense los testículos y el pene con ellos. Imaginen los senos de una mujer; piensen en alguna joven que conozcan y les parezca atractiva.

― ¿Puede ser Norma?― Gritó Fernando y la risa en el salón de clase, no se hizo esperar. 

― Agarra tus cosas y vete a la dirección… Ya están grandes; aprendan a respetarse―. Nuestra compañera Norma se puso colorada, masticando su rabia.

Desde esa mañana en clase de biología la masturbación fue tema recurrente en cada conversación; donde hay dos personas reunidas, parecía decir, ahí estaré; el placer había hablado.

Ulises siempre se quedaba solo en casa. Sus hermanos en la calle, los padres trabajando. Una mujer semidesnuda en una peli, le hizo pensar en la clase de biología. Cogió dos globos de la bolsa de dulces que había guardado de la fiesta de una de sus primas, y se metió al baño. Se desnudó y sentó en la pileta. Llenó los globos con agua, No mucho, no mucho, chin, me pasé, están disparejas. Mejor así, medianitas, como las tetas de I.., no tan grandes, que se vean duritas. ¿Así se sentirán los senos de verdad? Pensó en el rostro de la niña que le gustaba. Era de primer año y él de segundo. Ella estaba inscrita en el curso de taqui, y a él le encantaba pasearse por los talleres y mirarla presumir. Lo que más le gustaba eran sus piernas. Con la mirada intentaba levantarle la falda rosada de pliegues o bajarle los calcetines blancos hasta los tobillos, ¿comenzaba a picarle el amor?

Pensó en la maestra de biología y se dio cuenta de su erección. Juntó los globos sobre su miembro y comenzó a frotar. Esto es una pendejada. Decidió tomar la barra de jabón, mojarla y untársela en los testículos. El frote con sus delgados vellos hacía crecer la espuma; se soltó la regadera encima, se sentía más y más excitado. Dijo el nombre de la chica como una plegaria y cerró los ojos. El rostro de la maestra vino a entrometerse; las sensaciones de las gotas golpeando sus testículos le agradaban. Pensó en las piernas de la maestra bajo el escritorio, imaginó sus tetas de hembra madura y su amarga boca tomándole el miembro mientras se deshacía en súplicas, y en ese instante, endureciendo nalgas y muslos, Ulises terminó. El semen le había embarrado el vientre, las manos y los mulsos. Junto a él uno de los globos había estallado, y el niño de secundaria comenzó a llorar. Esa noche tenía que servir en misa como acólito, y se dio cuenta que ya no podría comulgar.

 

 

***

 

 

CRECER.

Hubo una vez una niña que con el paso de los años seguía siendo infantil. Pensó: ¿Qué se sentirá jugar a ser adulta? Y caminó hacia el cuarto de su madre para hablar con ella, y su madre era solo una muñeca, que caminaba con su cuerpo de muñeca, y se subía y bajaba de la cama, una y otra vez, absorta en sus cavilaciones. La niña de nuestra historia la atrapó y se la acercó al rostro. La muñeca se quejó: ¿Cómo te atreves a molestarme, mocosa?, gruñó enojada y fea. La niña le dijo… Ya no puedes molestarme más mamá. Pero la muñeca le mordió los dedos. La niña la soltó y la muñeca cayó sobre la cama. Antes que la niña reaccionara, la muñeca había descendido y se había ocultado debajo del colchón. “Voy a decirle a tu padre y a todos que eres una ingrata. Que no tienes conciencia de las cosas, niña mala”. No lo harás. Papá no es más que otro muñeco igual a ti. Se han convertido en plástico con el paso de los años. Y créelo madre, te voy a encontrar, y te lanzaré al fuego para que termines derretida, junto con todos esos pensamientos que metiste en mi cabeza.

 

 

***

 

 

POR UN SUEÑO.

Desde temprano se había anunciado, ¡las mujeres pelearían en gelatina! El municipio se había encargado de todos los preparativos, la mujer que lograra rendir al mayor número de adversarias se quedaría con el hombre de sus sueños. No importaba lo que las feministas dijeran. Los que apoyaban la equidad de género se sentían confusos. Pero ¿por qué no luchar?, los hombres luchan, ¿pero luchar por un hombre?; en este caso se trata de luchar por el hombre de sus sueños, al menos así lo habían dicho las seis mujeres cuando fueron arrestadas después del escándalo que se había armado por la poligamia de que era acusado el hombre por el que lucharían. Las seis mujeres estaban casadas con él, tenían familia con él, y ellas aceptaron, que luchar en gelatina era la mejor forma de saldar esta cuestión. Los niños miraban divertidos a sus madres. Y ahí estaban en el palco de primera fila, con su orgulloso padre, risueños, comiendo caramelos, pensando que todo se trataba de una broma, de una diversión familiar a la que asistían.

 

 

***

 

 

CORAZONCITOS DE LENTO APRENDIZAJE.

Me da risa la gente que dice: Tenía 40 años y ella 13, no le dio opción; el maldito la sedujo y la obligó a tener relaciones con él, ella no pudo tener esas ideas en la cabeza.

Mi esposa contrató a Julia para que se quedara a cuidar al niño. Esa noche tuvimos la idea estúpida de rescatar el matrimonio. Abrí la puerta y vi a Julia, vestía una blusa blanca que tenía bordadas unas flores azules y llevaba jeans deslavados, calcetas y tenis. No me pareció remotamente interesante. Yo tenía la esperanza de una noche brutalmente sexual con mi esposa, y a tres años del nacimiento de mi hijo, me fascinaba que aún le chorreara leche de las tetas con sólo succionarlas. Nada más alejado de la realidad eran mis pensamientos.

Carmen terminó de arreglarse, dictó instrucciones a Julia, y me alcanzó en la puerta. Llevaba puesto un vestido blanco que apenas le cubría la mitad de los muslos. Era una hembra poderosa. Le dije que se veía fenomenal, que me encantaba la idea de salir de la monotonía, e intentar olvidarnos de los pleitos que nos iban consumiendo. Ella sonrío distraída y señaló el restaurante a donde quería que fuéramos. Una vez que habíamos escogido lo que íbamos a beber, Carmen pidió al mesero que nos dejara para escoger de la carta. Levantó la vista y me dijo en tono seco: No quiero escenas, por favor, te pedí salir para decirte de frente que esta noche te dejo. Nada pude.

Do

s horas después yo estaba en casa, bebiendo whisky a pequeños sorbos. Julia explicó que mi mujer le pidió se quedara durante una semana. Le había adelantado el dinero, en presencia de sus padres. “Me encargaré de todo, señor, no se preocupe, ni siquiera le daré molestias. Siento mucho esta situación”.

Fue cuando la descubrí tal cual. Vestía una camiseta larga de algodón a manera de bata de dormir, con un Mickey Mouse estampado que guardaba el equilibrio sobre una tabla de surf. Debajo se veía la sombra de su ropa interior infantil. Le pedí que se sentara un momento, le ofrecí refresco y palomitas hechas en el microondas. Lo demás, no pueden entenderlo. Nos amamos toda la noche, al día siguiente, y durante toda la semana. Y estoy seguro que ella, pegada a mi piel, suplicaba que la amara toda la vida; porque la escuché decir: ¿En verdad está pasando, dime que en verdad está pasando? ¿Cómo pueden llamarle a eso violación?

 

 

*** 

 

 

PAISAJE.

Luego del estruendo, el silencio ocupó el espacio. La nube de polvo tomó su tiempo en diluirse con el tenue viento que siguió a la ráfaga. Si alguien hubiera podido medirlo hubiera contado apenas minutos. La silente amplitud creció hasta cubrir los cuerpos de la familia, empezando con la madre sobre el mantel colocado encima del césped. Un balón de americano permanecía equidistante entre el cuerpo de un hombre adulto y una pareja de niños. Los cuerpos eran rojos, ardientes, despellejados; la blancura de los dientes creció sobre la albura de los globos oculares en los cuatro cuerpos depositados en el césped. El inmóvil paisaje fue roto por el vibrar de élitros de los escarabajos provenientes de la arboleda. El monótono zumbido zigzagueante formó una mancha negra sobre el verde césped, y el luminoso día azul claro parpadeó. Los escarabajos fueron cubriendo los cuerpos: el de la madre subiendo por sus muslos, el del padre caminando su rostro, y el de los niños cubriéndolos por completo. La oscura mancha avanzó hasta introducirse por los orificios y debajo de la deshilachada piel, entre sangre seca. Hurgando las probóscides al unísono, los escarabajos, con ritmo preciso y diligente, primero sorbieron la sangre, y luego pasaron a los colgantes pellejos, la grasa y la carne de los cuerpos. La luz diurna escurrió y apretó la noche. El silencio parpadeaba con las vibraciones de los élitros, con el delicado mascar, tragar y defecar de los escarabajos. La mancha brillante, metálica, había crecido tanto, que pequeñas fracciones de los cuatro cuerpos podían observarse, albas, limpias. Un rubor de rocío cayó sobre los exoesqueletos de los bicharrajos. Aclaraba. La densa niebla que surgió del césped ante la luz solar se condensó. Plenos quedaron, entre el verde césped y la azul mañana, los esqueletos amarillos de una familia unida “hasta el final de los tiempos”. Los escarabajos emprendieron el vuelo en agitantes élitros para esconderse en los árboles del bosque, victoriosos y saciados. Hartos de alimento comenzarían las batallas de la procreación y aumentarían la prole, en espera de que el generoso dios del bosque, les ofrezca algún nuevo cadáver de la humanidad.

 

 

***

 

 

PONLE LA SOTANA AL CURA.

Era mayo, la tradición impuesta es llevar flores a la virgen al cumplir los tres. Rodrigo lo sabía, había mamado religión desde la cuna. Como padre de familia, tenía la firme intención de entregar a su hijo esa vivencia. Los días detenidos en el templo, el ser iglesia y estar cada semana en la parroquia viviendo los ideales del evangelio, creyendo a todo pulmón las palabras del sacerdote en turno. Pero Rodrigo nunca imaginó el calvario por venir.

Al cumplir su hijo los tres años, lo engalanó con el mejor ropón, cual niño de Atocha, y fue a dar gracias al señor por la alegre vida de su retoño. Se encaminó hacia ese encuentro con el santísimo, pensando en aquel Samuel que fue entregado al templo por su madre; miro que era bueno, y sonrió.

Hoy Rodrigo, dos años después, espera en el juzgado la resolución que le permita encerrar al cura de la parroquia. Su hijo no será jamás él mismo niño que había querido crecer en la inocencia. Ese niño que representara la sagrada infancia de Jesús. Su hijo se debate ante la muerte en el hospital con el ano roto. El cura ha dejado la parroquia, ha sido removido en castigo por sus actos, esperando que este destierro, junto al divagar por poblados o ciudades, lo sanen de sus propios pecados.

Rodrigo se hunde. Toma la mano de su hijo hospitalizado. El niño despierta y pregunta: ¿Por qué lloras papi? Mira a su hijo y logra escuchar cada una de las gotas del suero que cae dentro de la manguera hacia su tierno bracito. A través de la puerta escucha el rumor del hospital. Besa la mano de su hijo y sabe que mañana el día llegará como siempre, que el sol despertará a las aves, las personas saldrán de sus casas rumbo a la oficina o escuela, y que cada uno de los días por venir, serán como todos los demás de su vida.

― Me emociona saber que pronto estaremos en casa, bebé. ―Su hijo aprieta los dedos de su padre y cierra los ojos para seguir durmiendo, tranquilo.

 

 

***

 

¿QUIÉN ENCERRÓ AL MINOTAURO?

El día de muertos la feria amaneció instalada en el parque sin que nadie escuchara algo. Los más trasnochadores dijeron que se fueron a dormir, abandonando el parque, a eso de las tres de la mañana y aún no había nada. Solo la mujer que acostumbraba alimentar a las gallinas de madrugada, vio pasar las camionetas, escuchó voces y algunos martillazos, pero nada tan escandaloso que previera todo el trabajo nocturno para levantar las atracciones.

Ahí estaban los futbolitos, las sillas voladoras, la rueda de la fortuna, esas tablas para tirar canicas, y la zona de rifles de aire para cazar patos de aluminio. En el centro de la feria se encontraba la casa de los sustos y a un costado, la entrada al laberinto con la leyenda: ¿Quién encerró al Minotauro?, entre dibujos de cuernos, colas de reses, pezuñas, y el torso de un hombre corpulento con la cara de un buey.

Al atardecer, los encargados de la feria vociferaban atrayendo a los clientes. La gente del pueblo salió de misa de difuntos y, contrario a las costumbres, quisieron gozar el esparcimiento, contra las indicaciones del párroco, de algunas de las señoras piadosas y de los hombres que apoyaban en la comunión.

Desde la entrada al laberinto, un hombre gritaba:

―¡Llega a ustedes Eeeel Laberintooo! ―Y abriendo los ojos como un poseso decía a los que se le acercaban: ―Acérquense y atrévanse a entrar –la gente sonreía y temblaba al mismo tiempo, ante la desorbitada mirada del hombre; y el palurdo entonces levantaba la vista y continuaba invitando con sus ademanes: ―¡Miren al monstruo: Mitad toro, mitad hombre!

Las personas dudaban por qué. Además, el párroco había bajado de la Iglesia para agredir verbalmente a los encargados de la feria, junto con los feligreses:

― Es noche de día de muertos. Vayan a sus casas. Hagan oración.

Con todo y la confusión que se había armado, muchos se percataron que Raúl, uno de los acólitos de tan sólo 13 años, como un desafío hacía sí mismo, decidió entrar al laberinto. No había oscurecido cuando el muchacho preguntó al encargado: ―¿Cuánto cuesta la entrada?

― Para ti es gratis.

A las dos de la mañana cuando la gente decidió que era tiempo de refugiarse en su casa, porque el frío comenzaba a picarles la piel, y los ojos les ardían por esas ventiscas heladas que circulaban en el descampado, la feria comenzó a cerrar sus atracciones. Pero nadie vio salir a Raúl del laberinto.

Sus padres quisieron hablar con los encargados de la feria, pero ellos solo argumentaban: Es imposible que haya entrado solo, no se permite. Los niños tienen que entrar acompañados de un adulto.

Los padres y otras muchas personas del pueblo, enfurecidas, despertaron al alcalde, quien, con los policías, los que vieron entrar al muchacho, y hasta el mismo sacerdote obligaron a los encargados a desmontar el laberinto. Estaba oscuro y una densa neblina había caído sobre el pueblo. Nada pudieron hallar entre los retorcidos fierros y láminas.

Los hombres de la feria fueron llevados a la cárcel pública. Los policías recorrieron las calles, interrogaron a los amigos de Raúl, dieron rondines por las carreteras aledañas, las entradas y las salidas del pueblo, se internaron por el monte, sin encontrar nada.

Cansados vieron salir el sol del amanecer, y ante la luz dulce de la mañana, con el terror en los ojos, se percataron que el parque se encontraba abandonado, limpio y silencioso: ningún juego mecánico ni carpa se encontraban instalados. Todas las atracciones que habían disfrutado por la noche, ante la luz brillante del sol, habían desaparecido; la feria había sido levantada y nadie supo cómo ni en qué momento. Corrieron hacia la cárcel pública a pedir explicación a los detenidos, pero no hallaron a nadie tras las rejas, sólo algunos huesos humanos y unos cráneos relucientes y pequeños como de niños, cenizas y las colillas de cigarros que presumían haber sido fumados hacía poco tiempo aun desprendía su picante aroma.

Apareció entre ellos la mujer que solía alimentar a las gallinas muy de madrugada y les dijo: ―A las tres de la mañana se fueron en sus camionetas.

 

 

***

 

 

SIN VENTAJA ALGUNA.

Ya sonaba la música que lo introducía a la Arena. Brincaba en puntas de pie y lanzaba los puños, hacia adelante, derecha, izquierda, gancho, upper, recto, derecha, izquierda. Seguía con los ejercicios de la mandíbula, abrir al máximo, cerrar, mascar al aire, porque era necesario no descuidar la concentración, una quijada fuerte para sostener el protector bucal. Para esta ocasión era él quien subiría primero al cuadrilátero. Todo era distinto. Su nombre ocupó el segundo lugar en las marquesinas, y la bolsa de los premios, ganara o perdiera igual era dos tercios menor. Ellos piensan que no se dio cuenta que las letras de su nombre eran hasta un punto más pequeño en toda la publicidad que había circulado, y cómo no. La oportunidad de pelear con Money había llegado quizá demasiado pronto. Era cierto que él también se mantenía invicto, y que no se jugaba nada en esta ocasión, porque Money no había querido arriesgar la corona con él. ¡Vaya! no se trataba de arriesgar nada más que su propia integridad. ¿Callarás voces? Si ganas tus críticos ya nada tendrán que objetar, le decían todos, desde su agente, hasta aquellos periodistas de la televisora que llevaba varios años haciéndose cargo de impulsar su carrera. No podía saber si la Arena estaba llena para verlo ganar de nuevo, o para alegrarse si caía derrotado. La gente gritaba, pero no como otras veces. Todo era diferente. El alarido de aquel México, México, se escuchaba pero… como si los miles de asistentes se hubieran puesto de acuerdo, nadie gritaba su apodo como en otras ocasiones. Voy a morirme en el cuadrilátero, había dicho una y otra vez durante los meses de preparación, en cada entrevista. Me he matado entrenando. Estoy concentrado. Hemos planeado una verdadera estrategia para ganar. Pero ellos quieren que pierda. Todos quieren que pierda, pero sé que algunos aún tienen esa ligera esperanza de que yo salga adelante en esta pelea. Era esta la pelea que estaba esperando. Seguía brincando en puntas y comenzaron a caminar hacia el cuadrilátero, puso sus manos en el hombro de uno de sus asistentes que caminaba delante de él. La gente brincó de sus asientos. El público era un alarido continuo, y como era su costumbre había podido aislar los sonidos y concentrarse solo en su respiración, con la vista hacia el frente, y la cara levantada; pudo cerrar los oídos para escuchar apenas un monótono beeeeeeeeep que se alargaba cuan largo era el camino a recorrer hacia el cuadrilátero. A su paso las personas lo iban tocando, como si intentaran tocar al Cristo que atravesaba muchedumbres, pero mientras aquel dejaba en cada roce a su piel, un poco de su paz y milagrería, él en cambio lograba que en cada toque el miedo fuera desapareciendo de su cuerpo. Cada contacto de aquellas manos que se alargaban para tocarlo e intentaban saludarlo, lo iban deteniendo, y él dejaba que todos los temores y los nervios fueran cayendo con cada roce, para que, al subir al cuadrilátero, y pasar entre la primera y la segunda cuerda, se hallase vacío de cualquier debilidad. Su concentración era plena. Siguió dando brinquitos sobre el entarimado, abría y cerraba la mandíbula, movía cintura y cuello. Todo se hizo una oscuridad azul, los flashes saltaban por todos lados. Mantuvo la vista en un punto fijo, para evitar ver a su contrincante caminar hacia el cuadrilátero. No sería él quien validara cada uno de sus pasos. Nadie cree en mí. Todos esperan que caiga ante el campeón invicto. Esperan mi derrota. El silencio entró hacia sus oídos, se había cerrado por completo, y ya lo tenía de frente. Money estaba parado junto a él, como una estatua de ébano, tantas veces repetida en las leyendas, como un oscuro dios de la guerra, respirándole en la cara. Esta era su oportunidad, y no pensaba dejarla pasar. El réferi daba las instrucciones de siempre, levantó los puños hacia adelante, Money los golpeó hacia abajo con sus propios puños, y se dio la espalda para ir hacia su esquina dando más brinquitos como bailarín de tap. Miró una vez más la multitud. Ellos lo odiaban, y podía sentir su odio mascándole la piel; endureció los músculos. Escuchó algunas palabras de su entrenador que abandonaba el cuadrilátero. Lanzó una última mirada hacia la oscuridad de su memoria; sonó la campana, y miró a Money venir hacia él, con el brazo izquierdo doblado y pegado a su torso, como un guerrero que carga un escudo, y lo supo… esta sería su primera derrota y solo deseaba no terminar noqueado.

 

 

Adán Echeverria (Mérida, Yucatán, (1975). Doctor en Ciencias Marinas. Premio Estatal de Literatura Infantil Elvia Rodríguez Cirerol (2011), Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva (2008), Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en Novela (2005-2006). Ha publicado en poesía “ ropero del suicida” (2002), “Delirios de hombre ave” (2004), “Xenankó” (2005), “La sonrisa del insecto” (2008), “Tremévolo” (2009), “La confusión creciente de la alcantarilla” (2011), “En espera de la noche” (2015); los libros de cuentos “Fuga de memorias” (2006) y “Compañeros todos” (2015) y las novelas “Arena” (2009) y “Seremos tumba” (2011). En literatura infantil ha publicado “Las sombras de Fabián” (2014), cuento ilustrado por Steffy Burgos.

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