Cultura

La salvación por la palabra | Santiago Montobbio

 

Puche, el sacerdote de La voluntad, al principio de esta novela de Azorín: “Jesús ha dicho: sed buenos, sed pobres, sed sencillos. Y los hombres no son buenos, ni pobres, ni sencillos. Mas tiempo vendrá en que la justicia suprema reine implacable. Los grandes serán humillados, y los humildes ensalzados. La cólera divina desbordárase en castigos enormes. ¡Ah, la angustia de los soberbios será indecible! Un grito inmenso de dolor partirá de la humanidad aterrorizada. La peste devastará las ciudades; gentes escuálidas vagarán por las campiñas yermas”. Resuena en mí -y lo haría en todos en este tiempo extraño- esta visión profética. Mi hermana Elena me cuenta que en Perú cientos de miles de personas vuelven a sus pueblos, al campo, a las montañas, atravesando a veces el país en jornadas larguísimas porque no tienen qué comer. Están aquí, en estas palabras. Las palabras de Azorín, por otra parte, me reconfortan en su rumor de vida. En la vida en que éstas susurran. Nos queda la palabra, su poder, su música. Su poder, su adivinación, su cadencia y su dulzura. La palabra da nombre a las cosas. Me mandaba ayer Ester Abreu de Oliveira, Presidente de la Academia Espírito-santense de Letras, de la que soy académico correspondiente en España desde septiembre de 2001, un artículo que ha publicado en un periódico de Brasil con el título “O poder da coroa”, esto es, “El poder de la corona”. En él el análisis y la reflexión sobre la significación y simbología de esta palabra, y cómo reina ahora en su corona sobre el mundo esta nueva peste. Que asola a la tierra y al hombre. Y, para acabar el artículo, unas palabras de Borges escritas en los años treinta de las que Ester nos dice que parecen escritas para el momento que estamos viviendo ahora. Y pienso que es cierto. Ester detalla la referencia. Son de “Avatares de la tortuga”, del libro Discusión, de 1932. Voy a buscarlas en su edición original en castellano. Son éstas: “Nosotros (la indivisa divinidad que opera en nosotros) hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, ubicuo en el espacio y firme en el tiempo, pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de sinrazón para saber que es falso”. Sí, las palabras como las visiones. La adivinación de la palabra, su prefiguración misteriosa de lo que en el fondo es y de lo que ha de suceder. Y la compañía y ayuda y el alivio de su ritmo y de su música. De su dulzura. Su poder y su candor y su inocencia, su adivinación y su consuelo, su restañar heridas y también salvarnos al escribir y al nombrar. La salvación por la palabra. Es lo que tenemos, lo que nos queda. Como terminaba el final verso de un poema que escribí a mis veinte años, significativamente titulado “En la botella del náufrago”: “No otra cosa tenemos, nada más nos queda”.

 

Barcelona, 3 de mayo de 2020

 

LECTURA

 

Hago un alto en la lectura de La voluntad de Azorín y doy unos pasos por el pasillo. Recuerdo una lectura que quedó pendiente hace muchos años y en la que pensé ayer. Pienso de nuevo en esta lectura, y en la intención de realizarla. Quizá cuando acabe esta novela de Azorín. Es un escrito de juventud y creo que inacabado de Luis Cernuda, y que es un viaje a la Andalucía romántica. Leí con pasión el grueso tomo de la edición de su prosa editado por Carlos Barral hacia mis veinte años. Me lo regaló un amigo, y fue una fuente de goce para mí. Sus análisis críticos, sus opiniones, sus poemas en prosa. Ocnos, Variaciones sobre tema mexicano, el maravilloso Historial de un libro y también los textos de juventud, anotaciones o esbozos a veces, textos misceláneos recuperados de la prensa en que encontré testimonios y recuerdos preciosos -los recuerdos sobre Federico García Lorca y su ensayo de juventud sobre la poesía de Salinas, cuando aún lo quería, y en el que dice una expresión que me agrada y en ocasiones he recordado: Qué difícil esta poesía sin dificultad aparente. Lo leí todo, y con pasión. Pero creo que me quedó este texto largo y quizá inacabado sobre la Andalucía romántica, o el romanticismo en Andalucía, por leer. Pienso en él. Creo que es así. Y que me gustará muchísimo leerlo. Esto pienso mientras ando por el pasillo. Retomo la lectura de la novela de Azorín. Yuste, el maestro de Azorín, le habla de una carta que ha mandado León Tolstoi a una revista española y se la muestra o se la lee. Dice al final de ella Tolstoi: “Disculpad, señores redactores de La Revista Blanca, de Madrid, si mi delicada salud no me permite complacerles como hubiera querido, con fe, porque en España hay mucho que hacer; pero no puedo atenderles, y creo que es tarde para que otro día hable de ese país, que tanta analogía guarda con el que me vio nacer”. La analogía entre los países, a través del pensar y el sentir de un artista. Recuerdo que Yorgos Seferis dijo en 1964 en Barcelona, en la preciosa intervención que llevó a cabo para inaugurar la Feria del Libro Antiguo de ese año, que el Greco le había hecho pensar en las semejanzas que había entre su país y el nuestro, entre Grecia y España. Aquí, en una carta para una revista de Madrid, Tolstoi nos habla de la analogía entre Rusia y España. No es extraño ni impensable ni algo que no se haya acometido. El alma española y el alma rusa. Ernesto Sabato nos ha hablado, como razón de la pasión con que eran leídos por los lectores argentinos los grandes escritores rusos -que leían en traducciones en que los personajes hablaban en un castellano castizo de Madrid que les resultaba muy lejano, una traducciones que además eran de una pésima calidad, lo cual le servía a Sabato para decirnos que las grandes obras aguantan las traducciones malas, y siguen llegando en su grandeza en ellas-, de una razón profunda, y es la semejanza entre los dos países, semejanza de alma y de paisaje, y en lo que siente el alma ante el paisaje. Así Sabato se refería, por ejemplo, a una semejanza entre las grandes y desérticas extensiones de la pampa y de Siberia. Paisaje y alma -paisajes del alma. Y la razón profunda de la semejanza en el alma. Así si Roberto Arlt, de quien se decía con desprecio que era Dostoyevsky traducido al lunfardo, escribía como escribía no era sólo por una cuestión de influencia literaria, sino por una razón más profunda y es la de esta semejanza en el alma de los dos inmensos países y en el sentir de sus gentes. Recuerdo esto de pronto, al hilo de lo que leo dice Tolstoi. Y me fijo en la apreciación de Tolstoi porque estaba pensando -y también en este pensar mis ganas de su lectura- a qué me recordará, con qué sentiré tiene semejanza esta Andalucía romántica a la que me hará viajar en su escrito juvenil e inconcluso -además de poco conocido- Luis Cernuda. El poeta sevillano cuenta en Variaciones sobre tema mexicano cómo se sintió bien, por sentirse en casa, en México, y detalla las razones en la semejanza que encontraba en este país de América con su Andalucía natal, y que podía sentir y observar en diversos detalles, como en el barroco de las iglesias. Este sentimiento de estar en casa por esta sensación le producía México, y le hizo esto más grata la vida, y se sintió mejor, tras la frialdad de los ingleses, cuya cultura admiraba y de la que aprendió mucho pero que en su clima y costumbres y paisajes le resultaban extraños. Lo recuerdo y pienso a qué me llevará su viaje a la Andalucía romántica, a qué honduras, a qué viejas memorias, a qué afectos y a qué recuerdos. A veces -me digo- hay que leer un texto juvenil y desconocido de un gran poeta que te quedó por leer en su día, leerlo muchos años después tras recordarlo de repente y sentir apetencia de así hacerlo para que se despierten y evoquen semejanzas secretas en la historia, la memoria, el sentimiento y la música de la vida, de los paisajes, de las almas y de las cosas.

 

Barcelona, 3 de mayo de 2020

 

COLOR

 

Yuste, el maestro de Azorín en la novela, le dice cómo él cree que el sentimiento del paisaje es para él lo superior en el arte literario. Hasta qué punto es un sentimiento moderno y que casi no hay escritores que lo sepan traducir -y además lo tengan. Le pone un ejemplo, le lee un párrafo lleno de comparaciones, que detesta, por considerarlas falsas, supercherías. Y que en todo ese pasaje, le dice también como comentario, no hay nada plástico. En un poema en prosa de Ocnos Luis Cernuda recordaba con agrado cómo cuando niño su maestro le dio el consejo de que en sus versos hubiera algo plástico. Las célebres memorias o autobiografía de Elias Canetti empiezan con un color. El recuerdo, la sensación de un color. La intensidad de un color o la memoria de un aroma o la nota de una música, un compás, nos dirán a veces más que nada la memoria y la verdad de algo en lo que sentimos la vida y por lo que estamos unidos a la vida. Nada más.

 

Barcelona, 3 de mayo de 2020

 

EL CIELO SOBRE LAS PALABRAS

 

Retomo esta tarde la lectura de La voluntad. En el capítulo XXII, que sucede en una tarde gozosa y plácida de primavera como sólo pueden ser las de Levante, leo unas palabras de Yuste, el maestro de Azorín en la novela, que podrían parecernos hoy que tienen algo de visión, como por otra parte sucede en ocasiones con las palabras de Azorín. Son éstas: “-Todo es igual, todo es monótono, todo cambia en la apariencia y se repite en el fondo a través de las edades -dice el maestro-; la humanidad es un círculo, es una serie de catástrofes que se suceden idénticas, iguales. Esta civilización europea de que tan orgullosos nos mostramos, desaparecerá como aquella civilización romana que simbolizan esas monedas que usted ahora examinaba, Padre Lasalde… Ayer el hombre civilizado vivía en Grecia, en Roma; hoy vive en Francia, en Alemania; mañana vivirá en Asia, mientras Europa, esta Europa tan comprensiva, será un inmenso país de hombres embrutecidos…”. Y antes la simbología de las flores y las órdenes religiosas, la violeta para la de San Francisco, el huerto como única necesidad para una vida, una vida de pobreza y en la pobreza, que es y puede ser muchas cosas pero de la que podemos sentir, al menos a veces, como cantaba Quevedo, que tiene nombre de santa. El huerto y la flor más humilde, la violeta, y sencillas también las palabras, elementales, cotidianas, y cultivadas también con humildad, como un franciscano un huerto. Así cumplir una vida y no otra cosa en ella necesitar ni desear. Huerto de palabras que cultivar y para cultivar, sobre la tierra honda, hacerlo con el corazón y con las manos, con las manos remover la tierra de palabras, con el corazón elegirlas. Y la mirada al cielo. El cielo sobre ellas y sobre el corazón y las manos y la mirada. El cielo sobre las palabras.

 

Barcelona, 4 de mayo de 2020

 

LA TRISTEZA

 

Azorín está en Toledo, y entra en un café. Ahí piensa en la tristeza que caracteriza y define a España y la dice más que nada. Así lo expresa: “Es el café de Revuelta. Se sienta. Da dos palmadas y produce una honda sensación en los mozos, que le miran absortos. La enorme campana de la catedral suena diez campanadas que se dilatan solemnes por la ciudad dormida. Y Azorín, mientras toma una copa de aguardiente -lo cual no es óbice para entrar en hondas meditaciones-, reflexiona en la tristeza de este pueblo español, en la tristeza de ese paisaje. “Se habla -piensa Azorín- de la alegría española, y nada hay más triste y desolador que esta española tierra. Es triste el paisaje y es triste el arte. Paisaje de contrastes violentos, de bruscos cambios de luz y sombra, de colores llamativos y reverberaciones saltantes, de tonos cegadores y hórridos grises, conforma los espíritus en modalidades rígidas y los forja con aptitudes rectilíneas, austeras, inflexibles, propias a las decididas afirmaciones de la tradición o del progreso”. Es la tristeza, definitivamente española, que advertía un joven Luis Cernuda había en su amigo Federico García Lorca, en sus preciosos recuerdos escritos no mucho después de que lo mataran. La tristeza, una tristeza muy profunda y en la que también recuerdo se ha hermanado con ella y por ella el alma de España y de Rusia. Leo esta tarde estas palabras de Azorín y recuerdo las que me hizo escribir ayer. Me las hizo escribir, digo, porque las despertó él, al leer las suyas en esta novela que hoy prosigo, La voluntad. Y encuentro ahora en sus palabras a la tristeza, y pienso esto. Él piensa, en relación a la tristeza, en el Greco y en los místicos. La ve en ellos. Y así lo dice: “La mentalidad, como el paisaje, es clara, rígida, uniforme, de un aspecto único, de un solo tono. Ver el adusto y duro panorama de los cigarrales de Toledo, es ver y comprender los retorcidos y angustiados personajes del Greco; como ver los maciegales de Ávila es comprender el ardoroso desfogue lírico de la gran santa, y ver Castilla entera con sus llanuras inacabables y sus rapadas lomas, es percibir la inspiración que informara nuestra literatura y nuestro arte. Francisco de Asís, el místico afable, amoroso, jovial, ingenuo, es, interpretado por el cincel de Cano, bárbaro asceta espantable, amojamado, escuálido, bárbaro”. El pesimismo después, además de la tristeza. Fray Luis de León sentido más desolador y tristísimo que Leopardi. El arte, como el país y su alma. Por esto dice: “Es una tristeza desoladora la tristeza de nuestro arte”. La tristeza, y la consunción. Pienso en el “Himno a la tristeza” que escribió Luis Cernuda, y pienso además y también en cómo nos dice y nos define, y hasta qué punto es verdad.

Barcelona, 4 de mayo de 2020 

 

 

GALDÓS Y BARCELONA

 

Veo con mi madre el diálogo que sostiene el autor de la biografía de Galdós con quien iba a presentar este libro en Barcelona. Se realizan presentaciones de libros en el Aula Maria-Mercè Marçal de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña en el Ateneo Barcelonés, y en ella se iba a presentar mi libro Vuelta a Roma el 25 de marzo y el de Manuel Quiroga Clérigo Cruceros cisnes trópico castillos el 21 de abril. Íbamos a tener allí un diálogo Manuel y yo. El autor y su presentador han arbitrado hacer su diálogo desde sus casas y que podamos verlo nosotros desde la nuestra en el canal de Youtube de la ACEC. Es una alternativa a considerar. Ha resultado bien. “Lo han hecho muy bien”, me dice mi madre al acabar. Sí, ha salido bien. Y aún más que por la posibilidad y conveniencia de tomar en consideración esta herramienta, esta manera de hacer (algo en lo que he pensado ya cuando lo veía, ante la pantalla del ordenador), me interesaba especialmente por el enunciado del tema, “Galdós y Barcelona”. Las crónicas que publicó sobre Barcelona en La Nación de Buenos Aires, donde publicaba también Rubén Darío las que luego conformaron su libro España contemporánea. Al despedirse el presentador le dice con simpatía al autor de la biografía de Galdós que espera que la próxima vez se puedan ver y encontrar en Barcelona, y que le lleve a una esquina de la ciudad que le gustaba a Galdós. Y antes este amor y este respeto por Barcelona, el interés por Cataluña, la compleja relación con España, su amistad con los escritores catalanes. Revivimos gracias a este diálogo la memoria de Galdós y su relación con Barcelona, y la vuelvo a pensar y a sentir que deseo sea otra vez un lugar de encuentro. Así la sueño. Persisto en este sueño. El escritor de Barcelona que lleva mi nombre pensaba en su ciudad en Galdós y en un poeta andaluz que lo quería, Luis Cernuda. Le relata, le relato a mi madre cómo en su espléndido poema “Díptico español” éste, como su título indica, tiene dos partes. La primera es una diatriba contra todo lo que detesta y aborrece de España. En la segunda se recuerda adolescente leyendo las novelas de Galdós, y piensa y se dice a sí mismo que España también son sus novelas, y es la España que quiere. La España del arte. De sus pintores, de sus escritores. La España de Cervantes, de Galdós. De Darío. Y también la Barcelona de Cervantes y de Galdós y de Darío. En el diálogo el autor de la biografía menciona que Cernuda le dedicó algún poema a Galdós, pero es un comentario que se enmarca en otro tipo de asunto más principal, al que ilustra, y es cómo profesores en el exilio sí hablaron de Galdós en América -y entre ellos Cernuda- y de allí arrancaron generaciones de hispanistas interesados en Galdós, en lo que es una tradición intelectual que llega hasta hoy. Es razón, la razón de fondo, nos explica, de que el centenario de su nacimiento no se celebrara en España y sí, en cambio, en Estados Unidos. Estereotipos y comentarios despectivos, verdaderos complots propagandísticos en su contra, como el que se orquestó para que no le dieran el Premio Nobel, lo cual -es sabido- consiguieron. Miserias. Y grandeza. La grandeza que queda en el arte y las palabras y es la que salva y quiere de España en el grato en vez de amargo segundo poema de su “Díptico español” Luis Cernuda. Recuerdo esto y lo recuerdo con agrado. Lo recuerdo y escribo en Barcelona, pero pienso y espero que también puede hacerse en Sevilla o en Madrid, ciudades de escritores, ciudades de novelas y poemas para quedar en el corazón y la memoria.

Barcelona, 4 de mayo de 2020

 

ALGO DE ANDALUCÍA

 

Quiero leer este ensayo de Luis Cernuda dedicado a la Andalucía romántica. Cojo el grueso volumen de su Prosa completa y lo encuentro. Su título exacto, deformado en mi recuerdo, que lo pensaba quizá un viaje, es “Divagación sobre la Andalucía romántica”. Está escrito en 1935. Miro los ensayos que le preceden, y me digo a mí mismo que voy a leer algunos de ellos, para refrescar y volver a sentir cuánto disfruté al leer estos ensayos siendo muy joven. Leo “Empresario de realidades”, dedicado a Ramón Gómez de la Serna, título que me hacen pensar en el que Cioran dedicó a Sartre (“Sobre un empresario de ideas”), las estampas de las gentes del campo y de Castilla en “Soledades de España. Con el Museo del Pueblo”, y el romanticismo y fervor con que se hizo. “Unidad y diversidad”, dedicado a Juan Ramón Jiménez, y el ensayo “Bécquer y el romanticismo español”. Leo en él algo que esperaba y en lo que yo también creo y encuentro verdadero, una veta más profunda que puede percibirse debajo de las apariencias. Así nos dice Cernuda: “Mas algo casi impalpable debió quedar, porque su obra es poco andaluza en el sentido fácil de la frase. Aunque sobre esto habría mucho que hablar; lo más puro de Andalucía sigue casi siempre una línea parecida a la que Bécquer siguió; podemos, por lo tanto, suponer que el espíritu andaluz es distinto del que por tal se estima ordinariamente. Pero este tema nos llevaría lejos de nuestra cuestión. Basta consignar esta veta más honda, grave y retirada que existe en el corazón mismo de Andalucía. Tal vez ella nos explique el espíritu nórdico de Bécquer, si entendemos como nórdica precisamente esa profundidad solitaria”. Y leo luego esta “Divagación sobre la Andalucía romántica”, que es también un viaje, como yo lo pensaba. Es sentir el romanticismo de Cádiz y Sevilla, el agua y el silencio, y también Huelva y Almería. Algo que se siente de Andalucía, algo que se recuerda y que se sueña. Que vibra en el aire y adentro del alma. Algo que aún queda, que suspira y se queja. Es un delicioso ensayo. Así lo termina Luis Cernuda, con estas palabras que transcribo y que quiero que se digan a sí mismas, por sentir que se bastan y se dirán mejor que como yo las diga: “Eso es Granada, eso es Córdoba, eso es Andalucía. Pero cuánto desmayo en su actual realidad. Yo quisiera vislumbrar en esa enigmática existencia surcada de opuestos caminos. Clavado en la Mezquita hay un templo de culto distinto; hundido en la Alhambra hay un palacio castellano; otro hace presa también en el Alcázar de Sevilla. Cuántas líneas cruzadas, opuestas, cortadas y borrosas, como en la palma de una generosa mano. A través de esa red secular se adivina un trazo luminoso y único, inevitable como un sino; ese es el eje espiritual de Andalucía. ¿Quién lo libertará de tantas adherencias impuras? Nadie quizá. Nos queda a los poetas el vago consuelo de soñar esa tierra, ya que su realidad verdadera es hoy un sueño imposible, sueño romántico; uno más, el más triste quizá de esta romántica divagación andaluza”.

Barcelona, 5 de mayo de 2020

 

De De infinito amor (Cuaderno del encierro) vol. II, Colección de poesía El Bardo, Los Libros de la Frontera, Villanueva de Córdoba, diciembre 2021

 

Santiago Montobbio (Barcelona, 1966) publicó por primera vez como poeta en la Revista de Occidente en 1988, y su primer libro, Hospital de Inocentes (1989), mereció ya el reconocimiento espontáneo de ilustres autores (Onetti, Sabato, Vilariño, Delibes, Cela, Martín Gaite, Valente, entre otros). Su vasta obra poética, traducida a un buen número de idiomas, ha obtenido una difusión, un reconocimiento y una trascendencia internacionales. En su fecunda trayectoria destacan los libros previos que ha publicado en El Bardo: La poesía es un fondo de agua marina, Los soles por las noches esparcidos, Hasta el final camina el canto, Sobre el cielo imposible, La lucidez del alba desvelada, La antigua luz de la poesía, Poesía en Roma, Nicaragua por dentro y Vuelta a Roma.

 

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