Cultura

Entre abducciones y tatachinole: la increíble epopeya cósmica de Torcuato López | Waldo Contreras López

– Los extraterrestres existen, pero nadie lo cree – dice mi padre mirándome directamente a los ojos, después de dar un largo trago a su cerveza. Los invitados se han ido, la fiesta terminó. Apagué el aparato de música con paciencia, apelando al alcohol para resistir las historias repetitivas de este hombre.

 

Desde que se volvió anciano siempre da con el tema agarrándome a la bajada como el recipiente de sus fantasías. Hace una hora todos sus amigos y algunos de mis familiares se rieron de él, como siempre lo hacen cada que este hombre de conductas erráticas y amargadas, intenta contar lo único importante que supuestamente le ha pasado en la vida. Raro que se ponga triste cuando se burlan, pero hoy, la cosa es diferente. Yo ya no me río de él; yo mejor lo escucho porque sé que ya está cerca de morir y entiendo que sus afanes cósmicos son para él un legado que no se debe dilapidar. Pero resulta difícil agarrarlo por la seria, resulta imposible creer que no está diciendo mentiras. Nosotros, sus hijos, hasta le pusimos un título a su colección de historias extraterrestres como si fueran parte de una colección tipo Howard Phillips Lovecraft pues, así como este escritor norteamericano de ficción tiene sus Mitos de Cthulhu, mi padre tiene sus Cuentos del Ovni que hizo ¡Bum! Siempre, antes de contar una nueva experiencia del tercer tipo, abre con la sucinta narración de una experiencia paranormal que le aconteció en su juventud allá por la sierra de Cosalá. Siempre nos lo cuenta para abrir el telón como requisito ineludible para después ilustrarnos detallada y documentadamente como todo buen investigador del fenómeno OVNI con los detalles de su última incursión en el mundo allende al espacio. Es un aferrado admirador de Jaime Maussán y pertenece a un club cantinesco de abducidos por extraterrestres. Esto último es lo que más hilaridad nos causa. Nos cuesta trabajo entender, con la seriedad que exigen los creyentes de estos fenómenos estrambóticos, que nuestro padre, con tan pocas aspiraciones académicas, sin ninguna religión que lo traumara y con una vida total entregada a la vagancia y al vicio, tenga estas reuniones semanales con sujetos de su misma índole creyendo todos que de verdad son contactados por entes de otros mundos y más aún, que fueron seleccionados todos ellos para una misión específica en el planeta.

 

 

Mi madre afirma que solo se reúnen a fumar o inhalar drogas raras relacionadas con wixáricas y que los mentados extraterrestres no son otra cosa que homosexuales disfrazados de mujeres. Cada que mi padre dice: “Otra vez tuve un encuentro cercano del tercer tipo en mi sueño”, mi madre le contesta: “Ha de ser del tercer sexo, no te hagas pendejo. A tu edad, bien dice el dicho: después de vejez, viruela. Ahora te han de gustar los jotos” Pero a pesar de las burlas y desvirtúos contra sus experiencias inspiradas desde el cosmos este hombre no ceja en el empeño de sus especulaciones astronómicas y comienza, sin darnos la oportunidad de salir corriendo, a repetir la historia del OVNI que hizo: !Bum! 

 

Si algo debemos de admirarle los que le hemos escuchado esta historia desde tiempos inmemoriales es el hecho de que su relato traumático jamás varía ni en el tono, el aura de misterio, el dramatismo, las pausas, sonidos incidentales y palabras; estoy seguro que si lo pusiéramos a escribir el mismo evento cada semana ni en un simple punto y coma variaría en la narración. Ahora se encuentra apesumbrado. Ahora habla más en serio que nunca. Me dice que un ente con formas de mujer conocido por todos los abducidos con el nombre de Akeya, de ojos enormes, asiáticos y oscuros, cráneo dolicocéfalo, cabello blanco y espeso, labios pequeños y sensuales que se comunican sin moverse le ha dicho con una barahúnda de zumbidos que ha llegado la hora de iniciar la misión. En la mirada de mi padre hay un brillo de navegante sin regreso, un reflejo de emoción adornado con parpadeos de despedida. Dice estar profundamente enamorado de ese homínido inteligente y que está decidido a partir con ella ya que mi madre lo ha abandonado en su lecho nocturno desde que nosotros éramos apenas unos chiquillos. No me burlé abiertamente con la risa de siempre: solo le toqué la frente simulando tomarle la temperatura, serví más cerveza y le pregunté:


-¿Ya te la cogiste?

 

Me contestó que me fuera a chingar a veinte para luego afirmar con pasión que Senyáse, nombre verdadero de este ente mujeril y que solo los íntimos tienen derecho a pronunciar, es tan real como el moco que traigo prendido al borde de la nariz. Luego dijo con un dejo de tristeza que ya esperaba que nadie le creyera y que siempre ha sabido que lo tiramos de loco cada que se pone a hablar de esto. Sin embargo, se atreve todavía a vaticinar como profeta bíblico que al mundo nada bueno le espera, que está a punto de azotarnos una pandemia de gripe murciélaga que nos exterminará, que esta pandemia la crearán los Chinos, monstruos de mente retorcida que se alimentan de ratas y perros, bestezuelas de piel amarilla, ojos pequeños y bajos de estatura pero capaces de matar a una persona de buen tamaño con el simple golpe de un dedo en un punto específico del cuerpo llamado khi el cual está conectado directamente con el ombligo de la galaxia y estrechamente relacionado con la primera explosión que dio origen a lo que hoy conocemos como universo, mi padre asegura que son descendientes directos de los pleyadianos, humanoides sembrados en el planeta desde hace siglos para servir a los reptilianos cuyos ascendientes hoy controlan el mundo por medio de las Coca-Colas, las Sabritas, el pan Bimbo, los chocolates emanems, las hamburguesas y pizzas sintéticas, la salsa de soya y el internet; asegura que todas estas armas químico-biológicas y electromagnéticas de lenta, pero contundente evolución perjudicial, fueron diseñadas para debilitar a los tercermundistas de nuestra generación, volviéndonos a todos, además de pendejos y buenos para nada, en las principales víctimas mortales de un mal creado a partir del ADN de los dípteros, organismos terrestres que heredaron su forma de los antiguos habitantes de la cuarta vertical, universo destruido accidentalmente por el nacimiento de un hoyo negro provocado por los experimentos que hizo la mente heredera del gran Stephen Hawking, uno de los antiguos líderes del bloque reptiliano que controló cuando vivía, desde su silla eléctrica y un teclado de contacto dactilar, los asuntos del espacio profundo; El gran Hawking y su mente poderosa, cuenta mi padre, es en realidad un pensamiento sin sustancia que tomó el cuerpo de un humano hasta mal formarlo, haciendo creer a todos que fue un cuadripléjico muy inteligente que aprendió a comunicarse de la misma forma en que se comunican los delfines o su amada Akeya, llamada por los íntimos Senyáse.

 


Lo escuché pacientemente hasta que terminó su relato, pero hubo momentos en que me dieron ganas de darle una bofetada para que dejara de delirar de esa forma; mejor ya no le refuté nada y me abstuve de burlarme de sus truculentas explicaciones sobre el fin de la era humana y el ascenso de una nueva civilización. Al fin, después de guardar silencio un largo rato, me mandó por otras seis bud light de litro y un medio de caspa del diablo; mientras se buscaba el dinero dentro de las bolsas de la camisa murmuraba: “ya verás, turica, la chinga que les van a parar dentro de un año; su sorda ignorancia los asfixiará por la terquedad de seguir envenenándose con esa droga llamada azúcar y ese polvo blanco extraído del caldo primigenio”



Antes de salir a la calle, me dijo, adornando las palabras con una sonrisa sardónica muy parecida a la de la esfinge de Gizá, una frase que yo repetía con alegría en largas borracheras: “Que se acabe el mundo pero no la cerveza, al cabo a los viciosos ni gripa nos da ¿verdad, mi’jo?” y soltó una risa llena de burla, como de demonio recién fugado de la casa de los locos: una larga carcajada parecida a la del Desalmado Mink, acérrimo rival de Flash Gordon y responsable de perversas y tiránicas maquinaciones destructivas contra nuestra lastimada madre tierra; me provocó mucho miedo: los pelos de la nuca se me erizaron y la panza se me puso más helada que la cola de un pingüino; lo dejé solo con su escándalo y me encaminé por las cervezas a toda velocidad tratando con esto de sacar de mi cabeza la mala impresión que me causó. Fue la última ocasión en la que habló de esa forma tan minuciosa y vehemente sobre el tema.

 

Esa noche tuve una pesadilla bastante extraña. Soñé que unas naves parecidas a los drones de juguete que usa mi vecino para grabar fiestas de quince años y bodas estaban destruyendo el planeta o al menos, la colonia donde vivimos. Todos los vecinos salían de sus casas gritando como locos y apuntando hacia cierto punto del horizonte mientras los drones chamuscaban con rayos a todo aquel que estuviera parado bajo un árbol. De repente, un estallido estremeció todo y de un cerro lejano salió volando una nave gigantesca en forma de puro; todo quedó iluminado bajo una luz cegadora; luego, el gigantesco crucero intergaláctico se posó sobre nosotros y empezó a secuestrar al que anduviera en la distraída o de curioso, elevando a muchos por medio de un haz luminoso color rojo. En medio del terror vi a la vecina de quién siempre he estado enamorado salir volando de su casa totalmente desnuda y dejando ver todos los pliegues, montes y cimas que siempre desee; en un arranque romántico y heroico estuve a punto de meterme bajo el haz rojo para ir tras ella cuando, de improviso, una portezuela se abrió y por esta se asomó una mujer muy delgada, alta, ojos oscuros en forma de avellana, rasgos andróginos, cara alargada, cabellos blancos y muy parecida a Sigourney Weaver quien me dijo sin mover los labios y con una voz parecida a la de la mujer que controla el tráfico desde el google maps que aún no era mi momento, que mi padre, ahora nombrado Faltoyano, había intercedido para que yo no fuera unos de los ciento cuarenta  y cuatro mil que serían elevados a la salvación para luego ser re sembrados y construir así el nuevo orden mundial; agregó, ahora con un acento helado como de grabación telefónica, que yo debía preparar el planeta para el regreso de los ungidos y que tendría que soportar el renglón oscuro de la era post-humana. La puerta se cerró y el ingente puro mecánico comenzó elevarse silenciosamente mientras una música como de videojuego sonaba dentro de mi cabeza; al fin se esfumó en medio de ese mismo sonido de explosión que la hizo aparecer; antes de que terminara de escucharse el eco que dejó la nave nodriza, me aventuré en preguntarle su nombre de manera telepática como si yo supiera de idiomas extraterrestres; mi sorpresa fue mayúscula cuando la mamarracha contestó con ese acento de computadora: “Soy Akeya, aquella a quien tú padre ama” Le menté la madre a la tripulante de otros mundos y por último, para ponerle más dramatismo al asunto grité, con todas mis fuerzas el nombre de la deseada vecina. Desperté con mi estridente lamento de tarzán y lo primero que vi fue a mi madre burlándose de mis gritos dirigidos a la hija de su comadre Eloísa y apuntando con dedo de fuego hacia la erección convulsa que portaba entre las piernas y le daban a la sábana el aspecto de una enorme carpa de circo. No me importaron las burlas de mamá y salí en trusas a buscar a mi padre para contarle que había soñado al OVNI que hizo ¡Bum! y a su amada extraterrestre. No lo encontré en su cuarto, no lo encontré en el baño, no lo encontré en la cocina, no lo encontramos ni en el expendio de cerveza.

 


De hecho, no lo encontraron hasta año y medio después sobre el camino de terracería de un poblado llamado paralelo treintaicuatro, buscando a la orilla del sendero pedregoso y enlodado una planta sagrada e inmemorial llamada tatachinole sobre la cual aseguran sirve, según los estudios secretos de expertos en herbolaria mexicana, para curar las hemorroides; mi padre contó que estás vergonzantes lesiones fueron provocadas por las múltiples y sistemáticas violaciones de las que fue objeto por parte de una pandilla de extraterrestres habitantes de las pléyades, cuadrante espacial cercano a la constelación de Orión. 

 

Traía un extraño aparato amarrado en rededor de la cintura. Cuando los médicos le preguntaron qué chingado era ese extraño colguije, les contestó, con un gesto de vergüenza, que es una sonda que los extraterrestres le metieron en el culo para hacerle análisis de ADN y de esta forma saber si su factor sanguíneo era compatible con el ADN de la líder del grupo de rebeldes cósmicos, una mujer llamada por todos Akeya, pero por los íntimos, Senyáse. El plan de la homínida, según la crónica periodística, era crear un híbrido humanoide capaz de destruir a los líderes reptilianos. Todo salió mal cuando se dieron cuenta que mi padre tiene sangre O-RH positivo, es decir, sangre universal y la sangre del universo no es compatible con los pleyadianos pues estos son más antiguos incluso que el mismo universo. La noticia fue difundida hasta por televisión y el controvertido reportero Jaime Maussán le dedicó varios programas en sus emisiones nocturnas de Los Grandes Misterios del Tercer Milenio; en pantalla, mi padre gritaba sonriendo a bordo de una ambulancia y señalando con dedo tembloroso hacia las cámaras de televisión: “Ora, pinche Leopolda, ¡para que veas! Decías que mi sangre la llevan en las venas hasta los perros; ¡Mira ahora! ¡Es factor de interés extraterrestre!”

 


Maussán informó a voz de mi padre, de quién se hizo amigo entrañable, que los raptores celestiales lo abandonaron a las orillas de la carretera Mazatlán-Tepic y que el pobre trotamundos cósmico tuvo que caminar por toda la costa alimentándose de ostiones, cangrejos, y uno que otro pescado podrido hasta llegar a la ciudad de Eldorado. 

 

 

No fue por el hecho de que se ventilara su aventura en cadena nacional ni por el sueño aquel que tuve horas antes de su desaparición; le creí al fin su historia de la abducción gracias a la sonda; científicos expertos en aleaciones metálicas describieron que el material con el que se diseñó este objeto anal no ha podido ser identificado ni por los científicos de Vladimir Putin. De hecho, recibí una carta de la embajada rusa en donde se suscribe que la sociedad de ingenieros genéticos de Moscú explican que el ADN encontrado en los restos de caca pertenece a mi padre y que además un ADN desconocido hasta entonces por la ciencia humana aparece entre las ranuras del raro instrumento quirúrgico; también afirman, en uno de los apartados del grueso expediente, que mi padre ha sido el último de los ciento cuarenta y cuatro mil abducidos hasta ahora y que su tipo de sangre lo hace resistente a todas las enfermedades que han flagelado al género humano incluida la viruela, la peste bubónica, la gonorrea y la gota de marinero o putrefacción espacial, vulgarmente conocida por los médicos como sífilis.

 


Hoy, este hombre objeto de la ciencia ya es otro. Ya no cuenta su historia del OVNI que hizo ¡Bum! y solo se dedica a gastar el dinero que la comunidad científica de Rusia le deposita en su cuenta bancaria cada mes. Posterior a los sucesos ya solo plática de amores imposibles y de la pérfida Senyáse. No está de ninguna manera triste. Celebra que todo haya por fin terminado porque a lo único que le temió tanto tiempo fue a la posibilidad de que lo internáramos en un manicomio. Me muestra un poema que le escribió a la revolucionaria de las pléyades y me manda por más cerveza. Por las tardes, en vez de contar historias de ciencia ficción, nomás se pone a cantar hasta quedarse sin voz un poema bien raro titulado La Canción Del Elegido. Solo se queja cada cierto tiempo de un dolor intenso en el ano. Él dice que este padecimiento lo tortura cada eclipse lunar o cada que hay lluvia de meteoritos y que se vuelve insoportable cuando el culo se le pone como un clavel totalmente florecido pues la marca de la sonda se recrudece cada que venus se acerca de manera muy coqueta a los cuernos de la luna. Para estos eventos inflamatorios agudos y a recomendación de su amada ausente siempre tiene la alacena repleta de raíces de tatachinole, hierba importada por las casualidades del cosmos y a manera de polvo estelar desde el cuadrante cercano a la constelación de orión hasta las épocas en qué los ignotos toltecas extendían su sabiduría e ilimitado imperio sobre este pedazo de planeta. Mi padre dice que rebautizó la hierba en memoria de los sucesos y el futuro oscuro que le espera a la humanidad con el nombre de: Beso de Akeya.

Waldo Contreras López. Narrador y poeta. Nacido en Culiacán, Sinaloa, Mexico. Licenciado en psicología. Estudiante de Lenguas y literatura hispánicas para la Universidad Autónoma de Sinaloa. Colaborador en Revista “Pitraña”, México (narvíboros). Colaborador, editor y columnista en Revista “Delatripa”, narrativa y algo más. Ha colaborado en Revista “El Guardatextos” y Revista poética “Azahar”. Actualmente radica en Guadalajara Jalisco, México.

 

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