El segundo nacimiento de Jesús | Waldo Contreras López
“No digas que un hombre es feliz hasta que esté muerto. Hay poca leche en la cubeta y cuando dios levanta una iglesia, el diablo construye diez capillas. Solo hay una cosa cierta en el mundo: Nada hay de bueno en la naturaleza humana”
Tom Waits
Dentro de la pesadilla y una atroz migraña provocada por abuso de alcohol, escuchó la canción. Soñaba la vieja escena que lo aterrorizaba desde la adolescencia. Desde aquellos lejanos días y hasta ahora, Jesús mejor se droga para dormir lo menos posible y, si lo hace, procura que no sea de noche; trata de no hacerlo sobre todo cuando se encuentra solo pues al despertar el miedo lo paralizaba al grado de no querer pararse de la cama ni para tomar agua, aunque la garganta se le esté quemando de sed y de tanto gritar mientras las últimas imágenes oníricas le despedazan los nervios. Ese mal sueño transcurre a través de un largo pasillo parecido a un corredor de hospital. Esta vez no estuvo solo sino acompañado de manera fantasmagórica por varios de sus compañeros que tuvo en la universidad; no veía sus rostros, pero sabía de alguna manera que eran ellos y esto le hacía sentir alivio, aunque sospechaba que esa compañía lo abandonaría nomás lo pensara. Iban todos alegres y vociferando, recorriendo el pasillo y tomados de la mano cuando en un recodo todo quedó a oscuras; ellos le soltaron las manos primero para luego callar sus risas, murmurar y luego anunciar con un silencio ominoso la amenaza que terminaba por despertarlo siempre: la amenaza es una puerta pequeña de la cual brota un torrente inmenso de sanguaza color marrón y una luz intensa que alumbra el ámbito macabro de la escena. A los pocos segundos de oscuridad supo que sus amigos se habían ido y que debía enfrentar de nuevo el terror de ver aquello que había tras el umbral. Como otras veces, no alcanzó siquiera acercarse un poco al origen desconocido de sus terrores pero a diferencia de las escenas anteriores esta vez no pudo gritar hasta desgarrar sus cuerdas vocales: Julian Casablancas alcanzó a salvar su garganta con el ritmo melancólico y setentero de Undercover of Darkness. Le gustó la canción a la primera escucha y se le hacía tan triste que la escogió como timbre de llamada para el Smartphone. Estaba comenzando el segundo verso cuando, después de respirar profundo agradeciendo al cielo el despertar, decidió finalmente abrir los ojos a pesar del intenso dolor de cabeza que comenzó a torturarlo desde que la pesadilla se fuera. Tomó el teléfono y vio la pantalla.
Es su viejo amigo Jaime Sánchez; se detuvo un poco antes de contestar. La última vez que estuvo en plática él fue por un pleito de dinero mismo que casi acaba con la relación añeja. Entrar en tratos con Jaime sería siempre por trabajo así que casi rechazaba la llamada cuando recordó que su nueva amante le hubo exigido la renta de un departamento y el dinero de su actual trabajo apenas le alcanza para mantener los vicios. Recibió la llamada al fin, saludando apenas. Su amigo le invitó, como lo había imaginado, a emprender un nuevo negocio relacionado con alcohol y mujeres en una pequeña ciudad cañera pegada a la costa del pacifico. Jaime se mostró muy entusiasmado: Dentro de unos meses comenzará la temporada de zafra hortícola y cañera, la ciudad estará repleta de jornaleros sureños pobres ávidos de trabajo asegurado con paga adelantada y, por supuesto, juntos les ofrecerán las diversiones que todo trabajador agrícola necesita. El negocio promete mucho: La pequeña ciudad es muy calurosa, abundan mujeres y hombres con ánimo muy presto para la diversión y el despilfarro. En esta zona del país circula mucho dinero del narcotráfico al ser una de las plazas principales del clan que manda en el país, Navolato es una de las ciudades que controla la familia Trujillo. Jaime le prometió una buena paga además del control total de los ingresos y egresos del negocio; le facilitaría la venta de drogas, el manejo a discreción del negocio nocturno de prostitución y, lo más atractivo, la contratación del personal femenino con todo lo oscuro y decadente que esto implica. Jaime tiene proyectado un gran bar, con un espacio para la afluencia de al menos cuatrocientas personas sentadas, un grupo de músicos de planta, una variedad cómica, además de una enorme pasarela para bailarinas de mesa. También le comentó la construcción de al menos cinco cuartos para alquiler que se ofrecerían a los clientes que desearan un encuentro con alguna de las mujeres. Sería un emporio del vicio, le prometió Jaime con un entusiasmo imposible de desdeñar. Obviamente, el proyecto consiste en lavar dinero para el grupo criminal que controla el Estado. Le prometió la respuesta definitiva para el fin de semana; primero debe finiquitar unos asuntos urgentes en la capital.
Después de colgar, estuvo pensando en el dinero que ganaría y eso, en lugar de animarle, lo puso de alguna manera incómodo. Jesús era malo para traer bonanza en el bolsillo; se vuelve loco como todo aquel que padeció pobreza; es de la misma índole de aquellos que al comenzar a ganar dinero se ponen a paliar todo el sufrimiento con la miel de las mujeres y la caricia en el cerebro que dan las drogas. Sabe que una incursión más en este tipo de vida pudiera bien significarle la muerte.
Después de mal desayunar, se quedó un rato reflexionando sobre la pesadilla mientras la resaca amainaba; está vez no fue tan atroz el efecto y esto le hizo apenas sonreír. ¿Por qué le causaba ese terror que lo paralizaba durante horas, le dejaba el corazón hecho un secuenciador musical descuadrado, le hacía sudar hasta la deshidratación y le marcaba la cara con unos profundos surcos que le hacían ver muy viejo? Además, duraba días con los nervios de punta; los ruidos ciudadanos le hacían saltar y desorbitar los ojos; hubo ocasiones en que tenía que bajarse del coche y caminar como loco pues una irrefrenable ansiedad que le oprimía el pecho no le dejaba a veces respirar. Vivía con el terror de volver a padecer la pesadilla. Nunca en su vida sintió ese horror indescriptible. Deseaba a veces tener los arrestos de un suicida para pegarse un tiro en la cabeza cuando despertaba aullando como loco. Deseaba a veces que el corazón le explotara o la cabeza le fuera arrancada de un machetazo antes de despertar solo y superar esa parálisis que lo torturaba en cada evento en los cuales duraba convulsionando casi un minuto mientras veía pasar su vida en vertiginosos flachazos y escuchaba dentro de su cerebro un sonido zumbón, seco y monótono; una percusión abominable, como si hubiera un choque eléctrico dentro de su cabeza o miles de hormigas le caminarán sobre los tímpanos. La boca se le inundaba de un gusto agrio y una dolorosa náusea le agarraba el estómago para soltarlo después de muchas horas. Sus amigos le decían que esto lo provocaba el abuso de drogas; los médicos especialistas le aseguraban mediante diagnósticos truculentos que padecía una lesión en el cerebro y que esos sueños no eran otra cosa que el anuncio de una demencia inminente; él, por su parte, pensaba que eran producto de una oscura brujería que le metiera alguna de las muchas amantes ofendidas que tuvo; pensó en aquella exuberante guatemalteca: Tuvo con ella una breve pero intensa relación sentimental que terminó cuando él, alucinando de cocaína, le rompió en la cabeza una enorme figura negra de la santa muerte; ella juró que se las pagaría tarde o temprano. Debido a esa amenaza fue con varias hechiceras “blancas” pero ninguna le dijo que estaba embrujado. Una de estas brujas de origen afroantillano le dijo que lo único que tenía que hacer era perdonar a sus padres y pedir perdón a todas las mujeres que dañó -tienes broncas con las mujeres y esto viene desde que naciste -le dijo, y remató- alguno de tus padres o los dos tienen mucho que ver en esto.
Ninguna de las explicaciones le gustó como para buscarle solución a su padecimiento onírico y decidió dejar que su cerebro algún día se olvidara de soñar.
A inicios de mayo comenzó a trabajar en el bar. Todo estuvo bien durante varias semanas hasta que entró el mes de julio; le llegaron noticias de su jefe: debía cerrar la cantina por causas de fuerza mayor. El gobierno había anunciado que una pandemia estaba matando a mucha gente en todo el mundo. Creyó que era otra de las fantasías religiosas de su jefe e hizo caso omiso. Solo tuvieron que pasar quince días para que las autoridades de salud clausuraran el negocio. Le habló a su amigo, pero no le respondió. Días después supo por boca de una mesera que a Jaime lo habían detenido en el aeropuerto de Tijuana con un arsenal de armas de grueso calibre, treinta kilos de cocaína y dos menores de edad. Se quedó pensando en lo que hacer de ahí en adelante; tenía en su poder cuatrocientos mil pesos, dos kilos de cocaína pura y una bodega repleta de cerveza; además, estaban las diez bailarinas, siete meseras y dos mozos a quienes tenía que dar explicaciones. La semana había comenzado así que no le debía dinero a nadie. Les explicó la situación. Se fueron la mayoría quedando solo tres bailarinas y dos meseras rogándole que no pararan de trabajar. Decidió que trabajarían de noche, de forma clandestina. Pero aún con todo ese dinero y el ánimo que tenían el negocio no pudo prosperar. Para el mes de agosto ya solo quedaban una bailarina y una mesera acompañándolo en el derrumbe. Recibían al que tocara la puerta en las frescas madrugadas y se la pasaban bailando y cantando hasta el amanecer. Poco a poco la gente dejó de visitarlos. Durante el día, miraba a través de las rejas como aquella ciudad iba poco a poco muriendo, como poco a poco los ruidos se iban yendo, como las hierbas se iban apoderando de las calles hasta quedar todo como una jungla.
Una madrugada en la que ya nadie tenía fuerzas para la fiesta, la cocaína y el alcohol, Jesús yacía dormido bajo el cuerpo de una de las mujeres cuando el temible sueño otra vez llegó; pero, esta vez no fue brutal como en otras ocasiones; fue de hecho un sueño muy dulce: flotaba sobre el largo pasillo y en lugar de aquella sanguaza marrón corría un río de aguas diáfanas que lo arrastraban de forma apacible hacia su destino; a lo lejos vio la puerta luminosa y se dejó llevar; en ese momento un ligero temblor le abordó el pecho; era una sensación que le hacía sentir que el corazón le iba a explotar pero esta vez no tuvo miedo; vio la cercanía de la puerta y su alma se deshizo al fin en mil pedazos; esta vez no gritó; escuchó un aullido que salía por todos los poros de su piel: era un llanto, era su llanto, él lloraba como nunca antes en su vida. Vio entonces que estaba en el quicio de la puerta, la luz intensa se desvanecía en una claridad hermosa y entonces unas manos enormes se abrieron para recibirlo, lo tomaron por los pies y la cabeza, luego, lo envolvieron en una sábana olorosa a flores. Acababa de nacer. Despertó con un bienestar inmenso en el cuerpo. La mujer yacía en sus brazos aún; esto le hizo sonreír con franqueza por primera vez en su vida pues cuando tenía las pesadillas todo aquel que lo acompañaba huía espantado. La mujer, con una mirada de ensoñación fantástica, lo observó largo rato y le dijo: “bienvenido”. Hasta ese momento le puso atención a su rostro. Era una mujer de a lo mucho unos veinticinco años, morena, de cuerpo escultural, facciones algonquinas y cabello muy largo; su cuerpo despedía siempre un aroma entre playa y orégano. No supo cuántos días pasaron pero convivió con aquella como nunca en su vida hubo convivido con nadie. Se encontraron en la cama y el vicio como si para eso hubieran nacido. A lo lejos, la otra mujer solo les observaba como si fueran unos fantasmas o un embrujo del abandono en el que había caído todo aquello. Jesús estaba enamorado al fin. A veces se preguntaba que iba a ser de ellos luego de que todo ese mundo minúsculo se les acabara. Bebían la vida como si fuera la última gota; fue entonces cuando Jesús notó que en su cuerpo se había ido todo aquello que le espantara. Ni siquiera la pesadilla que lo torturó durante años podría caber en un lugar como aquel. Algo raro le pasaba también en el alma: una sensación que, su compañera le dijo, era la felicidad.
Habrían pasado quizás muchos años, quizá unos meses, una semana o un día pues no supo medir el tiempo dentro de esa burbuja de bienestar, el caso es que un día su amigo Jaime Sánchez entró por la puerta trasera y se paseó en silencio por todo el lugar con un aire de infinita tristeza. Jesús lo observaba desde uno de los cuartos contiguos al patio de ventas. Las dos mujeres salieron al encuentro de su amigo. Los tres hablaban algo que no podía escuchar. Salió del cuarto en un estrépito y un raro temor le invadió. Estaba a un par de metros de distancia de ellos y no entendía lo que decían y hasta le pareció que hablaban en otro idioma. Notó también que ignoraban su presencia. El miedo regresó y, creyendo que la pesadilla lo poseía de nuevo, volvió a su cuarto y desde allí siguió observando. Vio salir a Jaime junto con la mesera su pareja los despedía desde la puerta; cuando el par desapareció aquella volteó a verlo de formas extrañas mientras le hacía gestos burlones; Jesús comenzó a gritar preso del horror. Lo último que pudo ver fue que la mujer cerraba la puerta con la fuerza de un huracán y todo quedaba a oscuras. Entre sus propios alaridos, Jesús escuchó una voz de su amada intentando consolarlo:
“Este es el otro fin y un nuevo comienzo en el alma; ambos estaremos juntos para siempre. No temas, esta oscuridad algún día será luz. Una sola luz y nosotros seremos una parte y un todo de ello. Los tiempos anteriores han pasado y esta es tu segunda vida ahora. Grita, grita todo lo que puedas pues es que esto es una nueva forma de nacer”
Siguió gritando hasta que su voz se convirtió en un suspiro lánguido. Sintió que la mujer lo abrazaba de la forma más erótica que jamás existió; cerró los ojos en medio de una paz infinita y todo quedó entonces en un profundo silencio.
Narrador y poeta. Nacido en Culiacán, Sinaloa, Mexico. Licenciado en psicología. Estudiante de Lenguas y literatura hispánicas para la Universidad Autónoma de Sinaloa. Colaborador en Revista “Pitraña”, México (narvíboros). Colaborador, editor y columnista en Revista “Delatripa”, narrativa y algo más.
Ha colaborado en Revista “El Guardatextos” y Revista poética “Azahar”.Actualmente radica en Guadalajara Jalisco, México.