Cultura

Recordando al escritor Manuel Ruano (1943-2017) | Manuel Ruano

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

1 — Fuiste integrante del equipo de una de nuestras insoslayables revistas literarias del siglo XX: “El Escarabajo de Oro”.

 

          MR — Fueron varios los “vasos comunicantes” que me unieron a la revista “El Escarabajo de Oro”: el surrealismo, la independencia en el arte, la crítica estética y social, y sobre todo la filosofía. Por esos días yo tenía hecha una lectura de Jean-Paul Sartre, como modelo intelectual que iluminaba la mentalidad del momento con libros como “La náusea”, “Los caminos de la libertad” o, su definitivo “Las Palabras”, que era como una biblia por aquellas jornadas nocturnas de los “escarabajos”, como le gustaba decir a Sábato… Aunque antes de entrar en “El Escarabajo de Oro”, ya había transitado otros núcleos intelectuales de escritores de las más diversas procedencias. En 1962 había obtenido un premio de ensayo que fue una sorpresa para mí, porque un profesor de literatura del Colegio Nacional nocturno “Domingo Faustino Sarmiento”, presentó un trabajo mío, sin que yo lo supiera, obteniendo un primer premio de ensayo. Eso me estimuló mucho, y nunca dejé de agradecer ese gesto. Ya en 1964, cuando hice el servicio militar en el Centro Instrucción de Artillería de Córdoba, tuve un camarada (soldado como yo, que fue después amigo entrañable hasta su muerte, me refiero a Eduardo Goncalvez) que me puso en contacto con la filosofía de Albert Camus: “El mito de Sísifo” y “El hombre rebelde” me acompañaron de ahí en adelante. Pero mi principal interés era, por aquellos días, la poesía. De ahí que me carteara con el poeta Víctor García Robles, que fue, sin lugar a dudas, el que me animó a integrar el grupo cuando gané el Primer Premio de Poesía de la revista “Microcrítica”, dirigida por Eve Bonasso. Ese galardón hizo que también me nombrara secretario de redacción de esa publicación. Tal es así, que el director de “El Escarabajo de Oro”, Abelardo Castillo, publicó el poema premiado en el número 33 de marzo de 1967, con estas palabras: “Manuel Ruano, poeta. No publicó libro. Anda por los 23 años. Es nuestra última adquisición: vino premiado. Los versos transcriptos lograron, por unanimidad, entre más de 600 poemas, el Primer Premio de la revista “Microcrítica”. Julio Imbert, Antonio Requeni e Irma M. Cavallini, fueron el jurado. Ruano pertenece a partir de este número, a la sección poesía de nuestra revista”. Y así fue, aunque se me viniera encima un alud de libros para ser comentados. Yo, como es de suponer, no perdía noche en el Bar Tortoni y hasta amanecía en su bohemia. Las charlas de literatos y del talento que solían acompañarnos en aquellas jornadas eran invaluables. “El Escarabajo de Oro” tenía colaboradores y reseñadores de inapreciable valor internacional: Julio Cortázar, Beatriz Guido, Marta Lynch, Pedro Orgambide, Augusto Roa Bastos, Nicanor Parra, Fernando Quiñones, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Miguel Oviedo, Adriano González León… Allí conocí, también, al poeta dominicano Manuel del Cabral. Siempre seguí con verdadero fervor la trayectoria de aquellos muchachos formidables de la revista. Castillo, por la fibra de sus cuestionamientos, deslumbraba a la hora de hacerlos y, además, por el carácter invalorable de su magnífica obra narrativa. Fue García Robles quien me dijo: “Si vas a ser poeta, tenés que tirarte al vacío sin saber qué vas a encontrar abajo”. Esto me abrió los ojos hasta el día de hoy… En palabras de Abelardo podría decirse: “Creo que en el Tortoni empezamos alrededor de 1960 y estuvimos hasta el ‘74, durante toda la etapa del “El Escarabajo de Oro”. Fueron unos 15 años… Desde entonces, los encuentros pasaron a realizarse en mi casa.” La subdirección fue responsabilidad de Liliana Heker; la secretaría de redacción la llevó Vicente Battista; la sección poesía estaba a cargo de Víctor García Robles y, más tarde, la asumí yo transitoriamente. El consejo de redacción tenía entre sus integrantes a Alberto Lagunas, Oscar Barros, Luis De Paola, Bernardo Jobson, Jorge Vázquez Santamaría, Ricardo Maneiro…

 

 

          2 — ¿Cómo se te fue generando esa predilección por el Siglo de Oro Español?

 

          MR — ¿Acaso Juan Boscán [1490-1542] no jugó en el siglo XVI en el cambio de la poesía española del Siglo de Oro, junto a Garcilaso de la Vega, un papel semejante al que realizara Ezra Pound en el siglo pasado, para la poesía de habla inglesa? Pues bien, creo que el amor que sentí desde niño por la literatura española, me llevó a enfrascarme en el barroco peninsular. Lope de Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, fueron mis lecturas favoritas a las que vuelvo siempre. En 1992 fundé una revista llamada “Quevedo” que se hizo itinerante. Allí publicaba textos raros de Herrera, de Alemán, así como de poetas modernos como César Moro. Por problemas económicos tuve que congelar su aparición. Al menos virtualmente, me sentí el Buscón quevedeano buscando rastros en la terra ignota. Amé la poesía bucólica y sigo amándola como a una mujer que se pierde en la espesura de la historia. Como amé el sentido epopéyico de un poema. Como arte típico, según algunos, de la Contrarreforma, el barroco revitaliza una estética que da vida a la Edad de Oro, donde el fervor religioso reluce y está vivo y fue construida con una anterior Reforma española que va más allá del Concilio de Trento de 1563. En todo caso, aquellos poetas dejaron un sello indudable en la lírica hispana, más allá del reinado de Felipe II, que influyó mucho en nuestros poetas de ultramar… Razón tenía Quevedo al exclamar en un soneto: “Tras los reyes y príncipes se vaya/ quien da toda la vida por un día,/ que yo me quiero andar de saya en saya.” La poesía se transforma de época en época y ese es su misterio. Hubo un poeta chileno contemporáneo, Alberto Baeza Flores, considerado del surrealismo hispanoamericano, que dijo de mi poesía algo que me enorgullece: “Aquí está la confluencia del barroquismo hispanoamericano y la aventura expresiva de la poesía más moderna, más actual, más de exploraciones. Manuel Ruano reúne estos ríos neorrealistas mágicos y los unifica en su expresión poética.”

 

 

          3 — Que a tus veinticuatro años te fuera otorgado el premio que posibilitó la publicación de tu primer poemario a través de la prestigiosa Editorial Losada, debe haberte “vapuleado de felicidad”. Que ese libro haya sido presentado por Leopoldo Marechal, añadió un plus. Que, además, mantuvieras conversaciones con Gonzalo Losada y por iniciativa de él, a través de su sello también apareciera tu segundo poemario, habrá sido el súmmum. ¿Cómo nos trasmitís a nosotros, tantos lustros después, lo que te pasaba? Algunos te habrán envidiado. ¿Cómo nos trasmitís esto, y tu contacto con don Gonzalo y con el autor de la novela “El banquete de Severo Arcángelo”?

 

          MR — En 1967 obtuve el Primer Gran Premio Internacional de Poesía de Habla Hispana “Tomás Stegagnini”, correspondiente a los V Juegos Florales de Poesía, Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires, que consistía en un dinero, una placa y la edición del libro (que nunca se llevó a cabo). De manera que “Los gestos interiores” en la colección Poetas de Ayer y de Hoy de Losada, se debió a que sólo recibí de aquel galardón la parte monetaria y otros honores que contemplaba el premio; pero la edición del libro, lo que se dice el poemario en sí, que para mí era fundamental, jamás. Tuve la suerte de que se interesara don Gonzalo Losada de ese percance y lo leyera, no una, sino varias veces (como él mismo me dijera), y decidiera la edición del mismo. Ese manuscrito (todavía) pasó por varias manos, entre ellas, las de Margarita Aguirre (ex secretaria de Pablo Neruda), y que, a raíz de allí, fuera mi amiga durante varios años. Y Neruda, según me informaron, tuvo algo que ver en eso; pero no lo puedo asegurar. El libro fue ilustrado por un artista plástico llamado Pablo Suárez y recibió la bendición de un escritor consagrado, como don Leopoldo Marechal, que, para el caso, escribió: “Sigo con atención las tendencias de la nueva poesía, y Manuel Ruano se cuenta entre los jóvenes poetas cuya originalidad e inspiración están dando ahora sonidos nuevos a la poesía nacional. No sólo trata él de bucear en “lo posible” de los temas líricos: gracias a una severa conciencia de su arte, busca y halla también una notable afinación de su idioma poético. A mi entender, la poesía continúa siendo la ‘quintaesencia’ del arte por la palabra, y Manuel Ruano trabaja en esa vieja y perdurable afirmación.” Con don Gonzalo Losada, tengo hermosos recuerdos. Ha sido un gran editor. Y ha tenido la gentileza de presentarme al poeta Francisco Luis Bernárdez, quien me dijo palabras más, palabras menos, conceptos elogiosos sobre mi poemario. En otra oportunidad, Losada me leyó, completa, una carta que había recibido del gran escritor peruano José María Arguedas, anunciándole su próxima muerte. Esto resultaba conmovedor para un joven poeta como yo. Era tanto el detalle de cómo lo lograría, que le describía hasta la marca del revólver que había comprado para llevar su muerte a cabo. Yo, lo sé, quedé muy impresionado por aquel relato. Más allá de todo esto, don Gonzalo publicó mi segundo libro de poemas, “Según las reglas”, cuando compartí un premio con el poeta chileno Braulio Arenas, en Venezuela, de la revista “Imagen”, en 1972. De ese libro, un poeta colombiano nadaísta, Armando Romero, escribió para la revista “Zona Franca”: “Humano, terriblemente humano, el poeta cae exhausto mil veces sobre el suelo de realidades que hacen rabiar su ánimo, porque a fuerza de soplar fluidos creadores sobre las insaciables gargantas de los hombres todo se resiente, la batalla parece absurda, los dedos se encalambran sobre eso único, indefinible, que acciona todos los mecanismos: el amor. El poeta sabe, alquimista osado, que solo desde esa piedra se puede fundar la existencia; sus dedos lo aprisionan sintiendo ese castigo que pertenece a todos pero que hace del poeta su más precisa víctima a la vez que su vocero. El amor salta como una carta del Tarot universal afirmándose hasta dentro de su propia negación.” En cuanto a la envidia, la he sentido de cerca muchas veces desde la aparición de “Los gestos interiores”. Y la sentí de muy, muy cerca, cuando salió “Mirada de Brueghel” en F.C.E. de México, donde algún compatriota residente en Costa Rica dijo que pertenecía a la mafia de Octavio Paz, cuando ni siquiera lo conocía personalmente ni epistolarmente. ¿Qué te parece?

 

 

          4 — En el ‘79 fuiste incluido con dos poemas de tu primer libro en el tomo tercero de la hospitalaria antología que más he consultado: “la Antología de Aguirre”. Consta allí que vos residías desde 1975 en Caracas. Y también has residido en Perú. ¿Qué te llevó a esos desplazamientos? ¿Cómo te fuiste integrando a aquellos escenarios? 

 

           MR — Sí, recuerdo esa antología. En realidad, yo residí en Caracas desde el año 1975 porque aquí, en la Argentina, la situación política era insoportable. Así que tuve que viajar al exterior donde me ofrecieron trabajo y la posibilidad de plasmar mi propia antología, “Poesía nueva latinoamericana”, que se publicó en la imprenta Minerva de los hermanos Mariátegui, en Lima, en 1981. Fue una experiencia para rescatar las voces claves de la poesía de esta parte del mundo. Era un proyecto que tenía desde los años ‘70 y que vine a concretarlo en el Perú, país al que volví reiteradamente desde 1972 y en el que realicé una intensa actividad cultural, dando forma a la integración latinoamericana que tanto había deseado. También desarrollé un intercambio con otros países andinos: Chile, Ecuador, Colombia… Dando conferencias, recitales y seminarios de literatura iberoamericana. Y en esos periplos surgió “Quevedo”, mi revista itinerante. Además de desarrollar periodismo cultural. En una palabra: todo eso está registrado en una columna fija en Venezuela, llamada “El trayecto de lo imaginado”, del diario “Ultimas Noticias”, desde 1975. Mientras colaboraba en radio, televisión y otros medios escritos, como, por ejemplo, “El Nacional”, “El Universal”, “La Religión”.

 

 

          5 — En 2012 realizaste un viaje de estudio por España “siguiendo la ruta de Rainer María Rilke”.

 

          MR — Estoy escribiendo un libro en torno a la figura del poeta Rainer María Rilke y su trayecto en España en el año 1912. En vistas a ese periplo por ciudades como Madrid, Toledo y gran parte de Andalucía, realicé un viaje cien años después de aquel recorrido, con el propósito de indagar acerca de las huellas dejadas por el poeta. También reuní cartas y poemas por él escritos en su viaje, y visualicé cuadros que él admiraba de El Greco, su pintor mayor, en la sinfonía de las imágenes. Se trata de un peregrinaje que culmina en la ciudad de Ronda, Málaga, entre los años 1912 y principios de 1913. ¿No es esto, en parte, perseguir la sombra de un fantasma agonizante, que va buscando su ideal religioso a la par que reanimando su existencia para proseguir la escritura de sus “Elegías”, a la vez que el clima esencial que lo ayude a sobreponerse a su estado de salud delicado y siempre al borde del abismo espiritual? Rilke suena en mis oídos como un violín desvelado. Más bien, su poesía es un Stradivarius en el conjunto de violines que suenan en una época. Por eso me permití seguir sus pasos por España.

 

 

          6 — Vayamos al narrador.

 

          MR — Siempre escribí cuentos; pero no los publicaba. La poesía, en cambio, fluía en mí porque obtenía premios que me animaban luego a difundirlas. La prosa es distinta. Desde los primeros años de mi educación ya sentía la necesidad de ejercitar la escritura. Cada palabra encierra un duende, decía mi abuela Dolores. Narro esto en una novela, “Escorpiones del mar dulce”, que mantengo inédita. 

 

 

          7 — En algún lugar rescataste una formulación simple y profunda de ese tal Voltaire que yo sólo he leído, orgánicamente, en mi adolescencia: “Peligroso no es el hombre que lee, sino el que relee”. ¿Nos ampliarías el alcance que para vos tiene el proverbio de Francois Marie Arouet?

 

          MR — ¿Quién no se ha apasionado con Voltaire, con Denis Diderot, con Julien Offray de La Mettrie? El siglo XVIII fue el siglo de Voltaire y de la Enciclopedia, pero también fue el siglo de Swedenbog y de William Blake. Y el de un curiosísimo escritor llamado Jacques Cazotte, cuya cabeza va a dar a la canasta del patíbulo, gritando: “Muero como he vivido, fiel a Dios y a mi rey”. Como aseguraba Jorge Luis Borges: “El estilo de Voltaire es el más alto y límpido de su lengua y consta de palabras sencillas, cada una en su lugar”. Voltaire llevó a cabo una dura crítica de la guerra, y la sátira “El templo del gusto” (1733) le atrajo la animadversión de los ambientes literarios parisienses. Su obra es amplísima. Después de una violenta ruptura con Federico II, Voltaire se instaló cerca de Ginebra, en la propiedad de “Les Délices” (1755). En Ginebra chocó con la rígida mentalidad calvinista: sus aficiones teatrales y el capítulo dedicado a Miguel Servet en su “Ensayo sobre las costumbres” (1756) escandalizaron a los ginebrinos, mientras se enajenaba la amistad de Jean-Jacques Rousseau. Su irrespetuoso poema sobre Juana de Arco, “La doncella” (1755), y su colaboración en la Enciclopedia chocaron con el partido “devoto” de los católicos. Resultado de su crisis de pesimismo fueron el “Poema sobre el desastre de Lisboa” (1756) y la novela corta “Candide” (1759), una de sus obras maestras. Se instaló en la propiedad de Ferney, donde vivió durante dieciocho años, convertido en el patriarca europeo de las letras y del nuevo espíritu crítico; allí recibió a la elite de los principales países de Europa, representó sus tragedias (“Tancrède”, 1760), mantuvo una copiosa correspondencia y arremetió con escritos polémicos y subversivos, con el objetivo de “aplastar al infame”, es decir, el fanatismo del clero. Sus obras mayores, en esta época, son el “Tratado de la tolerancia” (1763) y el “Diccionario Filosófico” (1764). Denunció con vehemencia los fallos y las injusticias de las sentencias judiciales (casos de Calas, Sirven, La Barre, entre otros). Liberó de la gabela a sus vasallos, que, gracias a él, pudieron dedicarse a la agricultura y la relojería. Poco antes de fallecer (1778) se le hizo un recibimiento triunfal en París. En 1791 su osamenta fue trasladada al Panteón. Y es hoy, en el siglo XXI, que sus ideas nos siguen iluminando.

 

 

          8 — Con qué otros “consagrados” te habrás ido codeando en tu juventud.

 

          MR — Thomas Eliot decía que “sólo a través del tiempo se vence al tiempo”. Es una verdad. Y te confieso que de todos los grandes poetas y escritores que he conocido, únicamente me ha importado de ellos experimentar alguna emoción. Esa es la piedra de toque, para mí, del conocimiento. A Borges lo conocí (como cuento en el prólogo de mi libro “No son ángeles del amanecer”) rememorando ciertas esquinas de Buenos Aires que el tiempo había escamoteado. Lo oí cantar alguna milonga y, por último, lo vi llorar cuando me hablaba de las Madres de Plaza de Mayo. Al poeta Mario Jorge De Lellis lo traté en aquellos encuentros del Escarabajo y, más tarde, asistí a su lecho de muerte en el hospital donde estaba internado. Allí estábamos todos: Abelardo Castillo, Vicente Battista, Oscar Barros, Liliana Heker, Lucila Álvarez, Humberto Costantini… Tuve la suerte, desde muy temprano de mi experiencia literaria, de tener cerca de mí a personajes que han pertenecido a las dos grandes corrientes de la vanguardia argentina de las letras: el Grupo Florida y el de Boedo. En 1970 me presentaron al poeta Raúl González Tuñón, del grupo Boedo, a quien traté luego en el Suplemento Cultural del Diario “Clarín”. A Marechal lo iba a visitar a su casa de la calle Rivadavia y conocía muy bien su intimidad, sus sufrimientos, su orgullo. También viví su partida y el dolor de su esposa Elbia. Si bien a Octavio Paz no me lo crucé nunca, fue él quien se refirió a mi primer libro con estas palabras registradas en la prensa mexicana: “Él es su propia técnica inventada y concluida en el poema. Y también su sueño y su esperanza”. Más tarde, en Madrid, conocí a su ex esposa e hija, en la oficina de otro extraordinario amigo, Félix Grande. Por intermedio de Félix fui vinculándome con Luis Rosales, amigo de Federico García Lorca. Te podría nombrar a muchos otros: Jorge Amado, Martha Lynch, Olga Orozco, Enrique Molina, Ernesto Cardenal… Con Cardenal me escribía en los años setenta, cuando él todavía estaba en Solentiname, el archipiélago nicaragüense. Después lo conocí personalmente en el Perú, cuando se realizó el Congreso de Integración Latinoamericana. Me dio varios poemas inéditos para la antología “Y la espiga será por fin la espiga”, que el gobierno peruano me había encargado realizar. En cuanto al novelista Ernesto Sábato, lo conocí en casa de Margarita Aguirre, donde tuve una oportunidad única de conversar con él acerca de la brujería en Buenos Aires, hasta altas horas de la madrugada. Él estaba muy al tanto del asunto y me dio una clase al respecto. Era la época de su novela “Absalón, el exterminador”. Un tiempo después escribí el ensayo “Los fantasmas que perturban a Sábato”, que publiqué en varios países. En mi columna dominical “El trayecto de lo imaginado” y en “Cuadernos Hispanoamericanos de Madrid”. Con Sábato tuve correspondencia y encuentros en Caracas y en Santos Lugares, su casa en el Gran Buenos Aires. También le hice una extensa entrevista que se publicó en “El Espectador” de Colombia, donde hablaba de varios aspectos de la novelística actual. Fue tan bien recibida esa entrevista que “El Espectador” reprodujo el reportaje en una edición de lujo de las mejores entrevistas. También conocí a David Viñas. Él solía pasar las tardes en el Café La Paz de la calle Corrientes. Un día tuvimos una larga charla y me invitó a su casa de la calle Córdoba, casi llegando a Callao. Allí hablamos de su obra y del porvenir de la política nacional e internacional. Sorprendido de mi información al formularle las preguntas, en una dedicatoria de un libro suyo me llamó “lúcido lector”… Es un lindo recuerdo, que guardo en mi corazón, de ese notable escritor argentino.

 

 

          9 — Has participado en la organización de una Enciclopedia. (Cualquier “buscador” remite a este monumental “Diccionario Enciclopédico de las Letras de América Latina”, editado por la venezolana Fundación Biblioteca Ayacucho.) 

 

          MR — Un poeta del Grupo Viernes, de Venezuela, José Ramón Medina, desde la fundación de la Editora Biblioteca Ayacucho, que, a su vez era Presidente del Pen Club, me invitó a participar de un Congreso de la entidad, que se celebraría en Caracas en 1983. Al mismo tiempo me entusiasmó para colaborar en la Enciclopedia. Hice casi cien biografías de autores de todo el continente. Además, una antología de Olga Orozco. Con Olga tuve una magnífica amistad desde los años setenta. Un día, me dijo: “Tú eres un poeta errante que va de país en país como una nube viajera. Tu lenguaje es tan personal que me cuesta clasificarlo como al de otros poetas.” Con ella (recuerdo que vivía en la calle Arenales, de Buenos Aires), trabajamos la antología de su obra para la colección principal de la editorial. Ese libro, hasta donde sé, tuvo más de doce ediciones. Me escribieron, unos años más tarde, de la Universidad de Sevilla para colaborar en un estudio sobre Olga. El libro salió en el 2010 con el título “Olga Orozco. Territorios de fuego para una poética”, y estuvo a cargo de la profesora Inmaculada Lergo Martín. Más tarde, la misma autora, tuvo la deferencia de invitarme a participar de un estudio sobre la obra de otro amigo y poeta, Carlos Germán Belli, “Vivir en el poema”, que se editó en Granada, en la editorial Point de Lunettes, en el 2013. Y viajé para saludarla en su presentación en Lima, en la Casa de la Cultura. Otro dato, que a lo mejor interesa a tu pregunta: con editorial Biblioteca Ayacucho, he publicado varios libros: “Poesía amorosa latinoamericana” (1995), “Crónicas de poeta”, sobre los escritos de César Vallejo en Francia (1996), “Cartas del destierro y otras orfandades” (2006), con el que gané un Premio Nacional en Venezuela…Y trabajé en la Cronología del libro “Rayuela” de Cortázar en el 2004.

 

 

          10 — ¿Cuál fue la impronta que sostuvo tu revista? 

 

          MR — En 1992 me invitaron a participar en el Homenaje al natalicio del poeta César Vallejo en la Universidad de Lima. En aquel momento decidí editar mi revista “Quevedo”, número 1. Ya en el editorial, decía: “QUEVEDO, más que un nombre glorioso de las letras universales, es un concepto. Y más que un concepto, una piedra angular en nuestro idioma hispanoamericano que, también, revela una actitud de disonancia en el actual estado de cosas. Por eso, tiene ya el carácter de una justificación para esta revista de poesía, ante la embestida monstruosa y embrutecedora del neoliberalismo transcultural.” Fueron ocho números los que aparecieron. Inéditos de Vallejo, de César Moro, Antonin Artaud… Entrevistas exclusivas a Borges, a Gonzalo Rojas… Apócrifos y anónimos. Fue en 1996 cuando dejó de aparecer. De mis comienzos literarios, podría añadir que el dicho que afirma “la letra con sangre entra”, es verdad. Ya que a la edad de cinco años estuve mudo debido a una cirugía de garganta en el que experimenté que la sangre estaba unida a mi voz. E inventé un lenguaje para comunicarme con los demás. De ahí, pienso, el título de mi primer libro: “Los gestos interiores”. Y más tarde, a los quince años, y trabajando yo en una imprenta del barrio San Cristóbal, que se especializaba en trabajos de timbrado y sobrepujados, tuve un accidente con la máquina alemana que manejaba, al quedar atrapados mis dedos índice y medio de la mano derecha en la impresora. Fue un descuido mío al querer enderezar una hoja de papel seda que se había doblado, en momentos en que el carrito timbrador (así le decíamos) hacía punto de presión sobre el papel y mis pobres dedos. La sangre fluía, como podrás imaginarte, con ganas. En esos días yo ya era un apasionado aprendiz de escritor. Escribía mentalmente y pasaba en papel en los momentos que pedía permiso para ir al baño. Años más tarde, nacería “Quevedo”, después que nuestro país saliera de las sombras y del terror que había implantado una dictadura. ¿Habría que agregar algo más a la frase de Eliot, sobre el hecho de que el tiempo solo vence al tiempo?

 

 

 

Manuel Ruano selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

NUBES VIAJERAS PARA UNA DESVELADA AUSENTE

 

 

                                   A Olga Orozco, in memoriam

 

Esa es tu voz.

Sí, un cartílago de oro que iluminó al sol.

Más bien debería recordarte que he aquí un cristal de roca

de belleza inaudita.

Ese espacio por donde tu alma pasa con el verbo ad verbum

atemperado,

que contradice a las presencias en su traje ritual.

En sinfonía de voces.

Más exactamente, había en ti una convalecencia de penumbra,

que llegaba sin aliento a las conclusiones inesperadas…

De igual manera había en la memoria una pajarera

desconocida para las nubes,

adonde entrabas y salías siempre, alabando los paseos perdidos.

Tengo la sensación de estar tomando contigo el té de las difuntas,

en el fondo de un jardín y tú, con tu corona de flores.

—Es un diálogo secreto entre los huérfanos—, dijiste.

No estoy tan seguro de haber develado esas ausencias,

pero esos lamentos, esos paraísos perdidos,

son de aquella geografía del adiós.

Con rigor, debo confesarte que no debes confundir los sabores,

los reinos invisibles, las pasiones inescrutables

que alguna vez te han hecho llorar.

 

¡Ah, tapices revestirán una galería de abriles crueles,

de gladiolos moribundos,

de lágrimas de una mujer solitaria que toma sopa

con los retratos de un paisaje irrenunciable!

 

No debes alzar la voz cuando alguien te habla

de los salones desiertos…

Más aún, deberías controlar a quienes te adulan.

No siempre son de confiar.

Pero la niña terca que hay en ti, mira fijamente su plato

mientras se mueven las cortinas que dan hacia un balcón vacío…

 

No hay nada que hacerle: ¡robarle fuego al sol, ocasiona desgracias!

Te pone por delante una viuda de luto que augura calamidades

y prepara el pensamiento para la muerte.

Con todo respeto, siempre hay un embaucador de cosmogonías,

que pretende ocultar las nubes, las tormentas que se avecinan,

como un anticipo de los tiempos.

No te dejes impresionar por la distancia.

Recuerda que los poetas se reconocen más cuando no hablan.

Realmente, no hay embuste posible en los versos

que no hayan dejado flores marchitas como la soledad…

Pero los huéspedes, amiga, no han vuelto. Y tú me dijiste:

—Me voy por unos días—, y yo te lo creí,

como un creyente de las cosas que vuelan;

los poemas de Pessoa se vuelan en un lejano bar de Lisboa

que ha quedado fijo en tu recuerdo;

pero tú, te ibas para siempre…

 

                                 

          (Incluido en “Olga Orozco: Territorios de fuego para una poética”)

 

*

 

 

ANÓNIMO ES EL POLVO DEL OLVIDO

 

 

Anónimo es el polvo del olvido y anónima

la vieja profecía.

Es anónimo el libro más leído y anónima la loca poesía.

Apócrifo será lo que has querido y apócrifa

es aún tu fantasía.

¿Qué turbia sinrazón mata el olvido

del malogrado amor que te encendía?

No sufras por las páginas gastadas que en dramáticos versos

escribieron.

Son inciertas las palabras más sagradas y profunda

la herida que te hicieron,

de anónimas historias develadas,

del canto de los días que se fueron…

 

                             

           (De “Concertina de los rústicos y los esplendorosos”)

 

*

 

 

PARA CONFIARME A TU CUERPO

 

 

Para confiarme a tu cuerpo no fui ladrón ni verdugo,

tampoco un adicto que te regala versos, o finge

la locura más extraña;

ni un ángel fumador de opio en los arrabales de

Alejandría,

que se refleja cada tanto en tus sueños…

Para confiarme a tu cuerpo por toda una eternidad,

fui contador de perlas en Macao, transmisor de sífilis

en Estambul,

cantor de tugurios como algo, creo, venerable;

acaso, un bebedor más viejo que Khayyam con su hetaira

más hermosa y sus velos sensuales.

Para confiarme a tu cuerpo, fui desvergonzado estafador

en Rímini,

divulgador de historias en Bogotá que anduviera

por carne semejante…

Sí, para confiarme a tu cuerpo.

Fui buscador como el que más del metal sagrado que hay

en la apestosa muerte.

Nada más que para confiarme a tu cuerpo.

 

                                                    

          (De “Mirada de Brueghel”)

 

*

 

 

LA INFELICE CARNE

 

 

Nací en la majestuosa avenida de la Contradicción,

lindante con la calle de los ojos alegres.

Enseguida me bautizaron Equívoco,

porque dudé de todo desde el primer instante.

Con los años, tropecé con la señora Locura,

y busqué abrirme las venas en canal,

a la primera embestida del contrariado amor.

Entonces leí las páginas de la resignación.

Y recalé en el capítulo de la credulidad,

que me ha hecho llevar esta pesada cruz.

Desde entonces, he traficado la incomprensión,

es decir, del mundo y la doliente carne.

 

                        

 

(De “Escaramuzas con Arthur”, Ediciones a Sottovoce, Caracas, Venezuela, 1998)

 

*

 

 

“POR MIRAR SU FERMOSURA”

 

 

“Por mirar su fermosura”

Marqués de Santillana

 

 

Do van mis ojos por el alba, amiga,

como garza enamorada en amancaes

que te sigue por el sueño y el olfato.

Non va agora la soledad en la pradera,

—dixe—, de fembra prieta y fragante

de flor, febo y torcaza.

Como aquel venadito pardo

(en castellano viejo)

al que canta el corazón desde la herida.

Do se pierde el home, amiga,

en desnudez y ardor de amante.

 

              

          (De “Los cantos del gran ensalmador”)

 

*

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Manuel Ruano y Rolando Revagliatti, febrero 2014.

 

http://www.revagliatti.com/990819.html    

 

http://www.revagliatti.com/act0310/PalabraenelMundo3.html 

 

 

* Manuel Ruano falleció el 12 de abril de 2017.

 

 

 

 

 

 

Fotografia de Manuel Ruano

Manuel Ruano nació el 15 de enero de 1943 en Buenos Aires, ciudad en la que reside*, la Argentina. Habiendo realizado estudios sobre literatura española, se especializó en Siglo de Oro Español. Es profesor honorario en la Universidad Nacional de San Marcos y en la Universidad Nacional San Martín de Porres, de Lima, Perú, donde en 1992 fundó la revista de poesía latinoamericana “Quevedo”. Entre 1969 y 2007 fueron publicados sus poemarios “Los gestos interiores” (Primer Gran Premio Internacional de Poesía de Habla Hispana “Tomás Stegagnini”), “Según las reglas”, “Son esas piedras vivientes” (Edición Premio Nacional de Poesía de la Asociación de Escritores de Venezuela, Caracas, 1982), “Yo creía en el Adivinador orfebre”“Mirada de Brueghel” (Fondo de Cultura Económica, México, 1990), “Hipnos”“Los cantos del gran ensalmador” (Monte Ávila Editores, Caracas, 2005), “Concertina de los rústicos y los esplendorosos”. En 2010 da a conocer su libro de cuentos “No son ángeles del amanecer”. Y en Caracas el volumen “Lautréamont y otros ensayos” (Celarg —Centro de Estudios Latinoamericanos “Rómulo Gallegos”—, 2010), donde también se editó el CD “Manuel Ruano en su tinta” (poemas). En su condición de antólogo, citamos “Poesía nueva latinoamericana” (1981), “Y la espiga será por fin espiga” (1987), “Cantos australes” (1995), “Poesía amorosa de América Latina” (1995), “Crónicas de poeta” (sobre artículos de César Vallejo, 1996), “Obra poética de Olga Orozco” (con estudio preliminar, 2000), “Cartas del destierro y otras orfandades” (correspondencia de César Vallejo, 2006). Y éstos son los títulos de algunas antologías que han incluido poemas suyos: “Antología de escritores argentinos” (Madrid, 1967), “Poesía política y combativa argentina” (Madrid, 1978), “Antología de la poesía argentina” de Raúl Gustavo Aguirre (tres tomos, Ediciones Fausto, Buenos Aires, 1979), “Al sur” de Satoko Tamura (Tokio, Japón, 1987), “El verbo descerrajado” (homenaje a los presos políticos de Chile, 2005).



Qual é a sua reação?

Gostei
0
Adorei
0
Sem certezas
0

Também pode gostar

Os comentários estão fechados.

More in:Cultura